Entre los cerros, donde el silencio se mezcla con el viento de la montaña, asoma la figura de la Cabeza del Indio que lleva casi un siglo observando los valles de Rivadavia. La escultura, inaugurada en 1932, nació como homenaje a las comunidades aborígenes que habitaron la zona antes de la conquista y fue obra del reconocido artista Luis Perlotti, célebre por su inspiración en las raíces indígenas.
El proceso de montaje no fue sencillo. La pieza, de cemento sobre un pedestal de roca rectangular, demandó a decenas de trabajadores que la trasladaron y emplazaron en las serranías de Marquesado, durante la gestión de Federico Cantoni. Desde entonces, la escultura se convirtió en un faro cultural en medio de la naturaleza.
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Llegar hasta allí no es tarea rápida. El recorrido comienza en el Museo Einstein, continúa con una extensa escalinata y luego por el séptimo camino. Una caminata de media hora conduce finalmente al mirador donde la Cabeza del Indio se impone junto con una vista panorámica única de la zona.
El paso del tiempo y el descuido también dejaron marcas. En los últimos años, la figura fue blanco de actos de vandalismo, con grafitis que dañaron su superficie. La Municipalidad de Rivadavia debió intervenir en varias oportunidades para restaurarla, y en junio pasado, la Comunidad Rover Perito Moreno del Grupo Nuestra Señora de la Merced N°293 organizó una “minga” solidaria para limpiarla, lijarla y pintarla.
Hoy, la Cabeza del Indio sigue siendo un símbolo. Visitada por turistas y sanjuaninos, se volvió además un emblema de conciencia patrimonial en las redes sociales, donde se insiste en preservar su valor histórico y cultural. Entre la piedra y el cemento, mantiene vivo un homenaje que une el paisaje andino con la memoria de los pueblos originarios.
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