“Ir a lo de Rebeca era como ir al shopping”, aseguran sobre el negocio que generó pasiones en San Juan. El nombre de esa mujer fue sinónimo de las salidas de placer de los sanjuaninos durante los '30 y '40. Todos los servicios eran de lujo. Ningún prostíbulo tuvo la magnitud de su casona de Concepción.
Pero, ¿quién fue esa mujer capaz de manejar el único burdel 'cinco estrellas' de la provincia? Rebeca nació a finales del siglo XIX. Pelirroja y muy despampanante. Los hombres de la época afirmaron que era dueña de una escultural figura. Nunca se conoció su apellido ni tampoco hay fotos de ella, informó el historiador Eduardo Brizuela a este diario.
En su rol de madama, vestía con mucho estilo. Rebeca fue ama y señora de la casa de citas de la esquina de Chile y Avenida Rioja. Era una mansión. Un gigante de adobe con muchísimas piezas. La casona abarcaba toda una manzana, tenía dos ingresos y los parrales en la entrada. Hasta contaba con servicio de taxi. Los mármoles blancos, techos color esmeralda, camas de bronce, bañeras, ventiladores y cortinas rojas brindaban el confort necesario para pasar noches -también mañanas y tardes- en la propiedad capitalina.
Las señoritas y el trabajo de Rebeca como madama merecen un párrafo aparte. Eran chicas traídas de Europa, principalmente de los países del Este del ‘Viejo Continente’. Muy pocas hablaban español. Jovencitas, rubias y de pieles parecidas a muñecas de porcelana. Brizuela descarta que llegaran al burdel por trata y contó que gozaban de derechos. Estaban documentadas, tenían una semana de descanso al mes y asistencia médica cada siete días.
Las historias personales de las trabajadoras sexuales no trascendieron. Entre las emblemáticas se encontraba Lulú y una alemana, quien protagonizó un amorío con un médico. Las historias personales de las trabajadoras sexuales no trascendieron. Entre las emblemáticas se encontraba Lulú y una alemana, quien protagonizó un amorío con un médico.
Además, fue el único prostíbulo con servicio completo. Todo el arco político, la Policía y la comunidad sanjuanina sabían -y muy bien- del negocio. Hasta las esposas y novias ya conocían que sus parejas visitaban a Rebeca. La salida eran hasta de todo el fin de semana y los clientes se “internaban” en el burdel. Ingresaban el viernes en la noche y salían el domingo en la tarde.
El bar era la especialidad del lugar. Todo lo que quisieran, Rebeca lo tenía. Whisky de las mejores etiquetas, vino importado y bebidas exóticas. También había té y café, y sin no tenían el pedido del cliente, lo buscaban. Por supuesto, servicio de lujo era igual a precio exorbitante, valuado en libras esterlinas.
Los ‘chicos bien’ fueron habitués del lugar. Los ‘pituquitos’ quedaban fascinados con la belleza de las chicas y el servicio de primera. Pero el acceso no era exclusivamente para la casta. Los hombres de la época debían visitar el burdel al menos una vez en su vida. Ningún varón era el mismo tras conocer la casona de Rebeca.
No cualquiera se ganaba su cariño. La pelirroja, quien estaba casada y tenía dos hijas, nunca habría intimado con clientes durante su etapa de madama, pero sí obtenían su respeto y algunos privilegios. También contaba con personal de extrema confianza, entre ellos un taxista, el médico que atendía a las señoritas, dos mujeres encargadas del inmueble y un guardaespaldas. A la lista podrían añadirse algunos policías, quienes resguardaban el negocio.
Lo que el terremoto se llevó
El prostíbulo no quedó ajeno al fatídico 15 de enero de 1944. El lugar terminó destruido. Rebeca nunca pudo levantar el negocio, indicó el historiador. Es más, su familia y las trabajadoras sexuales se marcharon a Buenos Aires.
Mientras tanto, el gobernador Elías Amado expropió todos los burdeles. Además del gigante de Concepción, se encontraban aquellos ubicados por calle España, en cercanías de lo que hoy se conoce como El Rosedal, y en los galpones del ex Belgrano Cargas, las famosas casas de citas de la 'peonada'.
Poco se supo de la vida de Rebeca. Únicamente que rehízo su vida en la metrópolis argentina y murió allí. Sobre su descendencia, una de sus dos hijas volvió a San Juan y puso un kiosco en el centro.