El ‘Señor que Todo lo Puede’ seduce con su efectividad, gana espacio entre los sanjuaninos y genera respeto con su packaging. Su figura, parada o sentada en un trono, se reduce a un esqueleto con manto negro, guadaña en mano. En cuatro de las cinco santerías consultadas, las ventas de sahumerios, velas, estampitas y novenas de esta figura de moda aumentaron hasta en un 50 %. "Es el santo que más se vende”, dice una empleada.
En la santería La Cueva, le reservan a San La Muerte un mesón repleto de figuras del santo para la venta, un espacio que se convirtió espontáneamente en lugar de adoración. Hasta allí llegan fieles de todos los estratos sociales a dejarle cajas de vino, botellas de whisky, paquetes de cigarrillos y hasta dinero. "La imagen genera veneración”, confiesa detrás del mostrador, Guadalupe, una empleada que lleva varios años ahí. "Pero también respeto y miedo”. Dice que no es un santo para el mal, que era un monje misionero que ayudaba a los pobres, que no es el santo exclusivo de los delincuentes y que entre sus devotos hay de todo, "gente pobre y gente muy bien”.
Todos tienen en claro que no se trata de un santo avalado por la fe católica y algunos lo califican de "ente”. Pero en San Juan, la fe hacia figuras no reconocidas por la Iglesia es moneda corriente desde hace muchos años. El culto a la Difunta Correa es el que moviliza más fieles al año, pero también tienen su parte José Dolores y la Difunta Teresa.
En el barrio Costa Canal, Chimbas, existe el único oratorio público de San la Muerte en la provincia. Fue construido en el 2004 en una plazoleta que hasta entonces era pura piedra y ahora es un espacio verde. Adrián Sosa vive a media cuadra y fue quien la hizo, a pedido de un señor del que, asegura, no sabe el nombre, pero que tenía que cumplirle una promesa.
Ahí nunca le faltan los claveles ni las velas rojas. Todos los días recibe devotos que llegan caminando, en bicicleta o en autos importados. "En el barrio todos son devotos. Todos colaboran limpiando el lugar. Yo al principio le tenía desconfianza pero es muy milagroso”, dijo Adrián, que se gana la vida como changarín y lo tiene al santo tatuado en el brazo derecho, debajo de la imagen de la Virgen del Valle. Cuenta que para que las imágenes y estampitas de ‘San Severo’ sean efectivas, deben ser benditas en 7 iglesias, pero como ningún sacerdote acepta bendecirlas, los devotos las llevan escondidas y piden bendición para otra figura reconocida. Ahora busca ayuda para poner más luz en el oratorio y que los fieles puedan visitarlo tranquilos de noche.
A cuatro cuadras, por la misma calle del oratorio, vive una peluquera que cuenta una historia asombrosa. Ella, que se reserva el nombre, aprendió el oficio a los 14 años y lleva 52 cortando el pelo y peinando a las vecinas, en una pieza en el fondo de su casa. Dice que no puede dar su nombre ni salir en las fotos porque hay mucha gente que cree que San la Muerte es del diablo y no quiere perder clientes. Su milagro sucedió hace 5 años, a su hija le habían diagnosticado un tumor maligno en la cabeza. "Ella estaba en terapia y yo no hacía más que llorar. Una señora me pasó una estampita de San la Muerte y le pedí por mi hija. Cuando la operaron los médicos no encontraron nada. NADA!”, remarca. Desde entonces tiene una imagen del esqueleto en su casa y cada vez que le pide algo, éste le responde. "Yo soy católica, pero cuando tenés un hijo enfermo hacés cualquier cosa”, dice.
Otra sanación milagrosa atribuida a esta imagen viene de Caucete. M.F. acepta contar su historia pero también pide reserva de nombre, es empleado estatal y teme que la gente lo malinterprete. Hace 4 años, tenía cáncer grado cuatro de colon transverso, estaba en tratamiento médico cuando le pasaron una estampita y pidió por su salud. Terminó el tratamiento y ahora está totalmente curado. "Él me demostró cómo trabaja, después de la operación estuve internado cinco días y luego del tratamiento no volví nunca más al hospital. De ahí empecé a difundirlo”, confiesa.
No sólo eso, empezó a estudiar todo sobre la figura de la muerte y es un gran conocedor del tema. Lo primero que aclara es que no es un santo sino un ente, como lo es la Difunta Correa o el Gauchito Gil que forman parte de las líneas grises. Las líneas negras son para "el Colita” o el diablo y San la Muerte, y las líneas blancas son para los santos y vírgenes. Estas tres líneas no se pueden mezclar, es decir que para pedirles se usan velas de su color y no de otro, "porque entre ellos se tienen celos”.
A San la Muerte se lo celebra el 15 al 20 de agosto. Para que cumpla algún pedido hay que ofrecerle a cambio algo a la altura de las posibilidades, si él cree que le están regateando o tomando ventaja y el que pide puede dar más, no se verán los resultados. Ya se saben sus preferencias, plata y oro, después de todo a Jesús también le regalaron oro, ironiza M.F.
En los rituales hay que tener cuidado, dice, muchos hacen ofrendas de sangre animal, el gallo negro es el más usado; pero hay quienes ofrecen sangre humana, un tema del que nadie quiere hablar.
MIEDO Y NECESIDAD
Adorar a una figura que sintetiza la idea de la muerte genera algunas dudas. ¿Cómo pudo llegar a ser venerada y a ganar un lugar de privilegio en el altar de tantos hogares?
"Tanto la Difunta Correa Como San la Muerte, pasaron por una transformación”, explica Carina Jofré, antropóloga y miembro del Observatorio Ciudadano de Derechos Humanos San Juan. "Ese cambio se genera de acuerdo a las memorias locales y por eso estas figuras tienen la dualidad propia de la religiosidad indígena. No hay una idea dicotómica del bien y del mal sino que lo bueno y lo malo forman parte de la esencia de una figura. Así como la Pachamama, San La Muerte protege y si se enoja, castiga”.
El fenómeno del "Señor de la Paciencia”, otro de sus nombres, se observa desde el 2001 y viene asociado a la crisis. Antes de eso estuvo asociado a las clases bajas, a las penitenciarías y a las prostitutas.
"San La Muerte se expande en un momento de marginación social y no es casual que se dé con la proliferación de la violencia exacerbada”, retoma Jofré. "La relación no es con la muerte sino con la proximidad a la muerte, son personas que tienen la muerte cantada, que se relacionan con ella cada día. No tienen la idea de la muerte del catolicismo, es gente que renuncia a la idea del paraíso. La figura de la muerte es algo próximo y hay que relacionarse con ella”.
Un estudio del antropólogo Walter Calzato señala que estos creyentes elaboran su vida todos los días, una vida que presenta dificultades enormes, una profunda desilusión existencial, una realidad violenta y una constante cercanía a la muerte. Son personas destinadas a que el mismo sistema las haga desaparecer.
BAJO LA PIEL
Manuel Amado Zárate no quiere inquietar a su madre hablando de San La Muerte y de cosas que ella no sabe, así que recibe a esta cronista en la puerta de su casa. Él tiene un hueso humano diminuto con la imagen tallada de San La Muerte bajo la piel de su brazo izquierdo. Se lo puso un pai umbanda en Buenos Aires y, dice él, lo protege de una muerte violenta. También tiene dos tatuajes con la imagen de la parca, uno en cada brazo, y su oración tallada en la espalda. Se los hizo en respuesta a distintos pedidos.
Manuel no tiene problema en contar que él era un delincuente y que conoció a San La Muerte cuando estaba preso, en la comisaría 24, hace 20 años. En el calabozo había una imagen del santo dibujada en la pared y lo desafió: "Si es verdad que sos tan milagroso, hacé que salga hoy mismo de acá”, le prendió un cigarro y se lo puso en el orificio que tenía en la boca. A la noche, lo liberaron por una "confusión de nombres”. Ese día era 15 de agosto, la fecha en que los fieles celebran al Huesudo. Desde entonces se hizo su devoto más fiel y cumplidor. "Me han dado ‘cuetes’ por todos lados y acá estoy”, dice mostrando las marcas de balas en su cuerpo.
A su madre, de 70 años, no le gusta nada esa imagen en su casa. Sale a la vereda a ver qué pasa y se mete enseguida. Ella lo ayuda a cuidar a sus dos hijos de 10 y 11, que duermen en el suelo porque, según Manuel, su madre se fue y se llevó todo.
En el fondo de la casa tiene la imagen de San La Muerte con manto blanco cargado de cadenas y anillos. Nadie toca eso, saben que lo que se le entrega debe quedar ahí, o atenerse a las consecuencias. Le ponen monedas, sahumerios y hasta whisky. Incluso vecinos y amigos le hacen ofrendas y por eso cree que ese rincón se convertirá pronto en santuario. "Hay gente que le hace altares adentro de la casa”, dice Manuel, "pero eso no está bien, es que al monje, en vida, le gustaba el campo y lo verde por eso hay que ponerlo afuera de la casa, hacer un pozo, matar una gallina, ponerle maíz y pasto. La gruta debe ser de piedra, no de madera, porque murió en un calabozo”. Sobre la guadaña que San la Muerte sostiene en su mano, Manuel dice que con ella cortaba pasto para ganarse la vida.
Cada año, para su fiesta se va a Buenos Aires donde tiene una capilla en su honor.
Manuel estuvo preso en San Juan, en Mendoza y en Buenos Aires y asegura que acá, en el Penal de Chimbas, más de la mitad de los presos son devotos de San la Muerte. Y cada vez se suman más. Adentro tienen imágenes, le prenden velas y hasta le hacen novenas. Ningún policía se atreve a tocar las ofrendas.
Los que le piden cosas malas tienen la imagen del santo vestido de negro, dice. El blanco es para cosas buenas y el de manto rojo para temas de amor. Los que realizan trabajos para hacer daño hacen rituales con sangre de animales y tierra del cementerio, él los ha visto. Pero prefiere no meterse en ese terreno. Tiene el libro, el mismo que ostentan todos los devotos, con oraciones que se rezan con el Padrenuestro. "Yo soy religioso, le pido con Dios”, aclara.
De bermudas y remera amarilla brillante que se saca cada vez que tiene que mostrar los tatuajes, este hombre de 37 años comenzó a delinquir a los 17. Antes de eso, su vida era normal, incluso llegó a tercer año del secundario, pero un cambio de barrio y de amigos torció el rumbo. Abandonó la escuela y empezó a robar. Ahora quiere volver a conseguir trabajo de plomero, su profesión. Pero sabe que con sus antecedentes es difícil. "Obvio que quiero cambiar mi vida. No por lo que hice, soy mala persona”, confiesa, "pero no tengo una oportunidad”.
EL ORIGEN
El origen de esta devoción ubica a un monje jesuita en Corrientes, en 1700. El sacerdote se enfrentó a los procedimientos de su congregación y se abrió. En solitario comenzó a evangelizar y ayudar a la gente, sobre todo a los enfermos de lepra. Se volvió muy popular. Pero pagó caro su alejamiento de la iglesia. Cuenta la leyenda que fue apresado y protestó ayunando de pie. Después de varios días lo encontraron muerto en esa posición, con la apariencia cadavérica, su túnica y un cayado que lo ayudaba a caminar. En la misma zona del litoral argentino se conocen otras dos leyendas sobre el origen de San La Muerte.
AL MARGEN DE LA LEY
Paula empezó a trabajar en la calle a los 15 años, cuando se quedó embarazada y conoció a San La Muerte, hoy tiene 45 y no sabe leer. "Siempre estuve presa, por robos y distintas cosas”, cuenta. Desde hace 25 es devota férrea del santo flaco. En su casa, en el Barrio Costa Canal, tiene el altar más impresionante: toda una pared dedicada a la figura con capa negra. La imagen mayor tiene más de un metro y medio y está cargada de collares, a su izquierda hay una imagen del Espíritu Santo y un crucifijo. Al otro lado está Santa Catalina. En otro estante hay otro San La Muerte más pequeño, tiene de ofrenda una corona de oro puro. Lo flanquean una imagen del Gauchito Gil y un cuadro de la última cena.
De short y musculosa, ella dice que no puede aparecer en las fotos porque tiene un asunto judicial pendiente, pero reniega de los que no dan la cara para defender al santo de la buena muerte. Lo tiene para pedirle cosas buenas: salud para su familia, trabajo y protección. Uno de sus seis hijos tenía un tumor en la boca del estómago y asegura que San la Muerte lo salvó. Pero es Dios el que dice si se salva o no, el santo está en el medio, señala Paula. "Él es bueno, si le pedís cosas buenas te va a ayudar. Y te hago entrar a mi casa porque no lo quiero esconder”, advierte.
Al principio Paula le pedía plata, que le fuera bien en la calle, y empezó a prosperar. Desde entonces no ha dejado de darle cosas a su santo preferido. Incluso fue a su capilla principal, en Corrientes, a llevarle ofrendas.
"¿Que lo tenemos la gente del ambiente? Sí, es verdad, pero no es por la policía como dicen, es para que nos proteja de todo”, asegura.
Sus hijos lo han visto en la casa desde que nacieron, no lo tienen miedo, creen en él y lo ven como quien protege la casa de todo lo malo que pueda venir. El ‘reina’ en vivienda donde dicen ser católicos, los chicos hicieron la primera comunión y van a las festividades de la iglesia. "Ayuda mucho, no hace magia pero ayuda. Él está al lado de Dios, no sé por qué no lo quieren los curas”, sintetiza.
CUMPLIR SÍ O SÍ
Abundan las historias de gente que dejó de cumplirle al santo cadavérico y sufrió las consecuencias. Martín Rosas, propietario de la santería Dietética Cuyo, cuenta que hace pocos días se presentó una clienta, le contó que le había pedido al santo para que su hijo consiguiera trabajo. Obtuvo un buen empleo pero su madre no cumplió con su promesa y él falleció en un accidente.
Rosas dice que la venta de imágenes y velas de San La Muerte aumentaron muchísimo. "Pero yo”, reconoce, "jamás le pediría nada”.
Los santos y otras figuras religiosas no son buenos ni malos, lo es la gente que los usa. Así resume René, propietaria de una santería en el departamento Caucete, al bien o al mal que puede generar esta imagen. En ese local también hay un rincón convertido en altar donde los fieles le dejan cigarros, alcohol y dinero.
Cuando empezó a vender sus imágenes, hace 4 años, casi nadie lo pedía, pero ahora es el que más llevan. A medida que aumenta el culto al Gauchito Gil, aumenta más el de San la Muerte, es que el Gauchito era un gran devoto y dicen que también tenía el hueso de difunto bajo la piel. René tiene de clientes a muchos curanderos que lo usan para el mal, esos rituales se hacen siempre después de las 12 de la noche, en círculos de velas escritas. "Pero eso no es culpa del santo, también con imágenes de la Virgen hacen cosas malas”, señala.
Entre la gente del "ambiente”, como se reconocen los que están fuera de la ley, conocen a muchos delincuentes devotos que terminaron muertos. Gente que no le respondió al Santo o prometió cosas que no se pueden cumplir. "Hay que tener los pies en la tierra, ser realistas al momento de pedir y de prometer”, dicen.
La fe tiene sus matices más variados en esta devoción. Del temor a manifestarse públicamente devoto, al fanatismo de querer construir más oratorios y sumar su imagen sobre la piel. Del milagro de la vida, al castigo de malograrla. Todos sus devotos conocen gente que no le cumplieron y perdieron lo que más amaban. Al santo de la muerte lo que más le gusta, paradójicamente, es la vida.
La oración
En su oración los fieles repiten: Señor San La Muerte ruega a nuestro Dios Todopoderoso que me conceda todo lo que le pido, que se arrepienta para toda la vida el que daño o mal de ojo me hizo y que se vuelva contra él enseguida.
IDOLATRADA EN MÉXICO
Muy diferente y muy parecidos. Así son San la Muerte argentino y Santa Muerte o Santísima Muerte, la figura popular mexicana. Esta última personifica a la muerte y es objeto de culto. Recibe peticiones de amor, afectos, suerte, dinero y protección, así como también peticiones malintencionadas y de daño a terceros por parte de sus fieles. Tampoco está reconocida por la iglesia y la consideran diabólica.
Allá también su culto es vinculado a los delincuentes y personas de distintos estratos sociales que se dedican al comercio informal, ambulantaje o piratería.