Dicen los que saben que el strudel es para los alemanes lo que el flan es para los argentinos, casi una pasión. Sin embargo, no es necesario tomar un vuelo hasta Berlín para probar el tradicional postre, ya que en Ullum, a pocos kilómetros de la Capital, una sanjuanina tomó la receta de su mamá, la tradujo al español y le dio vida a una exquisitez que conquista paladares.
Ella es Luisa Schewenke, hija de alemanes, quien se jubiló tras varios años de docencia y decidió cumplir el sueño de tener su propia casa de té, donde tendría la oportunidad de afianzar sus raíces germanas a través de la gastronomía. Allá por el 2012, la idea comenzó a tomar forma y, cuatro años más tarde, concretó su anhelo. Junto a su compañero, Jorge Argüello, construyó el salón que -gracias a su estética- pareciera que se está en algún rincón de Alemania.
Si bien la pastelera explica que el strudel de manzana tiene origen austro húngaro, los alemanes lo ponderado como propio y por ello su madre solía hacérselo, cuando era una niña. Por eso, tomó las viejas recetas y las recreó a su manera. "La preparación tiene una forma muy particular, la masa se estira sobre un lienzo para después levantarlo y que se enrolle sola, sin tener que tocarla puesto que es muy delicada y podría romperse", destaca.
Otra delicatesen que su mamá le cocinaba era la tarta de ricota y, por esa razón, son esos dos postres los estrellas en la casa de té que lleva el apodo con el que todo el mundo la conoce: La Alemana. La mujer que se considera autodidacta comenta que su inspiración también está con el pastelero profesional y reconocido, Osvaldo Gross, de quien aprendió la técnica para volverse una experta.
En un servicio de tres pasos, la anfitriona propone scones, strudel, tarta de ricota y tarta de chocolate con coco para acompañar la variedad de té en hebras que ofrece; para luego culminar la propuesta gastronómica con un mini sandwich de jamón y queso con limonada.
Sin embargo, aquellos que asisten a ese pedacito germano en tierra ullunera no sólo se van con la panza llena y el corazón contento, sino también con las historias de la pastelera y su familia, la que llegó al país en dos tandas: primero tras la Primera Guerra Mundial y luego, en plena Segunda Guerra Mundial.
Su mamá fue la primera en arribar a la Argentina, cuando apenas era una niña. El país se ofrecía -en aquel entonces- como una tierra de oportunidades para los inmigrantes que escapaban del conflicto bélico. Más tarde, su papá llegaría como refugiado, ya que era uno de los marines que sufrieron el hundimiento de su acorazado en el Río de la Plata, mientras la guerra en Alemania provocaba estragos.
Así fue como sus padres se conocieron gracias al idioma. Su mamá lo hablaba a la perfección y su papá necesitaba un guía en tierra desconocida, cuando lo enviaron a San Juan. Poco tiempo pasó para que se enamoraran y tuvieran a su primera hija, la hermana mayor de Luisa. Nuevo años después concebirían a la protagonista que hoy celebra sus memorias con la comida.
Derribando cualquier tipo de mito sobre las edades, pese a los casi 70 años de vida que lleva encima, es dueña de una voluntad envidiable y, por tanto, trabaja toda la semana para que cada fin de semana pueda recibir a sus clientes. Con las restricciones por la pandemia, cuenta que los sanjuaninos la redescubrieron y su casa de té explotó.
Es que encarna un turismo de experiencias, cada vez más requerido por los sanjuaninos. En este caso, la historia y la cultura se mezclan para ofrecer una propuesta que es el reflejo de la gastronomía argentina, un crisol de razas y ollas.
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Luisa junto a su compañero de vida Jorge.