Más de tres décadas pasaron desde la decisión que cambió el camino de una familia y miles de turistas. Una sarmientina, llamada Lucy, vio una oportunidad en la casa de sus padres, ubicada a metros del control policial que une San Juan y Mendoza, y comenzó a vender tortitas, café y la exqusitez del lugar: los sánguches de jamón crudo. Con el correr de los años, el emprendimiento se transformó en un negocio comandado por mujeres y una parada obligatoria para viajeros y trabajadores de la zona.
El legado de Lucy lo continuaron las mujeres de su familia, como el caso de su sobrina Mary Morales. Hubo cambios en el sándwich original, pero todavía son muy codiciados en el paraje. Varios turistas recorrieron kilómetros y kilómetros de la Ruta 40 con el único motivo de comprarlos.
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Los sánguches se convirtieron en el producto más codiciado del límite entre San Juan y Mendoza.
El pan y el jamón crudo son los dos únicos ingredientes del sánguche. La vendedora sabe perfectamente que el pan es fundamental. Es un verdadero monstruo que puede alimentar a todo un pueblo. Todas las noches lo amasan, durante la madrugada lo dejan reposar y en la mañana queda listo. “Nos dijeron que es el más rico que comieron”, contó Flavia, nieta de Mary. Cada tres días viajan a la ciudad para comprar el jamón crudo, y al momento de la preparación, deciden cortarlo bien finito para que los hilos no molesten en la dentadura de los comensales.
Mary y su hermana están a cargo de la atención del negocio. Cambian los turnos cada quince días. El sacrificio es demasiado, pero no hace escándalos porque ama su trabajo. Está acostumbrada a la rutina, a mantener la herencia familiar, y principalmente, a las necesidades de su casa y los clientes.
Embed - Los sánguches de jamón crudo que unen a San Juan y Mendoza gracias a una tradición de mujere
Sabe perfectamente que no hay horarios para vender sánguches. Debe levantarse muy temprano y volver a casa muy tarde. Pasadas las 6 de la mañana ya está arriba. Acompañada de su nieta Flavia, sale de su hogar –ubicado a 18 kilómetros del control policial- y la espera el gran dolor de cabeza de cada jornada: hacer dedo en la ruta. “Mucha gente nos conoce y son ellos quienes nos acercan al negocio”, dijo y agradeció a los camioneros, turistas y bomberos que pasan todos los días por el puesto.
El menú del local gastronómico es variado. Cuentan con café, tortitas, semitas, lomitos y hamburguesas. “Compro acá porque los precios son baratos, y más que en el centro”, dijo Maxi, un bombero habitué del local. Mary recordó que antes había más ventas. Hace varios años las tortitas se volaban y ahora cayó el consumo por los hábitos alimenticios de la gente. “Vemos que se cuidan más. No compran porque tienen grasa o chicharrón, o el jamón crudo por la sal”.
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El puesto está ubicado frente al control limítrofe de la Policía local.
El dinero ganado le alcanza para mantener a su familia y pensar el próximo día. La crisis económica impide planificar a largo plazo, invertir o darse algún gustito.
La tradición, a cargo de las mujeres
Los roles en el clan Morales están más que claros. Mientras los hombres se dedican al campo y la albañilería, las mujeres serán las encargadas de manejar el negocio familiar, confirmó Mary.
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Mary y su nieta Flavia Silva. Ambas sueñan seguir con la tradición de las mujeres sangucheras.
Flavia conoce muy bien este contrato tácito. La joven admite que su abuela y sus tías se desviven por el trabajo, y al ver ese esfuerzo, espera continuar con el legado impulsado por mujeres.
La anécdota paranormal
No fue la primera entrevista que Mary brindó a los medios. Hay un antecedente ocurrido cinco años atrás aproximadamente. En aquella oportunidad, la vendedora fue consultada por el presunto avistamiento de OVNIs en la zona.
Mary conoce muy bien una historia. Confesó ser testigo de dicha aparición. Tenía siete años cuando observó platos voladores cerca de las torres aledañas al puesto de San Carlos. Terminó muy asustada: “Iban y venían. Eran dos, muy grandes y luminosos. Parecían lunas”.