Simón Peña Figueroa tiene 84 años que no parecen y su conocimiento general de la historia, de la geografía y de las personas, impresiona.
El hombre que sabía demasiado es como un Wikipedia de carne y hueso, por eso el título viene perfecto aunque no tenga nada que ver con la película homónima de Alfred Hitchcock. Es médico, creció y vivió en Pocito, y es el más destacado investigador y escritor de la historia departamental.
Guarda en su memoria fechas, personajes y detalles desconocidos por la mayoría y olvidados por el resto. Simón Peña Figueroa tiene 84 años que no parecen y su conocimiento general de la historia, de la geografía y de las personas, impresiona. Memoria prodigiosa dirán.
Se define como no creyente, amante del tango, cultivador eterno del saber, lector empedernido, cinéfilo fanático y hasta campeón de billar; médico emergencista, investigador y escritor compulsivo. De Pocito, no le quedó piedra sin levantar.
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Tiene publicados ocho libros: “Pocito, raíz y destino”; “Por el Médano”; “Las primeras lluvias”; “Voces de leyenda”; “Tierra sobre el escritorio”; “Cola de zorro”, “Diez sonetos miserables” y “Poemas veredes”.
La Universidad de Comahue editará una antología poética en la que incluirán textos de Simón Peña Figueroa, versos seleccionados por exdocentes de Letras de esa casa de altos estudios.
Hace nueve años que vive en Córdoba, desde allí envió a esta cronista extensos audios que rebosaban de detalles insólitos de su vida.
Simón sabe tanto de tantos temas, ha leído tanto, que en su oratoria un tema lo lleva a otro tema y éste a un detalle que lo lleva a una fecha, a un personaje, a un color, a una rima, a un pájaro que en su vuelo se lo lleva y no vuelve.
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Juan Peña y Purificación Figueroa.
Sus padres llegaron de España, Juan Miguel Peña Rivas su papá, nacido en Granada, y Purificación Figueroa Fernández, oriunda de Almería. Su padre fue hasta cuarto grado y su madre eraanalfabeta, no eran religiosos y no tenían simpatía por la política.
Por eso, aunque Simón fue ocho años a un colegio católico, nunca fue bautizado ni recibió ningún sacramento.
En su casa jamás se habló de política nide religión, los únicos temas eran el campo y el trabajo, el carneo, la siembra y la madre patria.
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1946, Simón en la plaza Aberastain.
“Mis padres iban a alguna misa de difuntos pero sin conciencia, sin conocer mínimamente nada de la iglesia. A mi casa iban muchos políticos… a los carneos, iban a comer lomitos de cerdo o jamón, sobre todo radicales y bloquistas”, relató.
“Mis padres fueron el ejemplo… (se emociona)… mi madre no sabía leer ni escribir, porque la mujer nunca tuvo ni tiene hoy en esta sociedad el lugar que se merece. Mi madre se enamoró de mi padre porque era muy trabajador ”, dijo Simón en una entrevista radial.
Los Peña Figueroa eran gente de trabajo, bondadosa, de gran corazón para con vecinos y amigos; integrados a su comunidad. Los hijos siempre tenía todo lo que necesitaban.
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1948, en la plaza 25 de Mayo, Simón con su madre.
“He tenido una infancia agradable, con apego a los libros, obediente y tímido. Éramos poco demostrativos del afecto porque así eran comúnmente todos antaño. Pero jamás vimos discusiones ni gritos”.
La primera casa que recuerda Simón es la del Médano de Oro, en calle 10, a 600 metros de la Alfonso XIII, una zona con un puñado de viviendas salpicadas entre las fincas. Era zona de bañados y totora, con calles que eran huellas.
En la calle 11, en un galpón que fungía de escuela, hizo el Primero infantil y superior, era la Escuela Nacional 74, hoy es la escuela Héctor Conte Grand, que fue quien donó el terreno para el edificio.
En 1948 habilitaron una de las primeras casas antisísmicas después del terremoto de 1944, era la de Peñasobre calle Mendoza antes de Calle 10, allí se mudó la familia en septiembre, Simón tenía 8 años. Fue ese año cuando decidió enseñarle a escribir a su madre “guiando su mano con la mía”.
Con ese cambio de domicilio llegó el pase a la escuela Antonino Aberastain, en el edificio antiguo. Simón habló con amor, admiración y respeto de todas sus maestras, las recuerda a todas, y las ensalza como las educadoras entregadas que eran.
“¿Vacaciones? No existía la palabra vacaciones, en mi casa se trabajaba de lunes a sábados y los domingos también porque se preparaba la carga para llevar a la feria el lunes, los tomates, uvas o melones. Teníamos un sulky para la familia, una carretela liviana y un carro grande para ir a la feria”.
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1951, 4to grado Colegio Don Bosco, Simón sentado abajo, el primero a la izquierda.
Llegaría luego otro pase escolar y luego de tres meses en la Escuela España ingresó al cuarto grado del colegio Don Bosco, en la Ciudad. Eso significó que Simón debía levantarse a las 6 de la mañana, preparaba cuatro litros de café para toda la familia y a las 7 ya estaba esperando el colectivo, el 16 de la empresa Mayo, que lo llevaba a la escuela.
Nunca le costó estudiar, al contrario, todo le parecía fácil y esta habilidad lo apuntaló para estar siempre entre los mejores promedios.
Ya en primero y segundo año empezó a leer más allá de lo que le imponía el currículo escolar, como Cervantes, Bécquer o Garcilaso de la Vega; leyó todos los clásicos, y después las novelas de aventura, Verne, Salgari y más.
“Ahí empecé a ver otro mundo, un mundo sin doctrinas, sin imposiciones, y a pensar que existía otro mundo. Los filósofos alemanes que me alumbraron de una gran forma, me dieron dudas que me generaron nuevas dudas y nuevos conocimientos, así fui generando mis propias ideas”.
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1998, en la tumba de A. Yupanqui, Córdoba.
Una día, un Simón adolescente le preguntó con total inocencia a un sacerdote-maestro: ‘¿Qué significa estar encinta?’; el cura lo miró con picardía y le dijo: ‘No preguntes esas cosas’.
Como era en esa época, el conocimiento había que buscárselo.
También recordó que en el año 1955, los curas festejaron abiertamente el derrocamiento de Perón.
En el ‘56 lo llevaron a una competencia de saberes religiosos a Rosario. Simón ganó. Al regreso, en Río Cuarto pararon para almorzar. Tenía 15 años, tomó su valijita y junto a otro compañero tomaron un colectivo para Córdoba, estuvieron cuatro días y volvieron. Gran alboroto gran.
Después de eso las notas de Peña empezaron a bajar sin que el nivel académico del joven hubiera cambiado. “No sumé siete para no llevarme una materia cuando jamás bajaba del ocho. Era sospechoso, pero tuve que rendir matemática ese año, el mismo alumno que los curas ponían de ejemplo”.
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1964, con su hermana mayor en una fiesta familiar.
Cuarto año fue “tormentoso”.
“Peñita ¿qué te pasa? me preguntó el director del hospital, porque yo no podía caminar rápido, siempre me quedaba último y nunca nadie se preguntó por qué en la escuela.
Me sacaron de la fila y me dejaron parado al lado de una columna en medio del patio con las manos atrás, ese cura se la agarró conmigo, pretendía tenerme ahí toda la mañana. Cuando el patio quedó vacío, yo avancé al grado, saqué mis libros y sin hablar me fui del colegio. Dijeron que me habían echado, me fui solo y en silencio”.
Tenía 16 años y carácter suficiente para no soportar una injusticia.
Simón nació con espina bífida y ese era el problema físico que le impedía ir al ritmo de marcha del resto, pero lo descubrió cuando estudiaba medicina. Aun así, en esa época, jugaba al fútbol y hasta compitió en los Juegos Evita. “Me gustaba el fútbol pero me sentía mejor cuando me sentaba, sentía gran alivio y era por eso”.
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1964, foto tomada por su amigo «Gandul».
En Don Bosco el director, el cura Antonio Garbini que era su protector, estaba ausente con parte médico y se negaron a hacerle el pase a otra escuela, perdió el último trimestre de ese año.
Pidió rendir de forma libre cuarto año en el Colegio Nacional y aunque era algo curioso para la época lo aceptaron, así rindió siete materias.
Cuando volvió el director titular de Don Bosco, Peña volvió al colegio, lo acompañó al curso y les habló a todos para que, como se diría hoy, no lo acosen ni lo ‘bulineen’.
Fue una bisagra, Simón pasó de ser el alumno ejemplar del colegio con conducta MB, a ser alumno de conducta R (regular), sin que su actitud de respeto hacia toda la comunidad educativa hubiera cambiado.
El último año fue más tranquilo y Simón se dedicó a dar por terminada esa etapa para abrazar lo nuevo que se venía, fuera de San Juan.
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1962, Simón y su Renault. Práctica médica
-¿Por qué estudió medicina?
– Nací médico y lo balbuceé ipso facto. Yo a los seis o siete años ya sabía qué quería, tenía una premonición de mi oriente profesional, apegado siempre a los libros, yo debo haber nacido pegado a una página. Ya con el título, yo siempre fui médico, me gustaba estar en mi consultorio y me gustaba escribir.
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1964, en Clínica Vélez Sarfield, Practicante interno.
Simón estudió Medicina en la Universidad Nacional de Córdoba, donde también dio sus primeros pasos en la profesión en el Hospital Córdoba, en la Clínica Privada de Córdoba y la Maternidad Nacional.
Ya recibido volvió a la casa de sus padres, “M’hijo el dotor” volvía convertido en el orgullo de la familia. Pero para entonces el negocio de la chacra había cambiado y crecido brutalmente.
Su hermano mayor había comprado tierras en el límite sur de Sarmiento, tierras vírgenes a las que convirtió en vergeles productivas: 200 hectáreas de cebolla y más de 200 de parrales regadas con agua de pozos.
La cebolla se vendía en el Mercado de Abasto de Buenos Aires, a donde llegaban camiones cargados cada día; le pidieron a Simón que se encargara de venderla allá.
Atraído por las luces de la gran cuidad más que por la actividad mercantil, Simón se fue a Buenos Aires donde aprendió los secretos del mercado de la mano del socio de la familia, don Andrés Linares; mientras se hospedaba en el hotel Waldorf.
Durante tres meses realizó la tarea encomendada durante el día, pero las noches eranpara él y no desperdició ni una sola, conoció cada bar, cada teatro, cada lugar que le despertara curiosidad. Una vida de bacán.
Así conoció a las grandes figuras como Tita Merello, Nélida Lobato, Ámbar la Fox, Zulma Faiad, y a todas las grandes orquestas del tango.
Terminada la temporada de la cebolla decidió volver a San Juan a ejercer su profesión.
Trabajó en la sala 15 de Cirugía del Hospital Rawson, 4 años ad honorem y en Urgencias del mismo nosocomio, cuatro años.
En Pocito abrió la primera clínica (con especialidades) que incluyó el primer quirófano del departamento.
“Recuerdo al primer hombre operado (su esposa vive detrás de la iglesia). El Dr. R. Achilles y yo de ayuda, una fractura de húmero y radio. Luego hice varias cesáreas y atendí alrededor de 120 partos”.
Fue durante otros cuatro años médico en la Junta de Reconocimientos Médicos; y 12 años en el Hospital de Pocito, en la guardia, consultorios y puestos sanitarios.
También lo contó entre sus profesionales el Hospital Marcial V. Quiroga, con nueve años en Urgencias. Fue nombrado médico de planta luego de 36 años de ejercer la profesión.
Renunció al cargo en Salud Pública en 1977, “pero jamás obtuve respuesta y esto originó un absurdo triste, profesional y humano”.
Sin embargo, años más tarde, un amigo le pidió que se hiciera cargo de las guardias en el Hospital de Pocito “por unos días” que se convirtieron en 12 años. Mientras tanto seguía atendiendo en su consultorio particular en su propia casa.
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1996, consultorio Dr. A. Ilia, Cruz del Eje, Córdoba.
“Por autocriterio bien consolidado y manifiesto nunca me casé”, relató Simón. Sin embargo fue papá al adoptar dos hijos, hoy profesionales, uno médico y el otro licenciado en Comunicación.
Incapaz de poner freno a su curiosidad y sus ansias de aprender, Simón recorrió Europa, América y algunos países de África., “no porque fuera rico, pero tenía un buen pasar”.
Todo lo que aprendía lo dejaba registrado en papel, no vaya a ser que se escape algún detalle. “Podría haber sido escritor, o poeta o maestro, que es más que ser médico”.
“Mi madre decía una palabra que la vine a entender de grande, ella decía ‘BENDECÍOSEAERNIÑODIÓ’, que era ‘bendecido sea el Niño Dios’".
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«El submarino» en 1973.
Pocito a flor de piel
Más allá de haber crecido en Pocito y de conocer sus canales, sus calles y sus vientos como buen nativo, desde los 12 años la curiosidad lo llevó a recolectar datos e historias de su tierra.
“Apuntes múltiples, memoria familiar, entorno social, generaron un activismo siempre alerta, a lo que se fueron sumando apuntes, investigaciones en bibliotecas y archivos. Pocos saben hoy de ese paralelo interés”, dijo.
Todo lo que investigó fue plasmado en sus libros, que fueron impresos con fondos propios; “siete editados y uno que otro soñado, ilusorio, lírico”.
A pesar de esa fiel expresión de amor al terruño, Peña dijo que pudo irse a vivir a otra provincia porque nunca se sintió «soldado” (en el sentido más metalúrgico de la palabra), a Pocito, y que irse fue una decisión movida por razones psicoafectivas que no estaba dispuesto a compartir.
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2014, en San Juan.
“Pero no soy prejuicioso ni elíptico en este aspecto. Los pueblitos y sus gentes tienen modos idiopáticos respetables a los que adhiero. Fui cuatro años presidente de la primera Unión Vecinal, electo en Asamblea Pública de más de 700 vecinos en 1970”.
Decidió vivir en solitario el resto de sus días, meses o años, “lejos, solo, libre, sin ejercer (y nunca feliz). Poca risa, sonrisa, vuelo, ascenso, cultivo, razón, filosofar con el tiempo, el techo, los pájaros, plantas, silencios, poesía y desvaríos (¿y credo? quizás)”, confesó quien nunca quiso sentarse en el confesionario de la iglesia.
Sus libros preferidos se ranquean así: “El principito”, “Juan Salvador Gaviota”, “Platero y yo”, “El hombre mediocre”, “Recuerdos de Provincia”, más biografías y ensayos de diversos pensadores, filósofos y sociólogos.
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2025, entrevista en radio Punto 11.
-¿Cómo son sus días en Córdoba?
-Pensar, leer, leer, marcar, fijar, cincelar, mirar sin ayuda, ojitos escrutadores, vegetar. Escribir y corregir al infinito (ad libitum). Sentir. No tengo familia, de tantas que tuve hacen manojos de ensoñación, encanto y al acecho, cenizas cercanas.
Simón Peña Figueroa, el ateo, el rebelde, el cuestionador de dogmas, hoy vive en Alta Gracia.