Luis Collado es uno de los personajes urbanos más conocidos de Rivadavia y Desamparados, como así también uno de los más solicitados, ya que es el único afilador de la zona que todos los días recorre las calles y advierte sobre su presencia a los potenciales clientes, con un sonido particular.
A bordo de su bicicleta, a la que llama 'Negrita', el hombre de 56 años que decidió continuar el legado de su padre trabaja como afilador desde hace 30 años cada mañana sale en busca del pan, sin importar el intenso calor, la inclemencia climática o el día que sea. Es que el protagonista de la nota cuenta que hasta los domingos cumple tareas, siempre que sea requerido.
Don Luis, el afilador del pueblo
"Mañana es sábado, hay que trabajar. Pasado mañana es domingo, también hay que trabajar si hace falta. El lunes corre viento y viene la lluvia, igual hay que trabajar", expresa y agrega: "Es la única manera de salir adelante en este país que frena al independiente".
A pesar del paso del tiempo, el afilador recuerda aquel 26 de enero de 1992 cuando se subió por primera vez a la bicicleta estilo inglesa, totalmente adaptada para afilar lo que fuera y conoció el oficio.
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Con un sistema a pedal, el mismo rodado está equipado con la piedra y las lijas que se mueven para completar el trabajo. Al mismo tiempo, una estructura mantiene en pie la bicicleta y, cual si fuera un ciclista precalentando, Luis afila la pieza que necesita ser mejorada. "Todo es tracción a sangre", explica entre risas quien es devoto de la Difunta Correa y por ello luce sus cintas rojas en la bici.
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Entre lo más común, el entrevistado cuenta que las tijeras y los cuchillos son los elementos que habitualmente suele afilar, mientras que lo más raro que te tocó mejorar fue una catana de ninja, al igual que un cuchillo curvo, como si fuera de guerra.
Padre de 7 chicos, 4 varones y 3 mujeres, y esposo de una mujer a la que considera el pilar de su familia, María Teresa, el hombre oriundo de Chimbas confiesa que vivió muchas crisis económicas, aunque nunca bajó los brazos y siempre con trabajo logró salir adelante. "El trabajo hay que llevarlo muy adentro, hay que cuidarlo y apreciarlo", sostiene.
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Si bien al principio la única forma de atraer clientes era con su distintivo silbato, para alertar que se encontraba en la zona, Luis detalla que ahora se modernizó y por tanto se maneja con el celular. Cada vez que lo necesitan, sus clientes le envían un mensaje y al ratito él se hace presente. Cocineros, carniceros, modistas (también diseñadores) y peluqueros son quienes más lo demandan.
Cuando era más joven solía irse hasta Albardón, 9 de Julio y Angaco. Sin embargo, asegura que el paso de los años hizo lo propio y el radio de circulación se achicó. Ahora, también llega hasta la Ciudad Capital, Chimbas y Rawson.
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Si hace calor, dice que usa una gorra y mangas largas para cuidarse del sol, mientras que si hay viento, una campera le sienta bien. Lo que no le falta nunca al abuelo de 8 nietos es la radio a pilas que lo acompaña en todos sus recorridos, por lo que en épocas de Mundial el sonido habitual son relatos de los partidos.
Aunque reconoce que los oficios poco a poco se van perdiendo, manifiesta que las épocas de crisis son la oportunidad para que resurjan, puesto que en lugar de desechar lo que se rompió, la gente busca la manera de extender su tiempo de vida. "Hoy conviene más afilar una tijera, que comprar una nueva", expresa.
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Con el deseo de que su hijo más chico, Alan de 17 años, sea quien continúe con el rubro cuando él ya no esté, Luis admite que le gustaría que el oficio no se pierda. Es que cada vez son menos las personas que se dedican a afilar de la manera en que él lo hace y por tanto se ilusiona con que el menor de sus hijos sea el heredero del oficio.
Creyente, luchador, guardián de los suyos y venerador de la "cultura del trabajo", se despide con un mensaje de esperanza y valioso para los tiempos que corren: "Lo único que vale en esta vida es el trabajo y es lo que les enseñé a mis hijos".