Ariel Giaccaglia, oriundo de San Juan, no es un motociclista cualquiera. Con 46 años de trayectoria guiando mototours, acaba de alcanzar un hito que pocos pueden siquiera imaginar: realizó el viaje número 15 en moto a Machu Picchu, el emblemático santuario inca en Perú, considerado un ícono del motociclismo latinoamericano.
“He estado 15 veces en Machu Picchu. La verdad que cada vez que pienso solamente en volver a ese lugar me produce un placer tremendo. Es el ícono motociclístico de Latinoamérica. Todo el mundo quiere llegar hasta allá. Yo de solo pensar que voy a estar ahí ya estoy emocionado. Me encanta ese lugar, me encanta verlo, me encanta Perú, me encanta llegar al Cusco con la proximidad que tiene de Machu Picchu, Yantaytambo, Aguascalientes. La verdad que produce una adrenalina diferente y una vez que estás en ese lugar mirando el paisaje, la paz que uno tiene es fantástica, es divina. Y la verdad que me hace mucha ilusión llevar gente sabiendo lo que se siente estar en esos lugares”, comparte Ariel.
Otro de los viajes a Perú, esta vez mixto
El viaje hasta Machu Picchu no es un paseo. Son miles de kilómetros de rutas complejas, ripios, cambios climáticos y culturas diferentes que Ariel ha aprendido a conocer y respetar. “Nosotros al viajar a países tan diferentes en el mundo, con culturas tan pero tan disímiles, es realmente fascinante ver cómo se desarrolla cada una de ellas. Estoy hablando desde la forma de vivir, los lugares donde viven, sus casas, sus formas de transitar el mundo, la cultura que cada uno tiene ancestralmente metida en su cabeza y los hace moverse de cierta forma, que es completamente diferente de un país nórdico, Alaska, un país del centro de Europa, del sur de Sudamérica”, expone.
"Todos los viajes ayudan a crecer", dice Giaccaglia "Todos los viajes ayudan a crecer", dice Giaccaglia
“Y la verdad que eso se lleva muy bien porque nos ayuda a crecer mucho, a comprender muchas cosas y a ser, sobre todo, más tolerante y paciente porque las realidades de cada cultura son tan, pero tan diferentes, que uno empieza a comprender muchísimas cosas todo el tiempo. Y si tiene esa percepción de poder mirar las diferencias, por mínimas que sean, o por groseras que sean, en cada cultura, uno está hecho…”, explica.
Ariel Giaccaglia, en el centro, de amarillo, en Machu Picchu
Recordar sus primeras experiencias le produce una mezcla de nostalgia y orgullo. “Sin duda fueron los primeros viajes, allá fines de los 90, principios de los 2000, porque no teníamos información. Era muy difícil conseguir información, hablo de GPS, de hoteles, de rutas, de muchas cosas. En ese momento, cuando yo hacía este viaje que desde mi provincia son 6.800 kilómetros, hacíamos mil kilómetros de ripio entre lo que hacíamos en Perú y en Bolivia. Eso era muy desafiante porque la inestabilidad social que había en esos momentos hacía que fuera muy incierto que pudiéramos cumplir el objetivo diario de los kilómetros y los parajes de los lugares donde teníamos que dormir, porque teníamos muchos cortes de ruta, las rutas desaparecían con las tormentas. Era realmente muy, muy, pero muy importante la logística de las alternativas que teníamos que tener para hacer todo eso”, recuerda.
Una selfie para el recuerdo
Para Ariel, el secreto de estos viajes está en la paciencia y la preparación. “Yo le diría a quien sueñe con hacer este viaje que primero que nada hay que ser muy paciente en el día a día y no ser optimista en la programación de los días. Siempre hay que poner mucho más días de los que pensamos porque todos estos viajes en estas condiciones, sobre todo al llegar a Perú y estos parajes tan bonitos que hay en ese país, todo es mucho más lento de lo que imaginamos en nuestro país en Argentina”, señala.
“Hay que tomarse todo con mucha calma, programar todo muy bien. No hay que viajar de noche y hay que tomar en cuenta el tema del combustible, que en ciertos lugares no se consigue tan sencillamente. Siempre hay que llevar comida en nuestras motos, siempre hay que llevar agua, y sobre todo tener la visión del motociclista de cuidarse todo el tiempo, de frenar antes, de acelerar después, de tomar en cuenta que estamos muy lejos de nuestras casas y cualquier respuesta que necesitemos en algún momento se va a complicar bastante”, añade.
Machu Picchu, viaje número 15
Ariel no solo se mueve por la adrenalina de recorrer kilómetros. Cada viaje es también una oportunidad de contacto humano. “Viajar en moto desde hace 46 años me enseñó que desde los aromas del camino hasta la visión periférica que uno tiene desde el casco es todo muy diferente a ir encerrado en un auto o viajar en avión. El avión te lleva al destino, conocés y después te trasladás sin ver detalladamente lo que está abajo. La moto nos da la posibilidad del contacto más genuino con la gente en la ruta, con los lugareños, conocés la idiosincrasia, la educación del manejo, los controles policiales que son realmente muy amables en Perú”, relata. Dice que turista lo tratan como si fuera un rey. “Realmente pareciera que lo somos”, señala.
“Me da una sensación fantástica poder pararme en cualquier lugar que yo haya determinado para poder mirar esta situación que se da en los caminos y en los paisajes y en las dificultades que aporta el motociclismo”, advierte.
Siempre Machu Picchu resulta una experiencia única
El viaje número 15 a Machu Picchu no solo es un récord personal, sino también una prueba del amor de Ariel por el motociclismo y el turismo de aventura. Ha visto cómo cambian los caminos, las rutas, la logística y las experiencias de quienes lo acompañan. Cada viaje es una nueva lección, una nueva oportunidad de aprendizaje y un motivo para enamorarse nuevamente de Sudamérica.
“No hay dos viajes iguales. Cada vez que vuelvo a Machu Picchu encuentro algo distinto. La gente cambia, las rutas cambian, los paisajes se ven distintos según la estación. Y eso es lo que hace que cada viaje sea único. No hay rutina, no hay repetición. Es algo que se siente con intensidad y que deja una marca en el corazón de cualquiera que se anime a recorrerlo”, asegura.
Su experiencia también sirve de guía para quienes sueñan con emprender un viaje similar. “Siempre digo que hay que programar con tiempo, prever todo, pero también dejar lugar para la improvisación. La belleza de estos viajes está en lo inesperado: un desvío por un camino secundario, un encuentro con personas locales, una comida típica que no estaba en nuestros planes. Todo eso enriquece la experiencia y te hace aprender, no solo sobre el país que estás visitando, sino sobre vos mismo”, concluye Ariel.
Tras 46 años en la ruta y 15 visitas a Machu Picchu, Ariel Giaccaglia no solo se ha consolidado como guía y referente del mototurismo en San Juan y en Latinoamérica sino también como un personaje lleno de pasión, disciplina y respeto por la diversidad cultural y geográfica de nuestra región. Cada viaje, dice, representa no solo kilómetros recorridos, sino emociones, aprendizajes y recuerdos que ningún otro transporte puede ofrecer.
Para Ariel, Machu Picchu no es solo un destino: es un símbolo de aventura, un desafío permanente y, sobre todo, una fuente de inspiración que lo impulsa a seguir rodando, enseñando y compartiendo con otros la magia de descubrir el mundo sobre dos ruedas.