Nació detrás del larguísimo mostrador, a los pies de su abuelo. Después, ayudó a su padre a hacerse cargo del lugar y ahora es él quien lo administra. Desde allí, observa y analiza como un experto los cambios de costumbre de los sanjuaninos, mientras conserva como joyas los muebles y máquinas que se usan en lugar hace casi un siglo. Entre sifones y tetras, José Luis Garcés, es el actual dueño de la Confitería Garcés, el bar que lleva 95 años congregando a jachalleros y visitantes, a la vuelta de la esquina de la plaza del departamento del Norte.
Como si leyera una línea del tiempo, José Luis cuenta que, la confitería fue fundada por su abuelo Salvador Garcés Sánchiz y su abuela, Pilar Templado Navas, en 1928. Ellos tuvieron siete hijos y dos de ellos, Salvador y Vicente, fueron quienes tomaron la posta familiar en los años ’70, cuando don Garcés falleció. Pero ellos murieron en 2005, con 28 días de diferencia y fue ese el momento en que José Luis, se puso el repasador al hombro para hacerse cargo del lugar junto a uno de sus hijos y su hermana. Aún así, el hombre de 64 años cuenta: “Yo ya venía con ellos. Desde el año ‘78 he estado permanente con ellos acá. He dado vueltas por este lado del mostrador toda la vida”.
Actualmente, la confitería más tradicional de Jáchal, abre todos los días en la mañana temprano y a las 14 cierra. Para retomar la actividad a las 17 y permanecer abierta hasta alrededor de las 21. “Pasó algo muy raro. Después de la pandemia, que nos cerraron, se me murió la noche. Ya no era tan fuerte como antes, pero venía gente, jugaba a la generala, tomaba un vinito, conversaba. Eso se murió”, se lamenta el jachallero.
Y cuenta que, “muchos de los clientes que venían a esa hora murieron, algunos por el famoso COVID, otros por cuestiones naturales y también, yo creo, que es un cambio generacional en el formato de vivir de este tipo de negocio. Hoy ves los negocios y son de pecera, todos quieren estar mirando a la calle, a otro ambiente. Creo que eso influye mucho también los cambios”. Mientras tanto, señala su salón con forma de L, que tiene la puerta en uno de los extremos y hacia adentro se ve como un espacio cerrado, ajeno al exterior.
“En esta confitería yo conocí a Eloy Camus, que fue gobernador en los '70. Conocí a diputados, senadores. A nivel provincial muchas personas importantes han venido, Gioja siempre venía mucho. Y también llegaban personas conocidas del ámbito de la cultura, del canto, de la poesía”, José Luis, dueño de la Confitería Garcés. “En esta confitería yo conocí a Eloy Camus, que fue gobernador en los '70. Conocí a diputados, senadores. A nivel provincial muchas personas importantes han venido, Gioja siempre venía mucho. Y también llegaban personas conocidas del ámbito de la cultura, del canto, de la poesía”, José Luis, dueño de la Confitería Garcés.
En tono de nostalgia, el hombre cuenta además que, “antes, en todos esos salones que están para allá –al costado del espacio limitado que ocupa hoy la confitería-, había dos billares y estaban llenos de mesitas, donde se jugaba al ajedrez, al dominó, a las cartas, a la generala. Todo ese grupete de viejos de aquellos tiempos jugaba. Y en el patio, los fines de semana, se hacía bailes sociales. Siempre había un tango, una milonga, los ritmos de aquel tiempo. Pero eso fue lo primero que cambió. Yo creo que el último evento de ese tipo que se hizo acá fue para el casamiento de una prima mía, y mi prima hoy tiene 80 años ya”.
Y agrega: “Después achicaron el lugar. Y así, va cambiando todo. La clientela se va yendo por cuestiones de edad y no hay una renovación de esa clientela en este tipo de lugares, pasa en todo el mundo, es como que van quedando afuera”.
Más allá de esos cambios, José Luis tiene bien estudiada la clientela actual, para poder atender según cada necesidad. “A la mañana es cuando más gente viene, por el tema de cafetería, después al mediodía también, es como que va mutando la clientela. Por ejemplo, en la mañana está la clientela de la zona más alejada, por ejemplo, de Las Pampas, de Niquivil, de Huaco, algún visitante que anda por Jáchal por algún motivo. Y al mediodía ya es como que está más el lugareño, de más cercanía. En la tarde aparecen generalmente algunos turistas, muchos del ámbito profesional, educativo y otros foráneos. Ingleses, belgas, de todos lados. En la tarde es como que es están más relajados y andan caminando, conociendo, paseando”, grafica.
Las joyas de su abuelo
“Acá vendemos bebidas, todo lo que se refiere a cafetería. Te puedo hacer una picadita para el vermucito, para compartir, pero no más que eso”, dice José Luis, mientras abre una antigua heladera de manija plateada y saca una cajita de vino con la que rellena el vaso del cliente que se acercó al mostrador.
En ese momento, cuenta que, “yo creo que uno de las cosas más icónicas que hay acá, por así decirlo, es este mostrador. No creo que veas un mostrador tan grande como este en ningún lado. Conservamos la mayoría del mobiliario, porque es la esencia del lugar. Tenemos la caja registradora antigua, una heladera, un exhibidor de origen inglés en el que ponemos los dulces, la balanza y hasta el molinillo del café, que tiene añares”.
Sin embargo, hay un elemento que se lleva, siempre, todas las miradas. “Para mí es normal, la veo desde que tengo recuerdo, pero lo que más llama la atención es esta caramelera. Todos me dicen que nunca vieron una caramelera así”, dice con orgullo mientras señala la estructura de metal con frascos de vidrio en forma de cápsula prolijamente acomodados sobre ella.
Más allá del paso de los años, pero en un entorno que parece conservar intacto, José Luis reflexiona: “A pesar de que la gente cambie, estoy acá. Yo nací en este lugar. Es lo que tengo. Es lo que decidí hacer. Es mi ingreso. Yo vivo más acá que en mi casa”, y sigue repasando el mostrador con una gamuza.