En el intenso y extenso camino que representa Pasiones del Interior, hay verdades que pueden ser aclamadas y una de ellas es que cada club sanjuanino tiene su magia. Es por ello que, al explorar el club situado al pie de las sierras de Valle Fértil, resulta sencillo entender por qué Don Riverito es parte de esa esencia, pues se trata de la historia de la institución en carne viva.
A sus 81 años y pese a los achaques en su salud, Serapio Rufino Riveros aún tiene cuerpo y alma para recorrer las instalaciones de la institución y, más importante todavía, para contar cuáles fueron los orígenes del Club Social y Deportivo San Agustín, en donde trabajó como dirigente y hasta hoy luce con orgullo los colores de la escuadra.
Emocionado hasta las lágrimas, el nacido en las Sierras de Riveros destaca que a pesar de haber sido uno de los clubes más jóvenes del departamento, ya que fue fundado en 1971, gracias al esfuerzo de su gente, creció a pasos agigantados y fue referente del fútbol sanjuanino en otras latitudes. Es que recuerda que, por la distancia con la ciudad Capital, las competencias en las que participaban eran contra equipos riojanos.
“Jugábamos en la Liga Chileciteña, nos conocían en todas partes. Nos hicimos conocer como vallistos”, destaca con satisfacción el hombre de boina y bastón, que también fue futbolista en sus años de juventud, y agrega: “Pese a que éramos el club más joven, hemos traspasado a los de Primera”.
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Arriba a la izquierda. De bigotes, brazos en jarra y sonriente, así lucía Don Riverito en su época de jugador.
Aunque reconoce que es el único socio que queda en pie de todos aquellos entusiastas que soñaron con darle vida al club, muchos de ellos empleados municipales del departamento, dice estar orgulloso porque “el club sigue parado” y ello hace valer la pena el sacrificio de los pioneros.
Agradecido por los dirigentes que continuaron el legado, tomaron las riendas de la entidad y que se ilusionan con hacer su nombre todavía más grande, Riverito remarca que todo se sostiene con pasión y por amor a la camiseta, cuando se trata de dar empuje a la institución. “He querido el club como si fuera mi casa y estoy feliz porque sigue aquí”, confiesa con la voz quebrada.
Emprendedor y trabajador, el protagonista no sólo resalta en el Valle por su vínculo con San Agustín, sino también por su labor en el Camping Municipal, en donde vivió por y para él. Junto a su familia, fue el encargado del lugar, recibió a miles de turistas de todas partes del mundo que hasta hoy lo recuerdan.
En su honor, el camping que un principio fue propiedad del Automóvil Club fue bautizado con su nombre, “Don Riverito”. Allí, él, su esposa (fallecida) y sus cuatro hijos fueron anfitriones para el turismo que visitaba el Valle de la Luna, por lo que siempre les inculcó la cultura del esfuerzo y les enseñó a querer al albiceleste del Valle.
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Su hija, Rosana Riveros, detalla que el ex dirigente llevaba a toda su familia al club los días de los partidos, que eran los primeros en llegar y los últimos en irse, que lavaban los equipos de los jugadores y que habitualmente hacían empanadas, semitas y demás alimentos para vender y colaborar con la institución.
Como el cuerpo y los años pasan factura, la leyenda viva de San Agustín no es la excepción y, tras sufrir algunos problemas en la columna, lo que lo limita en sus movimientos, también afronta una degeneración en su audición y la visión. Esto último es irreversible y, a sabiendas de que podría perder la vista, Riverito señala que va a disfrutar al máximo ver flamear los colores de su equipo.
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Don Riverito, junto a su familia en un día de camping
“El club no tiene que desaparecer, para mí es un orgullo tener los colores de la Bandera nuestra, el celeste y el blanco”, declara y, con la camiseta en sus manos, mientras besa el escudo, sentencia: “ Antes de morirme quiero ver al equipo en la cancha y ver por última vez estos colores ”.
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