Por Eduardo Camus
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SUSCRIBITEEl invierno llegó hace rato, y se va a poner más cruel. Otra vez la misma receta nefasta: agacharse ante el FMI y ajustar a los trabajadores.
Por Eduardo Camus
Viene la cosa por más que sea injusta y ofenda
Viene la cosa a exhibir desparpajo total
Viene la cosa invocando lo que le convenga
Porque ha pasado de moda la noble moral
[..]
Y saco bien la voz, y al pan le digo pan,
porque viene una cosa que solo la sinceridad destroza.
— Silvio Rodríguez
Tengo que ser absolutamente sincero: esta semana ha sido una de las más difíciles para escribir esta columna en Tiempo de San Juan. Me costó contener una pulsión intensa de mandar a más de uno bien a la mierda. Ganas no faltan. Estoy cansado, harto, con náuseas de ver cómo nos mienten en la cara, cómo saquean el país sin pudor.
En casi todas las charlas que comparto, hay un punto de coincidencia: una tristeza profunda que recorre el cuerpo de forma integral y cabal. Una mezcla de impotencia y angustia en niveles altísimos, al ver cómo se aleja la posibilidad de realizarnos como país y personalmente.
Estamos tristes. No solo por lo que nos arrebatan, sino por la forma en la que lo hacen. Porque fue un shock planificado, premeditado, brutal. No se trató de medidas económicas aisladas: fue una embestida directa a nuestra dignidad, a nuestra posibilidad de imaginar futuro. Nos partieron con una estrategia de disciplinamiento social y emocional. No fue solo ajuste: fue humillación. Motosierra, desprecio, odio y hasta burla desde el atril del poder.
El psicótico de Milei presentó su programa de gobierno como un "shock de ajuste", pero lejos de ser una idea original, responde a una vieja receta neoliberal impulsada por la Escuela de Chicago y analizada por la autora canadiense Naomi Klein en su libro La doctrina del shock. Esta estrategia consiste en aplicar medidas económicas extremas y repentinas —como recortes, devaluaciones y pérdida de derechos— para paralizar a la sociedad, impedir la organización y la resistencia, y avanzar en una transformación regresiva del Estado. El impacto no solo es material, sino también psicológico: destruye la capacidad de reacción del pueblo y atenta contra la esperanza de millones. Lo más grave es que afecta a todos, menos al puñado que siempre salen ganando.
En este contexto, el gobierno firma un nuevo acuerdo con el FMI, impagable, y sobre todo cargado de reformas estructurales que buscan consolidar el modelo de exclusión. Todo esto ocurre en una sociedad ya golpeada por años de crisis, desmovilización y desencanto. La pregunta inevitable es: ¿contra quién es esta "economía de guerra"? Porque el pueblo no puede ser el enemigo. Frente al intento de instalar una nueva etapa de saqueo y desigualdad, el desafío es resistir desde la organización y la solidaridad. No se trata solo de defender derechos, sino de recuperar la posibilidad de soñar con un país donde vivir bien y en paz no sea un privilegio, sino una realidad compartida.
La tristeza que sentimos no es resignación. Es dolor como argentinos. Es la conciencia de que este modelo económico está diseñado para rompernos. Para convencernos de que no hay alternativa, de que debemos conformarnos con sobrevivir mientras los de arriba festejan en dólares lo que a nosotros nos cuesta hambre.
No podemos seguir con la cabeza metida bajo tierra, como el avestruz, mientras destruyen lo común y avanzan sin freno. "Imposible prestarle atención a la interna peronista con la jubilación mínima en $280.000", decía una placa de Crónica TV. Y es una gran verdad. No logramos salir de la pelotudez de la interna que tanto daño le ha hecho a la provincia y al país. Seguimos sin dar ese primer paso necesario para construir una alternativa real y concreta frente a los enemigos de la Patria.
Los jubilados con dignidad admirable nos están marcando el camino, hay que sacudirse y seguir. Que resistir también es no dejar que nos venzan entristeciéndonos.
Vivimos en una dualidad permanente: por un lado, la escena terrible del encuentro con lo siniestro que puede surgir en cualquier rincón; por otro, un país profundamente bello, con personas amables, comprometidas y solidarias. En la misma calle donde reina la desesperanza, hay pibes y pibas organizándose para dar clases en los barrios populares. Somos un país en disputa.
No vamos a repasar los 21 acuerdos anteriores con el FMI. Basta con googlear las tapas de los diarios de 2001, 2018 o las de hoy: ajuste, reforma jubilatoria, flexibilización laboral, privatizaciones. ¿En qué es distinto este momento? En nada. Absolutamente en nada. Solo es una profundización brutal y acelerada del mismo plan de entrega y miseria. Es el “segundo tiempo” de Macri, sin maquillaje.
“Veo cómo el orgulloso pueblo de este país nuevamente cree en su futuro, y creo que Estados Unidos debe ser parte de eso”, dijo Scott Bessent, Secretario del Tesoro de EE.UU. A confesión de parte, relevo de prueba, se dice en los pasillos de Tribunales.
¿Pero qué significa que EE.UU. sea parte de nuestro futuro? ¿Qué ganan ellos? ¿Con qué les pagamos? ¿A qué país le fue bien tomando cada vez más deuda con los yanquis? ¿Les importa si tenemos tierra, techo y trabajo? ¿Esto es una nueva etapa de relaciones soberanas o la misma película colonial de siempre?
Las respuestas son obvias. Nadie con dos dedos de frente, un celular en la mano y un cachito de sensibilidad puede no darse cuenta del camino por el que nos están llevando. Pero permítanme quedarme con lo que le respondió Perón al embajador Braden: "En mi país, al que hace eso se lo llama hijo de puta."
Hay que ser muy mal parido para vender, solo el viernes 11, 400 millones de dólares de las reservas del Banco Central y, el lunes siguiente, devaluar.
En un solo día, le regalaron dólares baratos a los mismos garcas de siempre, por el equivalente al presupuesto anual del CONICET, todo lo que necesita Bahía Blanca para recuperarse de la catástrofe, casi 1.800.000 jubilaciones mínimas en un solo día. Los caraduras después dicen que no hay plata.
Devaluaron, aunque juraron no hacerlo. Y lo anunciaron justo el día que la inflación volvió a dispararse, sobre todo la de los alimentos.
Devaluaron y prometieron aún más ajuste. ¿Cuánto más sufrimiento quieren?
Sabemos que la avaricia no tiene freno, pero también sabemos que, aunque festejen, el relato ya FRACASÓ. Ajustaron, tomaron más deuda con el Fondo, devaluaron y… los precios se les fueron igual. Fin.
El panorama es sombrío. Quienes militamos en lo político, lo social, lo solidario, o simplemente habitamos la calle sabemos en qué encrucijada estamos. Es un laberinto sin una salida visible. "Estamos en huelga de ideas", dijo Álvaro García Linera. Y aunque duela, es así.
Aun en este estado de desconcierto, no queda otra que asumir el momento, hurgar en sus complejidades, abandonar los lugares cómodos y las miradas equidistantes. Hay que seguir intentando, una y otra vez.
Se acabó el relato anti Casta, la realidad es superior a la idea. Gobierna para los de siempre: los bancos, los fondos buitres, las grandes corporaciones. Mientras tanto, al pueblo le ofrece motosierra, desprecio y burla. La doctrina del shock, tal como la describió Naomi Klein, consiste en eso: aplicar medidas despiadadas en tiempo récord para paralizar toda resistencia. No es solo un ajuste económico, es un ataque emocional y simbólico. Nos quieren sin sueños, sin memoria, sin futuro. Frente a esto, no queda otra que organizarnos, para enfrentarlos y vencerlos. Porque resistir no es aguantar: es construir una alternativa. Es nuestro deber patriótico. Y aunque el invierno arrecie, más temprano que tarde, florecerá la primavera.