Dicen que sólo los amados por su pueblo son llamados por su nombre y Ana es amada por más de 100 niños que van a tomar la leche en el merendero “Mi solcito”. Allí Ana es la que se animó a ser feliz después de 32 años de ser víctima de violencia de género. Ana fue por todo y hoy simplemente es mujer, de esas valientes que llenan el corazón y multiplican el amor.
Ana se casó a los 18, tuvo seis hijos, uno murió. A lo largo de su vida, sufrió golpizas hasta cuando estaba embarazada. Durmió en un colchón mientras su marido lo hacía en la cama. Fue rescatada de las lágrimas por su hija mayor. Trabajó como empleada doméstica cada vez que no había mucho dinero en la casa. Escuchó maltratos, y mil veces retumbó en su cabeza la palabra “puta”. Aguantó, aguantó y aguantó hasta que un día decidió darse una oportunidad.
“No me gustan las fiestas de fin de año, siempre la pasé mal. Uno siempre piensa en los hijos pero en un momento me dije: “¿Quién piensa en mí?”. Así fue como encontré el camino y decidí separarme”, contó Ana.
En los años de violencia se enfermó. Le diagnosticaron diabetes, es hipertensa y sufre de migraña crónica (dolores de cabeza constantes). El cuerpo manifestó años de tristeza pero de algún modo increíble, luego de dejar atrás los golpes y el maltrato, ya sufre menos dolores de cabeza.
Ana no cuenta mucho su historia, sólo los que la conocen la saben. Pero en el Encuentro de Mujeres Peronistas, que se desarrolló en Chimbas, se quebró y contó. Sus lágrimas y su alma genuina atravesaron la delegación oeste de Chimbas, donde cientos de mujeres se emocionaron y lloraron abrazadas. Todas eran una. Y una en todas.
Ana siempre se dedicó a la solidaridad. Veía una forma de multiplicar el amor. Colaboró en merenderos, haciendo chocolates para los más necesitados y movió cielo y tierra para conseguirles algo a quienes necesitaban una mano.
Pero este impulso hacia al otro se materializó de una forma increíble cuando se separó. Ana junto a cuatro mujeres abrió el merendero “Mi solcito”. Funciona en el barrio René Favaloro, manzana “B”, casa 5. Allí todos los miércoles les prepara la leche a los chicos que llegan después de la escuela, a las 17.30.
Ana tiene muchas deudas, incluso le cortaron la luz en algunas oportunidades porque no llega a fin de mes. No tiene trabajo formal, sólo changas cuando la llaman. Pero esto no le quita el impulso. “Seguro que me van a cortar el gas, pero cocinaré a leña, lo que sea para seguir”, dijo.
Todas las semanas se suman niños para tomar la leche en el merendero. Ahora además de los pibes del barrio Favaloro van los chicos del barrio Arenales y del Cipolletti. “Hay mucha pobreza, es difícil cuando vienen los niños y te cuentan que es la única leche que toman en la semana, viven a té”, añadió.
Lo increíble al escucharla hablar es que nada la detiene. Ni la crianza del pasado –la que obligaba a aguantar cualquier miseria humana a costa del sufrimiento eterno-, ni la falta de dinero, ni las heridas de la violencia. Ella siguió y siguió hasta construirse nuevamente.
"Me estremecieron mujeres, que la historia anotó entre laureles y otras desconocidas gigantes, que no hay libro que aguante". Las palabras son prestadas, de Silvio Rodríguez. Y no hay otras que retraten mejor a Ana, la amada por los niños, la multiplicadora de amor.