La Ruta Nacional 20, ese largo camino que conecta la ciudad de San Juan con el Vallecito —santuario de la Difunta Correa—, no solo es transitada por devotos y transportistas, sino también por relatos que parecen salidos de otra dimensión. A lo largo de los años, este tramo ha sido escenario de innumerables historias cargadas de misterio, muchas de ellas contadas en voz baja por camioneros que aseguran haber presenciado lo imposible.
Entre todos esos testimonios, hay uno que aún hoy pone los pelos de punta. Su protagonista es un chofer de carga que, una fría madrugada de invierno, emprendió un viaje rumbo a La Rioja. Salió a las 3 a.m., confiado en que llegaría con las primeras luces del día. La ruta estaba desierta, envuelta en sombras y silencio, como tantas veces antes. Nada le hacía pensar que esa noche sería distinta.
Todo transcurrió con normalidad hasta que atravesó la zona de la vieja ripiera, un tramo solitario y con fama de espeso. Fue allí donde algo cambió. El camionero comenzó a escuchar un galope firme, constante, que parecía provenir del lado derecho del vehículo, justo junto a la ventanilla del acompañante. Extrañado —porque no había visto a nadie en kilómetros—, miró por los espejos, pero no vio nada. El sonido persistía, y una sensación de angustia empezó a invadirlo.
Aceleró, pensando que dejaría atrás lo que fuera que estuviera generando ese ruido. Pero el galope no se alejaba. Al contrario, cada vez lo sentía más cerca... hasta que lo vio.
A la par de su camión, en plena banquina, un jinete montaba un imponente caballo negro. Iba vestido como un gaucho de otros tiempos: bombacha, poncho, botas... pero le faltaba algo esencial. No tenía cabeza.
El terror lo paralizó. El espectro cabalgó junto al camión por más de tres kilómetros, sin perder velocidad, sin emitir un solo sonido, salvo el de los cascos golpeando la tierra. Hasta que, de pronto, el jinete giró y se desvió hacia un descampado, desapareciendo entre la niebla.
Desde aquella noche, ese camionero no volvió a viajar solo si el reloj marca la madrugada, y mucho menos si la ruta lo lleva al Vallecito.
A la par de su camión, en plena banquina, un jinete montaba un imponente caballo negro. Iba vestido como un gaucho de otros tiempos: bombacha, poncho, botas... pero le faltaba algo esencial. No tenía cabeza. A la par de su camión, en plena banquina, un jinete montaba un imponente caballo negro. Iba vestido como un gaucho de otros tiempos: bombacha, poncho, botas... pero le faltaba algo esencial. No tenía cabeza.
Pero su historia no es única. En ese tramo oscuro de la Ruta 20 abundan los relatos similares: apariciones, sombras, figuras inexplicables que se cruzan sin previo aviso. Por eso, entre quienes transitan con frecuencia por allí, circula una advertencia que se ha vuelto casi una regla sagrada:
Si escuchás galopar por la banquina, no mires por la ventanilla del acompañante. Nunca.
Embed - El gaucho sin cabeza: El terror de los camioneros que van a la Difunta