Padres de sanjuaninos con discapacidades se reunieron hace poco más de cinco décadas con un solo objetivo: dar origen a un espacio para que sus hijos pudieran tener un lugar donde aprender, compartir y residir en el caso que sus familias no pudieran estar con ellos. Así nació en 1972 APADIM, la Asociación de Padres y Amigos del Insuficiente Mental. Hoy la escuela continúa más viva que nunca, renovando su espíritu, con ganas de crecer, siendo un refugio para aquellos que terminaron su etapa escolar, pero debido a sus discapacidades no pueden desarrollar labores que socialmente se consideran cotidianas.
Conseguir un trabajo, salir con amigos, establecer una relación de pareja. Para el común, son situaciones de la vida que se transitan sin ningún sobresalto, no representan una gran dificultad, pero para los miembros de APADIM sus intereses van por otro lado, batallando a diario por ser incluidos y tratados como jóvenes/adultos y no como niños. Por eso la institución educativa es de vital importancia para la sociedad sanjuanina, ya que es una de las pocas que brinda un lugar cuando alcanzan cierta edad.
María José Giménez es directora de la institución, y junto a la Licenciada en Psicología Yésica Tello y la Trabajadora Social Graciela Carbajal, comentaron a Tiempo de San Juan cómo es un día en la institución, los desafíos que enfrentan como los deseos que tienen en conjunto con los padres.
De acuerdo a lo que relatan, la Asociación surge cuando un grupo de padres que tenían hijos con alguna discapacidad se unieron ante dos importantes preocupaciones: por un lado, la falta de espacio que contenga a sus chicos cuando terminaban la etapa escolar (que se suma a las prácticamente nulas posibilidades de insertarse en el ambiente laboral); y, por otro lado, el temor a que queden solos en el caso de ser hijos únicos, cuando sus padres fallecieran. Ante esos motivos, unieron esfuerzos, crearon APADIM y con ella la institución de educación privada especial que lleva el mismo nombre. Además, dieron origen a un hogar, que estuvo funcionando hasta la pandemia.
“Ahora tenemos 26 jóvenes, pero la institución es chica, hasta 30 personas podemos recibir. Hay muchísima demanda, todo el tiempo preguntan por disponibilidad, ya que es uno de los únicos lugares que recibe jóvenes adultos. En la mayoría de las instituciones reciben a los chicos hasta los 25 años. Acá hay gente desde los 25 años hasta los 70 años”, señalaron las integrantes del equipo de APADIM, que está formado también por nutricionistas, terapistas ocupacionales, kinesiólogos, docentes orientadores y auxiliares, además de psicopedagogos.
La jornada comienza a las 9 de la mañana y se extienden hasta las 19, dividiendo al gran grupo en dos turnos. Allí reciben una colación a media mañana, el almuerzo y la merienda.
Además, se realizan distintos talleres con el objetivo de potenciar y desarrollar las habilidades que presentan, conforme a sus capacidades y necesidades. María José señala que, si bien actualmente hay cinco talleres, los mismos van mutando constantemente para adaptarse a la realidad de quienes asisten a la institución, ya que la idea es no solo ayudarlos y brindarles una enseñanza, sino también abrir la posibilidad de aprender algún oficio y elaboración de productos que luego venden entre sus familiares o en alguna feria, brindándoles así la capacidad de ahorrar y administrar dinero propio.
Los talleres que se dictan actualmente son PotenciArte, que consiste en trabajar la parte sensorial y en lo concreto. También está el taller de Arte y Diseño, donde con distintos materiales los chicos aprenden a armar y elaborar objetos como bolsos, llaveros, entre otros. También se encuentra el taller de Cocina, que se lleva a cabo en conjunto con miembros de otra institución de educación especial. La madera y carpintería la trabajan en el taller denominado Manos a la Obra. Finalmente, se encuentra el taller de Productos Aromáticos, donde aprender a hacer velas, sahumerios, jabones, difusores aromáticos, entre otros.
En el pasado no muy lejano, en el mismo edificio ubicado sobre calle Matías Zavalla a metros de Av. Libertador también funcionaba el hogar, siendo una residencia permanente para algunos de los miembros de la institución, pero primero por la pandemia y luego por los efectos de la inflación y la inestabilidad económica, lamentablemente no se pudo continuar brindando el servicio.
“Esta escuela no tiene un dueño, sino que es una asociación de padres, y lo que recibimos de las obras sociales es para mantener el edificio y brindar atención y servicios a los jóvenes y adultos. El objetivo es volver a reactivar el hogar. Desde la asociación buscan un lugar para poder crear el hogar. También se analiza ampliar la institución para sumar más jóvenes”, señaló la directora Giménez.
Mientras tanto, el desafío es que cada día represente una enseñanza nueva, dónde los hombres y mujeres que asisten a APADIM no solo disfruten de hacerlo, sino que encuentren en el interior del edificio un espacio seguro y de contención.
Trabajar con personas con discapacidad, una labor que requiere amor y vocación
Las profesionales comentaron con mucha pasión lo que para ellas es estar cada día en la institución educativa. Graciela Carbajal recuerda que, por ejemplo, el primer día que llegó a APADIM para su entrevista de postulación, se encontraba en la oficina con el vicedirector cuando de repente ingresó una de las chicas, y sin mediar ninguna palabra, simplemente la abrazó y le dio un beso en la mejilla. “Desde antes de pertenecer a la institución los chicos me brindaron mucho amor. Es muy lindo y gratificante trabajar con chicos con discapacidad, y por ahí te da la sensación que de puertas para afuera falta crecer a nivel cultural, ideológico”, comenta.
Así como ella, en cada una de las personas del equipo de profesionales y docentes que trabajan en la escuela se reitera la historia, donde resalta la vocación y dedicación, sin una pizca de prejuicio o discriminación.
“Sentimos mucha felicidad de poder trabajar con ellos, porque siempre te están brindando sin pedir nada a cambio, y eso es hermoso”, comentan Yésica y María José.
El prejuicio sobre la persona con discapacidad, una batalla que aun no se gana
Yésica comenta que, a pesar de los años, de las campañas, de las distintas actividades que se realizan, aun falta mucho para que las personas con discapacidades puedan ser tratadas como tales, y no como niños que no entienden. A veces por el mismo entorno familiar, que ante el temor se cierra, y muchas veces también por la sociedad en general, que no brinda las posibilidades y oportunidades que necesitan para demostrar que simplemente ven el mundo de otra manera.
“Nos cuesta mucho poder ser mirados y tenidos en cuenta. Ya de por sí tenemos limitaciones, desde la vía pública donde no podemos salir con los chicos por las condiciones de la vereda, hasta hacer alguna actividad puntual fuera de la escuela”, comenta.
Y continúa: “Hay que ver el tema de la mirada que hay sobre las personas con discapacidad. Para la semana de educación especial, por ejemplo, hacemos actividades, pero con otras escuelas de educación especial, entonces no hay nada de inclusión. La verdadera inclusión es, por ejemplo, poder participar de un evento social donde los chicos tengan las mismas posibilidades de trabajar que cualquier persona”.
Muchas veces la persona con discapacidad es marginada, mirada con cierto prejuicio o peor, ignorada completamente. Algunas obras sociales lo consideran un gasto y limitan la cobertura, pese a las necesidades que tenga, o hay cierta incompatibilidad en algunos beneficios sociales. Nunca es tarde para mirar el entorno y ver cómo, con un pequeño aporte, un granito de arena, cambiar el mundo de quien nació con capacidades diferentes, para que su vida sea un poco más sencilla y feliz.