En la avenida Udaondo, a metros del Monumental, hay apenas cinco carritos privilegiados que se ganaron un lugar en la previa de cada partido. Uno de ellos lleva el sello sanjuanino: lo atiende Rubén Campusano, nacido y criado en Villa Carolina, Trinidad, que desde hace años reparte bondiolas con la ayuda de su esposa Sandra -también sanjuanina- y sus siete hijos.
“Estoy con el corazón dividido”, confiesa entre sonrisas en la previa de River-San Martín. Es que aunque hace casi cuatro décadas que vive en Buenos Aires, nunca dejó de sentirse parte de su tierra.
Rubén llegó a la Capital Federal en 1986, siendo muy joven y con una decisión tomada: “A los 17 años dije ‘esta vida no la quiero para mí’. Ya estaba casado con Sandra, que la conozco desde los 10 años, y nos vinimos juntos a buscar oportunidades”, cuenta.
Antes de instalarse como gastronómico, trabajó en lo que aparecía: descargando harina, vendiendo café e incluso semitas en la terminal. Pero la vida le tenía preparado otro destino. En 2006, junto a una cooperativa, logró los permisos que le permitieron asentarse en Núñez, después de años de armar y desarmar su puesto para escapar de los controles municipales.
“Fue gracias a Dios. Antes trabajábamos a los saltos, te sacaban todo. Hasta que pudimos tener el permiso y desde ahí fue un alivio. Es un lugar privilegiado, papá siempre nos pone en los mejores lugares”, asegura emocionado.
Hoy reparte sus días entre Avellaneda, donde vive con su familia, y los estadios de River y Boca, donde el oficio lo llevó a hacerse un nombre entre los hinchas. “Es toda una vida con mi señora, siempre juntos, trabajando para salir adelante. Y ahora, con mis hijos, seguimos con este carrito que nos da de comer”, cierra, mientras enciende la plancha en la vereda que se convirtió en su segunda casa.