A 208 kilómetros de la ciudad de San Juan, en medio de las sierras que protegen al pequeño pueblo de Astica, existe un lugar donde el fútbol, la historia, la cultura y la identidad laten en un solo corazón: el del Club Social y Deportivo Astica. Fue fundado el 8 de octubre de 1938 por un grupo de visionarios que usaron los recursos que tenían a su alcance para plantar bandera en el bajo. La institución sin duda es el alma del pueblo, el lugar de refugio de generaciones, el espacio que sostiene la vida social, cultural y afectiva de casi 850 habitantes que lo sienten propio. La joya natural que se observa desde los cielos, tiene una flamante presidenta al frente y busca resurgir de sus cenizas.
Dicen que en lengua cacán, hablada por los antiguos huarpes, Ástica significa "lugar de flores" o "más flores", y no es casualidad: esta tierra ha florecido con esfuerzo, pasión y un profundo sentido de pertenencia, y el club es una de esas flores más hermosas que brotó del sueño colectivo por hacer historia.
En sus inicios, el club llevaba el nombre de Misipay Astica, y fue impulsado por un grupo de jóvenes visionarios que, con nada más que coraje y amor por su tierra, dieron el primer puntapié hacia una historia que se ha extendido por más de ocho décadas. Evangelito Ávila, Eduardo Godoy, José Cuenca, Francisco Elizondo, Aladino Castro, Armando Décima, Humberto Brizuela y tantos otros fueron quienes comenzaron a trazar este camino. El primer lugar que tuvieron fue un terreno prestado por la familia Berón en el Alto Astica, hasta que, con los años, las familias Castro y Albarracín donaron los terrenos del Bajo, donde se encuentra hoy el club. Desde aquel entonces hasta ahora, lo construido no solo son paredes o una humilde cancha, sino también lazos, valores y memorias que han tejido una verdadera comunidad alrededor de la camiseta azulgrana, la bandera que brilla entre tanta vegetación.
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La institución cuenta con personería jurídica desde 1986 y está afiliada a la Liga Vallista de Fútbol, a la Federación Sanjuanina, a la AFA y al Consejo Federal del Fútbol. Con alrededor de 100 socios entre activos y honorarios, el Club Social y Deportivo Astica sostiene un fuerte trabajo deportivo que incluye divisiones formativas desde séptima hasta cuarta, fútbol femenino con categorías de primera y cuarta, y también espacio para veteranos, atletismo, vóley y handball. Sin embargo, lo que diferencia a este club de cualquier otro no son solo sus disciplinas, sino el profundo rol social que cumple dentro del pueblo. En Astica, el club es el punto de encuentro del pueblo: allí se celebran el Día del Niño, el Día de la Madre, el Día del Padre, se realizan carnavales, bailes de fin de año, de Navidad, cumpleaños, casamientos, bautismos, y todo evento que implique compartir y darse cita en la segunda casa de lo bajo. Según aseguraron, el club no se alquila, se presta, porque no tiene dueño: es del pueblo.
En un rincón alejado del mapa, donde las oportunidades escasean y los sueños a veces se chocan con la distancia o la falta de recursos, el Social y Deportivo Astica se convierte en un lugar de contención, donde los niños crecen con valores, donde se siembra esperanza, donde el deporte no es solo competencia, sino una herramienta para formar personas. Todos en el pueblo saben que tienen una buena cuna de talentos, pero también reconocen lo difícil que es que esos chicos logren mostrarse. Por eso, la sede del Bajo no es solo una cancha o un recuadro de predio: es un abrazo colectivo que abraza a todos los suyos, los de la azulgrana, los del corazón de las sierras.
Astica tiene eso, ese algo que no se puede explicar del todo, pero que todos sienten. Tiene historia, lucha, sueños que se transformaron en realidad gracias al empuje de los que vinieron antes, de los que están y de los que vendrán. Y mientras siga habiendo alguien que vista con orgullo los colores del club, mientras una pelota siga rodando en el Bajo, mientras haya un niño que corra detrás del sueño y una familia que celebre un cumpleaños bajo esas paredes, el Club Social y Deportivo Astica seguirá floreciendo, como hizo desde el primer día, desde aquel octubre de 1938.
Juliana Riveros, la chica del pueblo que tomó la bandera azulgrana y busca resurgirlo de sus cenizas
Nacida y criada en el Bajo Verde, Juliana Riveros no solo conoce cada rincón de Astica, también sabe lo que significa el Club Social y Deportivo para su gente. Mamá, vecina comprometida y ahora flamante presidenta de la institución. Con la bandera azulgrana en el corazón y la historia del pueblo en la memoria, asumió el desafío de devolverle al club el valor, la fuerza y el sentido de pertenencia que supieron forjar sus antepasados.
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No es tarea fácil, pero en Astica nadie camina solo. Juliana trabaja codo a codo con la Comisión Directiva y con toda la comunidad, que nunca dejó de apoyar al club. Porque acá no se trata solo de fútbol: el Social de Astica es el único lugar en el pueblo que abraza a los chicos, que les da un espacio, que los aleja de la calle y, sobre todo, del peligro constante de la ruta que cruza el Bajo.
Y aunque cueste, el camino de la nueva comisión ya empezó. Forjan también la historia con el trabajo a pulmón y rifas, para solventar los gastos y sostenerlo. Además, también es importante contar que el club realiza la Copas de Leche, festejos del Día del Niño y las demás celebraciones que lo hacen único en la comunidad.
Astica es una tierra de historia y lucha, y también de orgullo: es el segundo club de la región en tener cancha propia (el otro es San Agustín, ubicado en la Villa de Valle Fértil), y eso no es menor. Es identidad pura y Juliana lo sabe. Por eso su objetivo no es solo que se juegue al fútbol, sino que el club vuelva a ocupar ese lugar que siempre tuvo: siendo punto de encuentro y la casa de todos.