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Opinión

El viento del Gatito arrasa con los caminos: la luz verde somos todos

El mileísmo no construye: desarticula, rompe puentes, abandona rutas y condena al pueblo. Pero aún queda un camino que no lograron destruir: el de la memoria, la lucha y la lealtad con la patria.

Por Redacción Tiempo de San Juan

Por Eduardo Camus

Corre viento. De esos que levantan mucha tierra, de esos vientos que le dejan bien en claro a cualquiera que estamos en San Juan. Contra la corriente, caminando con un carro destartalado veo a una mujer con su marido. Sacan cartones, botellas. Todo lo que parece que vale algo es cuidadosamente guardado, todo lo que sea y que les permita vivir con la miserable jubilación con la que el presidente Javier Milei condenó a nuestros viejos. Nunca pensé que iba a detestar tanto el viento como ese día. Nunca pensé que iba a llenarme de bronca e impotencia. Pero algo me repetí a mí mismo, una máxima que nos distingue de la deshumanización anarcolibertaria: no vale ser como ellos para enfrentarnos a ellos. A la destrucción le ganamos con calle, con lucha, asumiendo lo que hicimos mal y resurgiendo mejores. Tenemos experiencia orientando el viento a nuestro favor cuando le somos leales al pueblo.

Los abuelos buscaban cartón cerca de Vialidad. Sí, Vialidad Nacional y ese edificio de incalculable belleza que hoy es una carcasa que resiste gracias a la organización y la lucha de sus trabajadores. Son ellos los que mantienen la luz prendida porque si fuera por el Presidente y sus candidatos acusados de tener vínculos con el narcotráfico solo habría faja de clausura. Como consecuencia más palpable las rutas abandonadas, peligros potenciales para todo aquel que transite por las entrañas de esta provincia y de este país.

Es como una especie de parábola tristemente perfecta. Porque el mileismo lo que viene haciendo es cortando las vinculaciones, es rompiendo y desarticulando los canales de comunicación que caracterizan a nuestra patria. Los argentinos hablamos, los argentinos somos solidarios, los argentinos ayudamos a otros argentinos. Pero nos quieren correr hasta abandonando los caminos. Claro. Los caminos y los puentes son patrimonio de los que queremos la celeste y blanca y el único patrimonio de La Libertad Avanza es la destrucción.

El Zonda. Los abuelos. Vialidad. Los caminos rotos. Hay un caminito que no rompieron. Hay un puente que decidieron cruzar todas las veces que sea necesario, en favor de la patria financiera que se está llevando los dólares mientras el esfuerzo lo hacen los que ya no aguantan otro ajuste. El camino que no rompieron es con los yanquis, que ya no saben que moneda poner para que el gobierno no se rompa y el dólar flote por las bandas de la fantasía.

Es tan grande el poder de inacción ante la sonrisa blanca del excéntrico Donald Trump, que los sanjuaninos tendremos que esperar por el radiotelescopio chino unos años más seguramente. Pero eso no es todo. Sino que las avionetas de la Embajada aterrizan en una de nuestras reservas naturales para hacer negocios, pero también porque nos vigilan. Lo hicieron durante el gobierno de Mauricio Macri. Vino una avioneta de la Embajada de Estados Unidos para ver el radiotelescopio en el 2018. Agachar la cabeza ante los yanquis era la pasión de Macri. En aquella oportunidad se la fugaron toda con Caputo ostentando la batuta. Parece que Macri comparte la misma pasión con el León.

Lo que estamos viendo no es una simple crisis política o económica: es una demolición sistemática de lo que nos sostenía como sociedad. Y en ese terreno arrasado, florece con rapidez la lógica más cruel: la del narco, esa maquinaria que no construye, solo devora. No hay fuerza más veloz ni más eficiente para destruir tejido social que la del narcotráfico, y hoy parece haberse convertido en un gestor de los destinos de los barrios.

Los signos están a la vista. Aviones extranjeros sobrevolando nuestras pampas en nombre de supuestas alianzas estratégicas; jóvenes, acorralados entre la bala y la cárcel, terminan siendo piezas descartables en un engranaje que solo beneficia a unos pocos. Esos pocos que viajan en camionetas blindadas, que se esconden detrás de discursos vacíos o que huyen en motos cuando las papas queman, dejando tras de sí un país fragmentado, desangrado.

Todo tiene que ver con todo en esta trama perversa. Mientras una red de corruptos y cómplices se reparte el botín, los viejos siguen cartoneando y las nietas enferman sin acceso a un futuro digno. La miseria no es casualidad: es el resultado directo de un proyecto que eligió entregar soberanía, justicia y esperanza a cambio de poder. En este escenario, el desafío no es solo resistir, sino volver a creer que un país distinto es posible, uno donde la vida pese más que la ganancia y donde la dignidad no sea un lujo sino un derecho.

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