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Informe

La tumba del poeta más bohemio de San Juan y un acontecimiento único en el mundo

Bajo un viejo algarrobo de Huaco descansan los restos de Buenaventura Luna. Cientos de viajeros buscan el lugar y cada tanto ocurre un fenómeno singular, pocas veces visto.

Por Pablo Amado

Bajo un viejo algarrobo rodeado de montañas y la tranquilidad de su pueblo natal, descansan los restos del poeta más celebre que dio Jáchal: Don Eusebio de Jesús Dojorti Roco, inmortalizado en el mundo como Buenaventura Luna. Su tumba es uno de los atractivos turísticos más fuerte del norte sanjuanino, y todavía son varios los viajeros que se aventuran en busca del nicho del sabidor en el cementerio de Huaco.

El “Tata” Buena, como lo recuerdan, fue un filósofo popular de pensamientos profundos. También un político renombrado que andaba detrás de la transformación del país en tiempos del presidente Marcelo T. de Alvear; un periodista codiciado en vano por diarios influyentes como La Nación y La Prensa que nunca lo pudieron convencer de prestar sus ideas; un cantautor que hasta la fecha lo confunden como guitarrista en los monumentos; y un pensador popular reconocido en el mundo que murió sin poder publicar sus libros. “Ordenado, de conciencia limpia, ilustrado campechano (hablaba en términos de la masa), de conversación fascinante y medio santo, aunque nunca formalizó una familia y prefirió la bohemia”, según el testimonio de Don Juan José Montilla, que describió a su amigo en el libro Tiene la palabra un Sabidor, del escritor sanjuanino Víctor Hugo Peñafort.

En Huaco conviven distintas imágenes de Don Buena. Dicen que tuvo varios hijos y entregó su corazón de manera fugaz a muchas mujeres; algunos hablan de viajes y excentricidades, y otros en cambio cuentan con admiración la vez que vendió un auto costoso para comprar cientos de libros que devoró durante días y noches; del respeto que imponía y de su bondad. También varios que lo conocieron de cerca y vieron sus últimos días con él, dejaron en claro que “la política lo quebró y murió convencido de su autofracaso y consumido por el vino, confesor de tantas frustraciones y penas”, según contó Don Francisco Algarañaz que estuvo en el velorio del poeta la madrugada del 29 de julio de 1955, en Buenos Aires.

En honor a ese día, el cementerio de Huaco se llena de color y vida con un imponente festejo donde hay músicos tocando y personas bailando alrededor de su mausoleo. Es tanta la gente que solía ir, y que ahora no puede por la pandemia, que incluso los vecinos pidieron que removieran unas 10 tumbas y las colocaran en nichos verticales porque la gente termina pisando y bailando encima de ellas. El festejo también se da el 19 de enero, día del natalicio de Buenaventura; y el Día de la Tradición, el 10 de noviembre cuando suelen llegar autoridades de distintas organizaciones gauchas y municipales con placas de bronce y arreglos florales, pero por alguna extraña razón, la mayoría de los huaqueños hace referencia al día del fallecimiento de Buenaventura como uno de los más convocantes.

Además de cantar y bailar se comparten palabras, se recitan poesías del “Tata” y en algunos casos vienen artistas nacionales a la ceremonia. Bajo el algarrobo, hay varias placas que lo recuerdan y dan fe que el evento ya es una tradición. En el mismo mausoleo hay un busto y una guitarra que para muchos “está de más”, porque Buenaventura no tocaba la guitarra, “sino que escribía todo y cuando componía música lo hacía silbando la melodía a alguien que la tocaba hasta que le salía tal como él le dictaba”, como dijo en su momento el nieto de Buenaventura, Carlos Semorile, cuando colocaron el monumento del cantautor en el viejo Molino Dojorti.

Don Luna murió a los 49 años de cáncer de laringe, una enfermedad que en el último tiempo le afectó seriamente la voz. Su cuerpo fue cubierto con su poncho y ubicado en el panteón de SADAIC del cementerio de la Chacarita, donde hay varias figuras relevantes del país. Sin embargo, se sabía que Buenaventura añoraba volver a San Juan:

“Un cansancio me acedía y un intenso
deseo de vivir lejanamente.
Ya estoy sobre el alcor: el campo extenso
pleno de luz solar se abre para mi frente.
A la prieta ciudad me toma denso
rumor de fragua en ignición creciente
pero me abruma compartir el tenso
disputar implacable de la gente.
Vuelvo a la suave vida del milagro,
árboles y aves, manantial y flores
en la risueña placidez del agro.
Me aguarda trabajando a los fulgores
sagrado de la lámpara del padre,
¡mujer inmensa…mi pequeña madre…!
(Buenaventura Luna, Regreso, Tiene la palabra un Sabidor, 1994)

Después de un año de su muerte pudo volver a San Juan y ahora sus restos descansan al pie de un algarrobo en su pueblo. Algunos lugareños cuentan que a un costado está la tumba de la madre de Buenaventura, Urbelina Rocco y en otro costado descansa su padre, Ricardo Dojorti,

 

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