La gente suele repetir que su profesión es la más antigua del mundo. Mónica Lencina es la secretaria general de Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR), delegación San Juan, desde hace 4 años. Lleva 17 años como trabajadora sexual y por primera vez cuenta su historia.
Mónica nació en la casa donde vivían sus padres, en la Villa Don Arturo, Santa Lucía; pero se crió en la Villa Mariano Moreno donde vive actualmente con su pareja, padre de sus dos últimos hijos, aunque tiene una casa propia en Albardón.
Su hija de 19 años hizo pareja y ya no vive con ellos, y su hijo más chico tiene 8 años. De sus hijos más grandes ya tiene nietos. "En la familia esta blanqueado lo que hago, con todo el mundo, por eso puedo dar la cara y hablar desde mi lugar de trabajadora sexual, no sólo como dirigente sino también como trabajadora activa, porque es mi elección de vida", dice.
Fue un proceso lento llegar a este lugar y ejercer sin caretas, muy complicado tanto para su pareja como para sus hermanas. "Mis padres fallecieron pero para el resto de la familia fue duro asumir a lo que me dedicaba, para mí no lo fue. Sin embargo supieron entender mi postura y hoy en día tengo una vida normal. Las trabajadoras sexuales no somos extraterrestres, las cosas que nos pasan, por ahí nos pasan más por ser mujer que por ser trabajadora sexual", asegura.
¿Cómo fue tu propio proceso? Mónica te mira a los ojos y te cuenta su historia sin tapujos.
"Se fue dando desde muy chica, pero no me animaba así que lo vine a ejercer tarde, es decir cuando decidí ser trabajadora sexual y lo empecé a hacer y vi que era mi lugar. Antes había trabajado y había hecho de todo, yo trabajaba en las viñas y en invierno me quedaba mirando el techo. Cuando decidí dedicarme a esto me había separado de mi primer marido, tenía 3 hijos a cargo, muy chicos, no había forma de que el padre me pasara la cuota alimentaria. Tampoco podía estar 8 o 12 horas haciendo otro trabajo y dejar a mis hijos solos, porque no tenía a nadie que los cuidara, nadie podía hacerse cargo".
Dice que le fue fácil trabajar de noche porque siempre llamó la "atención"; y encontró tiempo para criar a sus hijos y el dinero necesario "que con otro trabajo no hubiera podido hacerlo".
Ella deja claro que hay dos tipos de prostitución: la que se ve obligada a pararse en una esquina porque no tiene otras posibilidades y quiere dejar esa vida; y las que, como ella, se sienten cómodas con lo que hacen, les gusta y quieren seguir ejerciendo. "En mi caso empecé por necesidad, pero una vez que se criaron mis hijos fue una decisión mía seguir siendo trabajadora sexual. Porque una cosa es ser puta y otra, que lo asumas públicamente y encima ponerle precio a tu sexualidad, ahí es más complicado. Para las que decidimos hacer esto y no otra cosa, buscamos una reforma del código, para poder trabajar tranquilas y bajar la violencia institucional que en San Juan es alta. Y las que no quieren hacer esto y lo hacen porque no les queda otra, necesitan políticas que las ayuden a salir de la calle y puedan tener otra ocupación, lo cual es difícil porque hay muchas chicas que no saben ni escribir", dice.
Para los argumentos religiosos respecto a lo "errado" de la actividad, Mónica tiene respuestas: "Cada uno tiene el derecho de elegir qué hacer con su vida. Obviamente que todos tenemos opciones de un montón de cosas y está en uno elegir que nos conviene más. Nadie puede decidir por otra persona, nadie puede hablar por otro, cada uno toma su decisión y debe ser respetado y no discriminado por la elección de vida que hizo".
Dice que en la escuela de su hijo más chico nunca tuvo problemas porque una maestra de jardín supo poner las cosas en su sitio. Cuando las madres fueron a contarle cuál era la ocupación de Mónica, la maestra la llamó al frente en la primera reunión y les dijo a todas: 'lo que esta mamá haga de la puerta de la escuela para afuera es cosa de ella, para mí es una mamá como cualquiera de ustedes'. "Esa maestra, sin preguntarme, las puso en su sitio, nunca más tuve problemas. Así tendrían que actuar todos, sin discriminar, sin fijarse en los demás, todos somos iguales, nacemos igual, morimos igual y nos pasan las mismas cosas. Sería bueno bajar el estigma social y que nos podamos mirar de igual a igual, viendo que nadie es menos que nadie", dice, como quien cuenta un sueño.
Con las vecinas tampoco tuvo problemas, aunque cuando hace 4 años empezó a hacerse visible como dirigente del sector, algunas se pusieron molestas. "Pero en general saben diferenciar y la gente que me conoce sabe que tengo los pies sobre la tierra y sé lo que quiero para mí y para mis hijos".
¿Y cómo es para tu pareja? "Bueno a él le costó mucho aceptar que yo siguiera porque tienen la idea que nos tienen que rescatar y nos quieren cambiar de vida. No se dan cuenta que el trabajo es una cosa, la casa es otra. El trabajo sexual lo ejerzo cuando voy a la esquina y el trato con el cliente es hasta que termino el servicio y ahí termina el trato. Cuando mi pareja entendió que eso es afuera y acá es mi vida, que con él tengo proyectos y es con quien quiero estar porque lo elijo como marido, como hombre, como compañero, como padre de mis hijos, porque lo quiero y me une un sentimiento, ahí pudo diferenciar una cosa de otra. Pero le ha llevado años para que lo asuma. Ahora no hay problemas, yo salgo trabajo, vengo tranquila y el sale trabaja y vuelve, lo normal, él tiene su trabajo yo tengo el mío", explica.
Dice que tuvo "algo de suerte" en encontrar un hombre así, que entienda lo que hace. "Pero si te quedas en que todos van a ser igual, te encerrás en eso y, no vas a encontrar a nadie. Hay muchos que si entienden la postura de nosotras, la comprenden. Pero buscar pareja no debería tener como fin que la otra persona venga a solucionarte la vida, cada uno tiene que trazar lo que quiere para uno. Yo no estoy con mi pareja porque quiero que él me saque de la noche, estoy con él porque él entiende mi trabajo de la noche".
La situación actual en San Juan
En la asociación hay 60 trabajadoras sexuales afiliadas, pero cada noche en las calles hay más de 100. "La prostitución no se va a terminar, por eso hay que buscar la forma de darle un marco al trabajo sexual, porque vamos a seguir insistiendo. Las sociedades deben entender que van avanzando y también hay que avanzar en esto. Siempre existirá el deseo y por lo tanto nosotras como trabajadoras vamos a seguir existiendo y poniendo precio a nuestra sexualidad. No tienen que tratar de abolirnos, eliminarnos ni rescatarnos de nada, no estamos pidiendo que nos rescaten, estamos pidiendo un marco legal, derechos laborales. Tienen que sentarse y ver cómo pueden darnos esos derechos y que todos podamos vivir tranquilos y en paz", asegura.
Y agrega: "A lo largo de la historia a las prostitutas nos han quemado, apedreado, torturado, colgado, y hemos seguido existiendo. En San Juan nos han llevado presas hasta 60 días y salíamos y volvíamos a pararnos en la misma esquina, y otra vez presa. En invierno los bomberos nos echaban agua y nos volvíamos a parar en la equina. La motorizada nos golpeaba, nos robaba y nos volvíamos a parar en la esquina. Nos han matado, como a Sandra Cabrera (en Rosario), y seguimos existiendo. Me parece que no es la forma para solucionar un problema".
Mónica no piensa en dejar de trabajar, al menos por ahora. "Yo tengo un departamento que alquilo, tengo una pista para eventos, tengo opciones para trabajar en otra cosa, estudié peluquería, pero dejar de trabajar en esto... creo que se dará con el tiempo. Me encantaría que tengamos jubilación, pero estamos lejos de eso".