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ley identidad de género

“Siempre sentí que era mujer”

Con las uñas pintadas de rosa viejo, el pelo negro perfectamente lacio y los ojos cargados de rímel y delineador negro, Verónica Araya recibió a Tiempo de San Juan en su peluquería sobre calle Matías Zaballa. Por Viviana Pastor.

Por Redacción Tiempo de San Juan

Tiene 29 años y una vida con la que podría escribir una novela. Sufrió el desprecio de su familia, conoció el abandono, el hambre, el frío, la falta del abrazo reparador. Fue violada, golpeada, ultrajada, encarcelada. Pero tuvo suerte, conoció a un hombre que la sacó de la calle y la hizo su mujer. Hoy se gana la vida con su peluquería, planea estudiar y terminar el secundario  y trabaja activamente por los derechos de los trans viajando por todo el país.

Se niega rotundamente a decir su nombre de nacimiento, porque nació varón pero nunca se sintió como tal. “Soy Verónica, siempre fui Verónica, ni mis sobrinos saben mi nombre, el que me pusieron mis padres. No lo digo jamás porque eso es volver al juego de: ‘es un tipo que ahora se llama como mujer’. No es así, nunca me sentí bien con el otro nombre y hasta me daba vergüenza que mis padres me llamaran así”, contó.

Era una nena de 12 años cuando en La Rioja, su provincia natal, se dio cuenta de que no estaba enferma, que sufría en su casa teniendo que ser un varón y que sus padres no la aceptaban, así que se fue a vivir con unas travestis mayores donde al fin se sintió aceptada. Allí empezó a ser Verónica, como se llamaba una vecina muy bella y delicada a la que quería emular. “Cuando sos un niño no te das cuenta  hasta que la sociedad te hace saber que sos diferente. Yo siempre jugaba con mis primas, yo me sentía como ellas. Cuando me fui de casa me di cuenta de que con mis nuevas amigas era donde me sentía reflejada, bien recibida, aceptada. Era el único lugar donde estaba feliz”, aseguró.

Pero tenía que ganarse el pan y el grupo sólo podía ofrecerle un trabajo: la prostitución. “Como el 99 % de nosotras, yo ejercí la prostitución. La gente dice: ‘¿por qué no hacen otra cosa?’ Porque nadie nos dio la posibilidad, porque no pudimos estudiar, con 12 años yo no había terminado ni la primaria, después la terminé,  pero son herramientas que uno no tiene. ¿Las compañeras qué te pueden ofrecer, si les pasó lo mismo que a vos? Nada, una parada en una esquina, un modelito para la primera noche y nada más”, contó Verónica.

A los 15 años se reencontró con su familia, luego de negociar y de que aceptaran que ella era Verónica y nada más que Verónica, pero nunc a volvió a vivir con ellos. “Entendieron que no iba a cambiar, que no era un capricho, que no era pasajero. Ahora tengo una excelente relación con mis sobrinos y cuñados. Pero jamás volví a vivir con ellos porque es una triste realidad: en la familia nunca lográs ser entendida totalmente por tus padres y tus hermanos, los padres no lo terminan de digerir nunca”, aseguró.

El primer cambio corporal fue a los 15 años, su primera cirugía clandestina fue ponerse silicona líquida en los pechos, algo peligrosísimo porque el líquido puede desplazarse por el organismo y puede causar la muerte. Pero era una carrera en la que estaba compitiendo y necesitaba tener el cuerpo de mujer que sus compañeras de esquina ya tenían.

“El cliente demanda eso, la figura de mujer y mientras más grandes los pechos mejor, ese es el comercio y así llegás a hacer lo que sea y siendo menor de edad ningún cirujano con dos dedos de frente lo va a hacer, por eso todo es clandestino”, explicó. Con los años pudo sacarse esa silicona líquida y colocarse implantes, pero debe realizarse de por vida controles médicos.  Los tratamientos hormonales también eran automedicados.

Verónica no tiene acento riojano. Explicó que es porque de chica se fue a vivir a Buenos Aires donde le tocó vivir las peores pesadillas. “Vi tantas cosas duras, nos llevaban presas, nos violaban, salíamos con cada loco que te obligaba a tener relaciones con compañeras, una vez me penetraron con un arma y estoy viva por suerte, porque tuve la oportunidad de escapar de eso”, confesó con la cara descolocada, como quien recuerda una pesadilla.

“Muchos me cuestionaban la prostitución.  ‘Si has tenido la posibilidad…’, me decían. Primero, ‘la posibilidad no me la dieron ustedes’, les dije, me la dio alguien que conocí como cliente; y segundo yo tuve una familia normal pero por lo general las chicas vienen de familias conflictivas donde la madre es prostituta, el hermano es choro, las hermanas son prostitutas, estamos criadas en esos ámbitos. Y cuando nos vamos donde somos aceptadas, nos vamos a las villas y ahí el de enfrente es transa, el de al lado es choro, al otro lado vive un violador, más allá todas locas y prostitutas. Es gente que se maneja como en un gueto, nadie de te va decir ‘tomá un libro’ o ‘por qué no terminás la escuela’. No todas tenemos las mismas posibilidades, por ahí podes trabajar, te diste tiempo para estudiar pero estaba el tema del documento y eso es fundamental. Pero no teníamos herramientas, somos como animalitos, si no nos educás no se sale de esto”, disparó Vero.

Hace 13 años conoció al hombre que le propuso otra vida y tomó esa oportunidad única. Se vinieron a San Juan porque él venía a estudiar ingeniería y ella al año se puso la peluquería, oficio que había aprendido en La Rioja de su hermana mayor. Cuando los padres de su novio se enteraron no saltaron de felicidad, pero la aceptaron. “Obviamente cae mal la noticia, no es entendible. No sé qué cosas se le pasan a la gente por la cabeza, yo soy normal”, dijo.

Los planes para el futuro son operarse para tener sexo de mujer, aunque aún le falta madurar el tema, “psicológicamente tenés que estar preparada para ese paso”. Igual que la adopción, lo hablaron con su pareja pero concluyeron que aún no es el momento de encararlo.

Hoy vive feliz por el cambio histórico que va a significar la Ley de Identidad de Género, que le brindará a la gente trans la posibilidad de estudiar, de tener un plan de salud garantizado, una mejor y más larga vida.

“Ahora hay que trabajar para el cambio cultural y social. Va a costar, obvio, pero hay que trabajar en eso y aprender a respetar a las personas en su construcción de género. ¿Por qué me vas a tratar de ‘él’ si me ves vestida de mujer? Hay que aprender a respetar eso”, señaló Verónica.

La discriminación sanjuanina

Verónica Ayala aseguró que la sociedad sanjuanina está discriminando menos, pero hace 10 años era muy difícil ser travesti en San Juan. “Mis amigas riojanas me decían ‘cómo te vas a ir a San Juan, allá la Policía te mete palos’. Y era verdad, hace 10 años a las chicas trans las llevaban presas de adentro de los comercios sea la hora que sea, a mí nunca me pasó, pero no se veían chicas trans en la calle. Movías un poquito la cadera y adentro 24, 48 horas o 10 días presa con ladrones, violadores, a sufrir todos los abusos habidos y por haber y no había reclamos, en esa época eras el maricón,  el puto y callate la boca porque no tenés derecho a nada. Eso ahora cambió, hay más chicas en la calle. Igual cuesta más, esta es una de las provincias que tarda más en incorporarnos. En La Rioja tenemos referentes de chicas trabajando en la municipalidad, en la Casa de Gobierno y algunas a punto de jubilarse”, contó.

Hace unos días, Verónica fue invitada por un grupo de alumnos de la Facultad de Ciencias Sociales para dar una charla, fue la primera trans que dio una charla en esa casa de altos estudios y estaba muy orgullosa de eso.

“Fue una charla de sensibilización donde traté de explicar que esto no es un capricho, es algo más, es muy fuerte. No es porque tuve ganas de pintarme la boca y salir, es algo que va más allá, tanto como para aguantar que te metan presa, que te peguen, que te maten, porque yo me cansé de ver compañeras muertas al lado mío, o salían y a los 15 minutos me tiraban una bolsa y era mi compañera descuartizada, eso pasa. O por ahí estás parada y se para un loco que te paga tres tiros y fuiste. Entonces no es un capricho, es lo que sentimos, si fuera un capricho yo quisiera tener otro tipo de capricho, pero este no, por lo fuerte que es”, dijo Verónica.

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