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Historia

Las 3 décadas de tarea del padre Rómulo, que recibió su llamado a los 12 años y fue testigo de obras de Dios y el demonio

Nacido en Capital y llevando su tarea del Norte al Sur de la provincia, hoy es uno de los curas más reconocidos de la provincia. Su vida, en el aniversario su sacerdocio.

Por Daiana Kaziura

No puede creer lo rápido que pasaron 30 años. Sin embargo, cuando empieza a contar todo lo que hizo en ese tiempo, se sorprende por lo que logró. Y asegura que, sin dudas, fueron Jesús y María Auxiliadora quienes le abrieron camino. El padre Rómulo Cámpora fue un prodigio, ingresó al seminario cuando tenía sólo 12 años, después de oír unas campanas, y arrancó temprano la labor con la que supo ganarse el cariño de gran cantidad de sanjuaninos. Al cumplir 3 décadas de sacerdocio repasa su vida con Tiempo de San Juan. Cuenta que prestó servicio del Norte al Sur de la provincia y que en esa tarea pudo ver reflejadas en la Tierra las acciones de Dios y, también, del demonio.

Embed - Padre Rómulo Cámpora: 30 años de servicio a la comunidad

Nacido en pleno corazón de la Ciudad para crecer en Concepción, pasó su infancia junto a su madre, quien era docente y hoy tiene 81 años; su padre, gerente de una empresa multinacional que vendía insumos a industrias de la provincia y falleció hace 5 años; su hermano; y su hermana. Podría haber tenido una vida fácil y próspera en lo económico. Sin embargo, dejó todo eso y terminó brindado servicio en los lugares más recónditos de la provincia. Cuando eligió ese destino, ni siquiera se lo planteó. Era muy pequeño y fue guiado por un impulso “muy, muy fuerte", dice y confía, “aún no lo puedo explicar, era muy chico".

Al hablar sobre su tarea en la provincia, el cura de 57 años, despliega una lista que parece no tener fin. “Ahora estoy en Media Agua, en Sarmiento, pero antes estuve en Los Berros. He estado tres veces en Jáchal, dos en Rodeo y en la Catedral. Estuve también en Santa Lucía”, recuerda.

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El padre Rómulo en su paso como sacerdote de la Catedral.

El padre Rómulo en su paso como sacerdote de la Catedral.

Para continuar: “En estos años me ha tocado realizar varias tareas. Desde ser secretario de Monseñor Di Stéfano, tarea que hice ni bien volví del seminario; a atender Cáritas y varios colegios: he sido capellán en el Colegio Santa Rosa, en el Santo Tomás, en el San Pablo, en la Medalla Milagrosa y ahora estoy al frente del Colegio San Antonio de Padua. También estoy actualmente trabajando como capellán de la Policía. Y he trabajado como capellán del Hospital San Roque, en Jáchal, durante 5 años. Estando en la Catedral fui dos veces miembro del Consejo Presbiteral. También, monseñor Alfonso Delgado me encomendó en su momento varias tareas, una de ellas fue la de delegado Episcopal para la Catequesis de la Diócesis y refundamos el Instituto San Juan Bautista. Ahí también me nombró asesor del Movimiento Familiar Cristiano y delegado Episcopal para la Salud. Y cuando fui párroco en Villa Mercedes, en Jáchal, también lo era en Guandacol, en La Rioja, tenía que tener dos parroquias simultáneas, en dos provincias distintas”.

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A lo largo de sus 30 años de sacerdocio, Cámpora tuvo a Jáchal como destino en tres oportunidades.

A lo largo de sus 30 años de sacerdocio, Cámpora tuvo a Jáchal como destino en tres oportunidades.

En torno a la diversidad de contextos sociales en los que se ha desempeñado, afirma que más allá de las diferencias, “en todos se puede ver las necesidades de la gente y, al mismo tiempo, siempre la fe es lo más importante, porque para eso está uno. Anunciar el Evangelio significa traer a cada uno de nosotros esa palabra que se hizo vida en Cristo. Por eso, el modus operandi que he tenido a lo largo de estos años es: Jesucristo, camino, verdad y vida. En todos los tiempos no ha sido fácil seguir al Señor. Pero hay que mirar para adelante, dejarlo todo, el corazón tiene que estar totalmente dedicado a Él y a su obra”.

"Recuerdo una época en que subía a las sierras que estaban en Huachi, pero no en la huerta, sino en La Ciénaga, que son 20 kilómetros más arriba. Con el Padre Jonatan Félix nos íbamos a caballo a atender a esa gente. Allá llegaba a los puestos y encontraba gente enferma, algunos para bautizar, otros para casar, otros para contenerlos". "Recuerdo una época en que subía a las sierras que estaban en Huachi, pero no en la huerta, sino en La Ciénaga, que son 20 kilómetros más arriba. Con el Padre Jonatan Félix nos íbamos a caballo a atender a esa gente. Allá llegaba a los puestos y encontraba gente enferma, algunos para bautizar, otros para casar, otros para contenerlos".

Es entonces, cuando habla sobre las dificultades con las que se ha encontrado. “La parte pastoral tiene desafíos que van desde lo más sencillo, como es el anuncio del evangelio, a lo más complejo, como matrimonios que están pasando crisis, jóvenes que han caído en la droga, niños que están muy abandonados de manera espiritual, intelectual. Me ha tocado tener que trabajar con muchas realidades de dura pobreza también, en la zona Norte y no tan norte. En la Catedral, por ejemplo, se abordaban muchas situaciones de pobreza moral, gente con problemas existenciales de vida, mucha gente que cayó en la droga, gente con depresión, algunos suicidios. Y en la zona Sur también, jóvenes que toman estas determinaciones porque se les cierra el horizonte y muchas veces no hay alguien que los escuche, que los contenga, que les abra puertas. Y, por eso, lo que más me ha tocado en mi vida sacerdotal es escuchar a la gente, sostener en desgracias”.

"Miro mis 30 años para atrás y digo, bueno, todo lo han hecho Dios y María Auxiliadora, si no es imposible. Dios es el que nos va dando una gracia para cada cosa que nos encomienda. Mis destinos han sido difíciles, con muchos desafíos. Sin embargo, gracias a Dios y a la Virgen los he podido transitar". "Miro mis 30 años para atrás y digo, bueno, todo lo han hecho Dios y María Auxiliadora, si no es imposible. Dios es el que nos va dando una gracia para cada cosa que nos encomienda. Mis destinos han sido difíciles, con muchos desafíos. Sin embargo, gracias a Dios y a la Virgen los he podido transitar".

Durante esa tarea tampoco esquivó los conflictos sociales, en los que intervino para lograr soluciones. El sacerdote recuerda: “Estuve en Jáchal durante los reclamos contra la minería; cuando se inundó Villa Mercedes, que fue un caos. Me tocó también pasar el temporal grande que hubo en Villa Mercedes, que quedamos aislados nueve días. Me han tocado también situaciones tristes para la sociedad, como fue ir a buscar un niño que se había perdido en la precordillera, y se encontró, fue un milagro de Dios eso realmente. También me han tocado conflictos en la Catedral. Recuerdo allá por 2010, cuando una asociación social tomó la Catedral y fue una experiencia dura la de sentarme a mediar con el Gobierno de turno y la gente de la asociación que reclamaba sus cosas. Fue una experiencia de mucho desgaste, pero también de ver cómo Dios inspira, ayuda y nos muestra los caminos”, relata.

Entre el cielo y un poco por debajo de la Tierra

El padre, asegura que sumó muchos logros a lo largo de su tarea, que no fueron de él, “sino de Dios a través de su obra”. Y que eso también generó un impacto negativo. Es que, entre 2021 y 2022, mientras iba y venía dentro de la provincia, el padre Rómulo se enfrentó a un accidente de tránsito y dos incendios a los que, hasta hoy, no les encuentra explicación terrenal.

“Tuve el accidente, pero un accidente nunca imaginé. Ahí Dios puso la mano. Estaba por doblar para entrar a Iglesia, con baliza y todo como corresponde, y venían dos de fiesta atrás mío y me chocaron. Dios me protegió porque yo le estaba dando la pasada a un camión para poder doblar. Puse el freno en mano y me salvé. Pero doy gracias a Dios, porque si no, yo iba a parar abajo del camión y hoy no estoy contando el cuento”, sostiene.

Al mismo tiempo, recuerda “otros accidentes domésticos”, para referirse a los extraños incendios que sufrió. “El incendio de la casa parroquial allí en Los Berros fue un acontecimiento muy extraño. Después también tuve otro incendio muy raro en Rodeo. Pero esas cosas no alteraron mi espíritu, ni mucho menos mi dedicación. Los trapos se reponen, las chapas se arreglan, pero el espíritu es lo que más importa”.

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El padre contó sus vivencias a lo largo de su vida.

El padre contó sus vivencias a lo largo de su vida.

Ante la consulta de si cree que en esos casos hubo algo sobrenatural, responde rápido: “No lo digo yo, lo dice la Sagrada Escritura, ‘hijo mío, quieres seguir al Señor, prepárate para las pruebas’. Por eso, Jesús les advertía a sus apóstoles, ‘tengan cuidado, estén vigilantes’. Yo nunca me siento a preguntar esas cosas, pero me doy cuenta que cuando uno toca ciertas fibras en el corazón de las personas, ‘el otro’ no se queda tranquilo. Sería muy ingenuo pretender que no va a haber una reacción que el demonio genere cuando se está trabajando para Dios. Cuando se está trabajando bien y tanto. Pero siempre hay que tener en cuenta, que el éxito de nuestro trabajo pastoral no es nuestro, es de la comunidad, que comparte la tarea y pone amor en ella. Entonces eso genera que el demonio permanentemente quiera tratar de desalentarnos, de desunirnos, enfrentarnos”.

“Eso pasa en todos los aspectos de la vida. Por eso, todos tenemos que estar vigilantes, rezar, tratar de ser humildes, tratar de tener fe, confiar en Dios. Eso lo aprendí mucho de Don Bosco, del Padre Pío y también del Cura Brochero”, advierte.

El llamado que sonó con ruido de campanas

“Entré con 12 años al seminario. Desde muy chiquito yo sentía una inclinación religiosa. Visitaba mucho a Monseñor López Soler y le ayudaba en las misas”, cuenta el padre. Sin embargo, fue durante unas vacaciones en el Sur cuando sintió el llamado con el que decidió ser sacerdote. El padre Rómulo, relata ese momento como si narrara un cuento: “Estábamos con mi familia Junín de los Andes, tenía 11 años y nos bañándonos en un río muy bonito, cuando escuché una campana muy fuerte. Entonces, mi mamá me dijo, ‘parece que se ha muerto alguien’. Dicen que el zorro muere por la curiosidad: me vestí rápido y me fui a ver el entierro”, dice.

Para continuar: “Cuando llegué a la iglesia vi al padre Ciro con su sotana, su roquete, la capa bordada y a un montón de monaguillos de sotanita, con su roquete también, algunos eran mapuches. El padre me recibió con una dulzura, me dijo, ‘gringuito, ¿de dónde es usted?’ ‘¿Nos querés acompañar?’. Me llevaron y me pusieron las pavitas, íbamos todos caminando y cuando vi el modo con que el padre trató a los padres que habían perdido a ese muchacho de 20 años, que se había ahogado en el mismo lugar donde yo me estaba bañando con mi familia, me llegó al alma. Después, volvimos a la iglesia. ¡Con qué cariño me atendieron todos esos chicos! Se me perdieron las vacaciones, ya no quería saber nada”.

Sorprendidos por el comportamiento que veían en su hijo, sus padres se acercaron a hablar con el sacerdote del Sur y él los envió a charlar con el padre Cristóbal Bricio, en Don Bosco. El pequeño Rómulo, de 11 años, escuchó la conversación y sin decir nada, fue a ver al sacerdote ni bien regresó a San Juan. “Cuando mi mamá me dijo que íbamos a ir a hablar con el padre y yo le conté que ya había ido, se quiso morir”, revela entre risas.

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Un joven padre Rómulo (último a la derecha), durante sus estudios en el seminario de Córdoba.

Un joven padre Rómulo (último a la derecha), durante sus estudios en el seminario de Córdoba.

Fue el padre Bricio el que les dijo que había un lugar en el que podían guiar al niño para descubrir si realmente tenía la vocación. Con esa misión, viajó a Córdoba a los 12 años. “Yo veía a mis padres dos veces al año, vivíamos en un instituto tipo monasterio, donde teníamos de todo, trabajábamos, teníamos deportes, aprendíamos instrumentos, las clases de Secundario, exámenes, toda una vida. Fue una decisión seguirlo al Señor, tal vez atrevida de mi parte por la edad, pero me motivó eso, era algo muy fuerte que sentía. Es como el que se enamora”, revela.

Y termina su historia contando: “Fui a vivir desde pequeño lo que Dios les pidió a los apóstoles cuando ya eran adultos. Pero fue con una gracia, porque él fue allanando el camino, me fue ayudando, me fue sosteniendo. Vinieron dudas, angustias, desalientos, pero los superé. Pasé de Córdoba a Rosario, de Rosario a San Luis, de San Luis a Buenos Aires, en La Plata, y allá me ordené, para volver a San Juan”.

Su balance y lo que viene

“Me han pasado un montón de cosa. Estoy tan agradecido de Dios estos 30 años. No es uno el que hace la obra. Uno presta lo que tiene a Dios. Sería de mi parte una soberbia muy grande, pretender pensar que todo lo que se ha logrado ha sido de mi parte, porque todo lo he recibido de Dios”, dice Rómulo al hacer su balance.

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A lo largo de sus 30 años de servicio, conoció a los últimos tres papas. En la imagen, su encuentro con Benedicto.

A lo largo de sus 30 años de servicio, conoció a los últimos tres papas. En la imagen, su encuentro con Benedicto.

Resalta que tuvo la suerte de trabajar junto a gran cantidad de obispos, de los que aprendió a escuchar a la gente, a saber ser prudente y que iluminaron su vida. Que conoció al cardenal Eduardo Pironio, quien hoy es Beato. Que conoció también al papa Juan Pablo II, a Benedicto y al papa Francisco, antes de que llegara a la Santa Sede. Y que compartió tareas con gran cantidad de sacerdotes de San Juan. “Todos me fueron marcando el camino”, afirma.

"Cuando conocí al papa Juan Pablo II, me quedó tan impresionado que me enfermé. Me bajó la presión, porque fue tal emoción que me quedé como aturdido. Y después con el papa Benedicto estuvimos conversando. Y el Papa me dijo que tuviera el valor de descansar. Son imágenes que me han quedado grabadas en el corazón y me motivan". "Cuando conocí al papa Juan Pablo II, me quedó tan impresionado que me enfermé. Me bajó la presión, porque fue tal emoción que me quedé como aturdido. Y después con el papa Benedicto estuvimos conversando. Y el Papa me dijo que tuviera el valor de descansar. Son imágenes que me han quedado grabadas en el corazón y me motivan".

“Estos 30 años han pasado rápido”, reflexiona. Y al ser consultado sobre la tarea y las metas que le queda por cumplir, asegura: “Uno es sacerdote hasta que pasa el charco, al cielo o para abajo. Nunca me fijé metas, sencillamente porque fue Dios quien me las fijó. Ahora tengo que atender en Media Agua. Poner el corazón en el colegio, en las instituciones. Nunca he tenido metas de llegar aquí, allá, más allá. Eso es perder el tiempo y al tiempo hay que perderlo en la caridad, en el amor, en el servicio. Yo siempre digo, Dios no elige a los capacitados, sino que va capacitando a los que elige. Dios me va formando. Será que ya me estoy poniendo viejo, pero siempre digo, Señor, yo me ocupo de ti, tú ocúpate de mí. No me abandono. Así que ese es mi camino. No hay otro”.

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