Son las 9 de la mañana y Enzo está parado junto a su triciclo en la puerta de la casa de Laura, la mujer que le abrió las puertas de su emprendimiento un año atrás. Con campera abrigada, un casco y una enorme riñonera que cruza todo su pecho, espera ansioso el pedido que hizo el día anterior: tres semitones, cinco bolsitas de semitas y dos panes. Ya es tarde para él, pues suele salir del puesto ubicado en Villa Carolina entre las 7 y 8 de la mañana, pero a pedido de este medio atrasa su jornada laboral. “¿Cuántas semitas van?”, le pregunta a Laura mientras guarda la mercadería, toda embolsada, en la caja de tergopol térmica que está ubicada en el canasto trasero de su vehículo. La mujer le responde y lo despedida, para luego seguir con la venta de semitas en la vereda de su casa.
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Enzo recibe todas las semitas embolsadas. “El cliente no quiere semitas manoseadas”, explica.
Enzo tiene pensado el camino que va a recorrer esa mañana. A bordo de su triciclo, sin guantes porque eso le genera complicaciones a la hora de agarrar el manubrio, sale desde el corazón de la villa para dirigirse al domicilio de sus clientes más fieles. Maneja con prudencia: en cada esquina baja la velocidad y mira hacia su derecha e izquierda para ver si no viene algún auto. Ya saliendo de su zona, donde vive desde la década del `70, cruza el puente de la Abraham Tapia para llegar a su primer destino: el negocio de Leonardo Cortéz, dueño de una fábrica de embutidos.
Al cliente se le dibuja una sonrisa en el rostro cuando lo ve. Hay un saludo informal, con abrazo de por medio, y una pequeña charla. Y así es con todos. Con algunos, la afinidad es mucho más grande. Daniel, un mecánico que vive a dos cuadras del señor Cortéz, conoce al deportista desde pequeño. Casi que se le iluminan los ojos cuando habla de él: “Lo conozco desde chiquito. Siempre ha sido un buen chico. Antes vivíamos al lado de su casa y jugaba mucho con mi hermano, quien falleció después. Jugaban a la pelota, Enzo siempre iba al arco porque mucho no podía caminar en ese tiempo, pero se paraba para atajar”.
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Otro que casi termina al borde de las lágrimas es Daniel, quien conoce al protagonista de una empresa de transporte, donde ambos cumplían diferentes funciones. La confianza es tal que hay chistes y carcajadas entre ellos. “Tiene el cielo ganado y una voluntad admirable. Es responsable, hasta con llovizna ha venido a vender semitas. Es un buen chico y muy jodón; lo quiere todo el mundo”, expresa el hombre, quien en muchas ocasiones lo ha ayudado con la reparación de su triciclo.
“Cuando pasó lo de la bicicleta, extrañábamos su presencia. Después nos enteramos que se la habían robado; viralizamos la situación por los grupos de Whatsapp y redes sociales, y por suerte la encontró”, expresó Daniel, mecánico amigo.
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Ya ha pasado más de una hora y para Enzo recién ha comenzado la mañana. Normalmente arranca a las 7 y termina pasado el mediodía, aunque a veces continúa con sus labores por la tarde. “No tengo horario de salida”, asegura el protagonista.
Lo que me gusta de este oficio es el trato de la gente y, en particular, superarme. Lo que me gusta de este oficio es el trato de la gente y, en particular, superarme.
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Trabajar siempre ha sido un reto personal para Enzo. La venta de semitas es su laburo fijo desde hace un año y, aunque los ingresos no son muchos, considera que la ganancia va por otro lado. “Agarré este trabajo después de la pandemia. No quería estar en mi casa al cuete, y con la venta de semitas también ayudo un poco a mi familia y no estoy dándole manija desde mi casa. Salir a la calle me gusta, me gusta el trato de la gente y, en particular, superarme. A veces tengo bajones, pero siempre trato de salir adelante. Gracias a Dios me manejo solo, voy y vengo solo”.
El recorrido termina en la casa de Laura. Ya no hay más semitas, sí la satisfacción de haber cumplido con otra jornada laboral. En su vivienda lo espera su mamá, quien lo vio nacer en enero de 1978 y en primera persona, ha presenciado su lucha en sus 45 años de vida. Enzo nació por parto natural, sufriendo parálisis cerebral por falta de oxígeno. Atravesó múltiples tratamientos e internaciones, y se refugió en el ciclismo como cable a tierra y superación. Actualmente pertenece al programa de Deporte Adaptado de la Secretaría de Deportes, compite con su “compañera” y se la rebusca para “llevar el mango a su casa”. Un imparable.
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