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Historias

Agua y sombra: cómo resisten el calor los vendedores ambulantes bajo el sol sanjuanino

En días que superan los 40 grados, vendedores ambulantes de la Ciudad de San Juan cuentan cómo se las ingenian para trabajar a la intemperie, mantenerse hidratados y sostener sus ingresos en pleno verano

Por Cecilia Corradetti

El sol de diciembre no concede tregua en San Juan. Los termómetros superan los 40 grados antes del mediodía y el aire caliente asciende desde las veredas como una bocanada que lo envuelve todo. Bajo ese clima abrasador, mientras muchos buscan refugio en la sombra o en lugares climatizados, una escena persiste de manera silenciosa y cotidiana: la de los vendedores ambulantes que sostienen su trabajo a la intemperie, con botellas de agua helada, una carpeta de cartón como abanico y el árbol que toque como única protección.

Liliana Jofré

En la Plaza Laprida, sobre avenida Libertador, dos mujeres comparten no solo la sombra sino también la rutina y el cansancio de tantos veranos iguales. Liliana Jofré y Beatriz Barrionuevo ya se conocen como si fueran hermanas. El calor las agobia, pero lo sobrellevan juntas. Liliana vende tejidos artesanales, mandalas, carpetas y sahumerios hechos por ella misma. Beatriz ofrece bijouterie también artesanal. Ambas pertenecen al Movimiento Evita y hace 14 años que trabajan en ese mismo corredor.

“Estamos acostumbradas, pero igual es tremendo”, dice Liliana mientras mira el cielo sin una nube. “En enero ya no se puede trabajar. El sol nos da de frente desde las ocho y media hasta casi las tres. No hay sombra que aguante”.

beatriz barrionuevo

La decisión colectiva del grupo fue hacer una pausa durante enero, el mes más abrasador del calendario sanjuanino. Sin embargo, el municipio les ofreció alternativas para que no pierdan del todo sus ingresos. Podrán rotar por otros espacios autorizados, como el Parque de Mayo, el Parque Belgrano o diferentes plazas según disponibilidad. Será por la tarde, cuando el sol afloja un poco.

“A la tarde de seis a once se puede. De día no. Es imposible”, explica Beatriz. “El municipio nos da permisos y vamos rotando. Hace muchos años que nos organizamos así porque el calor es demasiado”.

En diciembre, cuando aún mantienen la rutina habitual, el desafío es resistir físicamente. Agua fría, frutas, gorras, sillas plegables, alguna lona improvisada. El calor se siente tanto que ni siquiera la posibilidad de vender compensa la incomodidad. Y encima, la temporada no ayuda.

“En verano baja mucho la gente”, dice Liliana. “Los colegios terminan, no hay turistas en el centro y todos salen de trabajar y se van. No hay tiempo de comprar”.

Ella aprovecha los tiempos muertos para seguir produciendo. Heredó de su madre y su abuela las primeras técnicas de tejido. “Ellas me enseñaron lo básico. Yo fui buscando mi impronta. Las mandalas, las mariposas, los colores. Nunca me quedo quieta”.

yanel y eduardo

El descanso de enero no será descanso, en realidad: será producción. Ambas trabajan en sus casas en las horas donde el aire se vuelve respirable, pensando en febrero y marzo, cuando la circulación vuelve a la normalidad.

A unas cuadras de ahí, sobre la misma Libertador, otra pareja también pelea contra el calor. Yanel Olivo y Eduardo se ubican bajo un árbol generoso, que deja caer una sombra espesa como un techo natural. Sobre una mesa improvisada acomodan garrapiñadas, gomitas y galletitas. Trabajan solo de mañana, hasta la una, cuando ya se vuelve insoportable.

“Con agua aguantamos”, dice Yanel, secándose la frente. Eduardo asiente. “En verano cae mucho la venta. Enero es malísimo. Pero igual seguimos. No queda otra”.

mariano vende manteles en el centro

Él trabaja también de noche, en changas. “Es la lucha de todos los días. A veces se vende, a veces no. Pero hay que sobrevivir”, exclama.

Las palabras “sobrevivir” y “aguantar” aparecen repetidas veces en cada charla con vendedores callejeros. En una provincia donde el calor se vuelve protagonista, quienes están en la vía pública desarrollan una verdadera logística de verano para protegerse: agua congelada en botellas de dos litros, sombrillas que se atan a un carro o a un poste, ropa clara, movimientos medidos.

Sin embargo, no todos tienen las mismas posibilidades. En la avenida Libertador, Mariano —que vende manteles navideños a 12 mil pesos— se acomoda bajo una mora de hojas gigantes. Su perro duerme a sus pies, protegido por la sombra espesa del árbol y una botella de agua fresca. El calor es duro para los animales también. “Lo traigo siempre conmigo. No lo dejo solo. Y acá, por lo menos, él está bien resguardado”, dice.

vendedores ambulantes

San Juan tiene un sol propio. Lo saben sus habitantes, lo saben quienes llegan por primera vez y lo saben, sobre todo, quienes trabajan en la calle. La sensación térmica supera muchas veces los registros oficiales y la jornada laboral se convierte en un equilibrio entre la necesidad y el desgaste físico.

Liliana, por ejemplo, cuenta que muchas veces se hidrata tanto que pierde la cuenta. “Tomar mucho líquido es clave. A veces nos ponemos atrás de los puestos, después volvemos. Tratamos de no estar justo donde pega. Pero igual se siente”.

Beatriz agrega que ni siquiera el descanso alcanza para mitigar el impacto. “Uno trata de descansar, pero no se descansa nunca del todo. El calor te deja agotada. Y si encima no hay venta, se hace más difícil”.

A pesar de todo, hay un punto en común entre todos los vendedores: la pertenencia al espacio público como forma de vida. Muchos llevan más de una década en el mismo lugar. Conocen a los vecinos, a los que pasan todos los días, a los que vuelven por un regalo o una artesanía. La calle es su escenario y su sustento, incluso cuando el clima juega en contra.

Por eso valoran especialmente que el municipio les permita reubicarse durante el verano. “Nos apoyan con los permisos. Vamos pidiendo y ellos nos van diciendo dónde podemos ir. Eso ayuda muchísimo en estos meses”, sostienen.

Las estrategias varían según el rubro. Los artesanos producen más en casa para evitar las horas de exposición extrema. Los que venden comida o golosinas reducen horarios. Los que dependen del flujo turístico esperan marzo con ansias. Todos coinciden en que enero es el mes más duro y que el consumo baja drásticamente.

Aun así, Yanel y Eduardo planean seguir. “Vamos a estar igual. No podemos parar. Enero cae mucho, pero bueno. Hay que seguir”.

Al final de la tarde, cuando el sol empieza a bajar detrás de los cerros y la plaza recupera algo de movimiento, Liliana guarda sus tejidos con cuidado y sonríe. “Es el trabajo de una. Nos acostumbramos. Y San Juan es así: duro, pero hermoso”.

Quizás esa frase resume algo que aparece en cada testimonio: la mezcla de agotamiento, orgullo y pertenencia. El calor sofoca, pero no detiene. Y, mientras el verano avanza sobre la provincia, ellos siguen sosteniendo la economía diaria con la misma herramienta con la que enfrentan todo: la resistencia del día a día.

En San Juan, donde el sol es rey, los vendedores ambulantes aprendieron a convivir con él a su manera: agua fresca, sombra buscada como un tesoro y la decisión firme de no abandonar la vereda que los sostiene. En definitiva, la lucha es la misma de siempre, solo que en verano arde un poco más.

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