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Columna de opinión

A tres años del femicidio de Brenda Requena, el crimen que cambió a San Juan

La joven fue asesinada por su marido, Diego Álvarez. Hubo un señalamiento policial y mediático. La entereza de su madre y la lucha de los movimientos feministas.

Por Natalia Caballero

Hace tres años, el 11 de julio de 2019, Diego Álvarez asesinó a Brenda Requena, su esposa y madre de sus dos hijos. Antes de que fuera encontrado el cuerpo, el femicida satisfizo su último deseo: destruir la imagen social de su mujer. El condenado denunció la desaparición de Brenda, dijo en la Policía que la había encontrado en el campo con otro hombre, que al notar su presencia salió corriendo por el campo desnuda y que hasta tuvo tiempo de robarle dinero. El festín fue para todos: para los uniformados, que dieron a conocer la versión en los medios en tono jocoso; para los medios, que transformaron la noticia en un circo novelero de las cinco de la tarde; para la sociedad, que se encargó de juzgar a Brenda. Hubo hasta quienes descargaron todo tipo de resentimiento social y le desearon lo peor. Hasta que pasó lo peor. Y ahí hubo silencio.

El último goce del femicida fue radicar la denuncia por averiguación de paradero en la Comisaría 18°, de Albardón, departamento en el que vivía con Brenda y sus niños. Álvarez era un violento controlador. Había armado un perfil de Facebook para los dos, no le permitía a la joven tener un perfil propio en la red social. La degradaba como persona y la violentaba psicológicamente. Y sin un atisbo de culpa, llegó a la seccional y dijo que su esposa se había ido corriendo luego de ser descubierta en plena infidelidad. Álvarez ya la había asesinado, descuartizado y quemado, pero después de cometer el acto atroz solo pensó en una estrategia para pegarle a Brenda otra vez.

Y hubo lapidación social. Primero, de los policías, que informaron la desaparición con detalles nuevos y más morbosos. El teléfono descompuesto del machito. Los medios replicamos la versión policial. No hubo descreimiento. Ni se aclaró que era “una versión policial”. Dimos por hecho. El peor error.

El escarnio social vino de la mano de la publicación en los medios. Hubo quienes le desearon la muerte a Brenda. Y hasta quienes pusieron en duda su honor como persona. Su desaparición se transformó en la comidilla de cafés, en la “excusa” del machismo para despotricar contra las mujeres y en “el caso” que posibilitó que los fabricantes de odio puedan explotar de prejuicio.

El 17 de julio encontraron un cadáver en Albardón, en un descampado. Era Brenda. La primera prueba de que era ella fue su cadenita. El rastro de vida que Diego Álvarez no pudo arrancar. Cuando el crimen fue reconstruido se supo que el hombre con el que estaba Brenda, José Guajardo, también la abandonó. La dejó desamparada ante la violencia de su marido, que la asesinó a los pocos minutos. Guajardo se fue del lugar, le negó auxilio y se encontró con amigos después a tomar alcohol. Como si nada hubiera pasado dio vuelta la página.

La madre de Brenda no habló con los medios durante largo tiempo. No podía. También fuimos parte del problema. Al año dialogó con Tiempo de San Juan. Lo hizo junto a otros padres del dolor. "Uno de los dolores más grandes que llevo es que no pude ver a mi hija al final, no pude despedirme de ella, me dieron unos huesitos. Por eso creo que no lloro cuando voy al cementerio pero sí cuando veo una foto de ella. Es como si no estuviera ahí, hasta eso me sacaron", dijo en aquella primera nota en julio del 2020.

El amor de madre, la necesidad de encontrar justicia ante la injusticia del arrebato llevó a Laura Requena a seguir de cerca el caso de su hija en Tribunales. No dejó de ir a ninguna audiencia. El 18 de junio del 2021 condenaron a Diego Álvarez a cadena perpetua. La imagen de Laura después de escuchar la decisión de los jueces dio vuelta al país. Fue desahogo. Fue decir “Pudimos hacer algo”. Fue decir “¡Fue femicidio! “

Con la entereza que siempre caracterizó a Laura, se hizo cargo de los hijos de Brenda. Ahora protagoniza otra lucha: sacarle el apellido del padre a los nietos que se hija parió. En estas criaturas encontró un poco de Brenda y un motor para continuar luchando junto a otras madres víctimas del mismo dolor. Laura abrazó a la madre de Celeste Luna cuando le dieron perpetua a su femicida. Acompañó a los padres de Cristina Olivares cuando autorizaron que su asesino saliera del Penal. Está, participa, abraza para pelearle al dolor.

La lucha de los movimientos feministas estuvo presente, atravesando todo y quemando lo que había que quemar. La frase claramente no es literal. Quemando las viejas estructuras de dominación patriarcal, que se reproducen y se enquistan en todos los tejidos sociales. Porque no es suficiente con capacitarse sobre la Ley Micaela. Es un gran paso, sí. Pero no es suficiente la selfie de jueces, empleados estatales y funcionarios con el diploma que acredita que aprendieron algo. Lo que realmente falta es la capacitación y una revisión interna como ser humano y de las estructuras en las que se desempeñan.

Los altos índices de violencia machista contra mujeres no son comparables con el fenómeno de la violencia en general, ya que este tipo de violencia machista está dirigida contra un colectivo específico, el de las mujeres, solo por el hecho de ser mujeres. Como en las violaciones, lo que se está haciendo es ejercer el poder sobre una persona más vulnerable, sea por el motivo que sea, y en la situación que sea. Un femicidio es la peor consecuencia de una serie de violencias que se ejercen sobre las mujeres. La muerte violenta de mujeres por motivos de género dentro de la familia, el hogar, o en cualquier relación interpersonal es el resultado de relaciones desiguales de poder en esas constelaciones relacionales.

No queremos más cuerpos mutilados por la inacción social y estatal. No queremos más padres del dolor. No queremos más violencia. Era Brenda. La mató Diego Álvarez. Perdón, Brenda. Hoy San Juan te recuerda. Quizá no sea un aniversario más. Quizá podamos ser mejores. Te lo debemos.

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