Es nuevo Julián Gil en la política, según él
mismo se encarga siempre de aclarar, por eso puede sostenerse que hizo una
carrera meteórica: a sólo dos años de hacer los primeros palotes ya llegó a una
intendencia importante, la de la ciudad de Caucete.
No sólo eso. Derrotó en el camino a varios
pesos pesados del departamento: primero a Silvio Ibañez en la Paso, luego al
entonces oficialismo en pleno liderado por Mariela Ginestar pero integrado por
un abanico de dirigentes con jinetas, incluido su antecesor Juan Elizondo y el
patriarca Emilio Mendoza.
Ya está. Gil pasó estos días de recién
iniciado a flamante intendente, lo que equivale a convertirse en el nuevo
oficialismo departamental. Y en cuestión de minutos puso todo patas para
arriba, con acciones y declaraciones que ningún especialista le recomendaría: se
subió el sueldo y lo invocó en público, designó a su familia en pleno en el
municipio como señal de confianza y con extremos como un cargo relevante para
su hija de apenas 19 años.
Protagoniza además una de las puntas de una
flamante convulsión caucetera, a causa de una pésima transición con Juan
Elizondo que ahora exhibe el clásico de gente en la calle pidiendo un plus que
el nuevo intendente sostiene que su antecesor ya se gastó. O alguna rispidez
que habría obligado incluso la participación de Gendarmería.
No son tiempos de calma en Caucete, mas parece
una postal de un western. Donde el intendente Gil apuesta todo su capital de
crédito como todo nuevo funcionario en sus audaces acciones y declaraciones. Y
considera que podrá atenuar el impacto con lo que parece ser su caballo de
batalla, según se deduce de sus comunicaciones: la limpieza de la ciudad. Lo
que un intendente debe hacer, por otro lado.
Cada uno de sus audaces lances públicos dejará
columnas bien separadas entre sus defensores y sus críticos. Habrá que convenir
que se trata de posiciones que dejan poco margen para permanecer en posturas
intermedias, para mantenerse indiferente. De allí la sensación de asistir al
nacimiento de una estrella en sentido metafórico: será de aquí adelante un
funcionario que hará ruido, bien o mal, ruido al fin.
La primera de sus audacias fue hacer aceptado
la decisión de subirse el sueldo, a él y a toda la planta política que lo
acompaña. Para eso, circuló por la mano contraria de la autopista, justo en
tiempos en los que resurgen algunos llaneros solitarios postulando su rebaja en
beneficio de las cuentas públicas, y que reciben acogida simpática lógicamente.
No, él la cambió de palo con la sencilla
comparación de su sueldo como funcionario contra la que recibe como maestro
rural, apenas un escalón por debajo. Una de dos: o los intendentes ganan poco o
los maestros rurales ganan mucho. O, una tercera, no debería existir diferencia
jerárquica visible entre ambos.
No fue esto último lo que entendió el
mandatario y se subió el salario de un plumazo, incluso agregando otro
componente habitual en esta discusión: que a los funcionarios hay que pagarles
bien para evitar hechos de corrupción. Se puede coincidir, pero para que esa
postura tenga cuerpo habría que exigir la contraprestación, y no parece ser esa
ninguna exigencia de no robar, mandato inscripto en la genética del cargo
público. Para pagar buenos salarios, la contraprestación es la buena gestión.
Si ésto se da, el margen para cuestionar el gasto en salarios en mucho menor.
No contento con ese sacudón, el intendente Gil
dio enseguida un retruco: designó a su esposa como secretaria de Acción Social,
a su hermano como jefe de compras, a su hijo en Deportes y a su hija como
coordinadora de Gabinete, cargo jerárquico y de gran importancia política. El
dato es que su hija tiene apenas 19 años.
Casi más resonante aún fue el argumento con el
que defendió lo de su hija, tal vez la decisión que más convulsión generó.
Buscó la línea de la discriminación, sin reparar tal vez en la pregunta más
sensata: ¿está una persona de 19 años (independientemente de parentescos,
procedencias, formación) en condiciones de liderar un equipo de gobierno?
Para el intendente Gil evidentemente sí,
porque lo que dijo respecto de las críticas que recibió es que Gabriela fue su
jefa de campaña que le permitió llegar al municipio. Otra vez, una de dos: un
evidente caso de precocidad y un futuro promisorio, o un auténtico exceso.
Y como Gil considera a su hija de 19 años como
uno de sus principales factores político al punto de designarla en el cargo más
importante de su equipo, es que redobló su apuesta: sostuvo que los que lo
critican están directamente discriminando a su hija, por mujer y por menor de
edad.
No se quedó atrás el jefe comunal para
explicar su postura a quien lo quisiera escuchar. Así lo definió en Tiempo de
San Juan:
-"No discriminen a mi hija por sus 19
años, no se debe hacer eso con la juventud. Ella fue mi jefa de campaña y
llevó adelante 3 procesos electorales.
Con 17 años ya estaba realizando esta tarea política, en un ambiente muy
hostil, en el que hay que demostrar capacidad y templanza”.
-"El discurso de cambio no tiene nada que
ver con esto. Yo hice campaña aclarando que ellos me iban a acompañar. Yo soy
un líder, y mi hija es la hija de un líder, y así le obedecen, así ella
conduce”.
-"Insisto, yo soy un líder, como lo fueron
Néstor y Cristina, y ellos colocaron a la hermana de él, Alicia, en Acción
Social”.
A quien quiera restregarse los ojos incrédulos
para confirmar si esto es verdad, ahí va. Sí, la referencia del liderazgo y la comparación
de Alicia con su hija de 19 años es algo que efectivamente ocurrió.