Con un ritmo distinto al de otros films de su especie e imágenes que obligan a desviar la mirada, "Haz que regrese" había generado grandes expectativas al ser calificada como una de las mejores películas de terror del año. Después de pasar por algunos cines del mundo, desde este jueves está disponible en las salas locales. La propuesta ofrece un horror diferente, en el que el espanto se mezcla con un profundo trasfondo relacionado con la maternidad, la obsesión y los duelos no resueltos. Una idea innovadora, pero no apta para todos los públicos.
La película es la nueva apuesta de los gemelos australianos Danny y Michael Philippou que, nuevamente a través de A24 y con su característico sentido del terror retorcido, logran una propuesta mucho más adulta y profunda que la de su exitosa "Háblame", estrenada en 2022.
Como ocurre con varias de las últimas producciones que ha dado el género, "Haz que regrese" se cocina a fuego lento antes de adentrarse en el gore o el horror corporal, tan comentados el año pasado con "La sustancia", exponente indiscutida del subgénero. Aunque, en este caso, todo está atravesado por un halo más intenso de suspenso.
Una serie de extrañas imágenes en VHS , marcadas por la oscuridad, círculos en el suelo, seres humanos con miradas vacías y gritos que se transforman en alaridos; sirven como puntapié inicial de la historia, anticipando lo que está por venir.
La trama se centra en Andy (Billy Barratt) y su hermana menor, Piper (Sora Wong). Su padre acaba de morir de forma horrenda y ambos quedan solos. Andy está a solo tres meses de cumplir 18 años, lo que le permitiría pedir la tutela de Piper, y se niega rotundamente a separarse de ella. Sobre todo porque Piper, con una severa dificultad visual que le permite percibir solo sombras y movimientos, depende completamente de su hermano, quien la sobreprotege para mantenerla alejada de los problemas.
Ambos son enviados por el Estado a vivir con Laura (Sally Hawkins), una terapeuta que los recibe en su casa con el objetivo de brindarles contención. Desde el inicio, Laura se muestra como una mujer rara y excéntrica, aunque amable, especialmente con Piper. Ese vínculo especial se explica en parte por la reciente muerte de Cathy, su hija, que también sufría ceguera y murió ahogada en una piscina que ahora yace vacía. En esa casa también vive Oliver (Jonah Wren Phillips), un chico que no habla y parece completamente ausente del mundo que lo rodea.
Ese es solo el comienzo de "Haz que regrese". Durante buena parte de la primera mitad, la película se centra en las luchas internas y los dolores que cada personaje carga, al tiempo que siembra dudas: ¿qué está ocurriendo realmente? ¿Quién es en verdad ese niño? ¿Qué oculta Laura? ¿Cuáles son sus intenciones?
Avanza con un ritmo pausado y deliberadamente confuso, marcando el compás del suspenso. Algunos podrían preguntarse: “¿Dónde está el horror?”. Pero esa calma aparente está usada como "la calma que antecede al huracán", una antesala de situaciones realmente espantosas y perturbadoras, que llegarán después.
Los directores apuestan por una atmósfera densa y cargada de tensión que, aunque pueda parecer lenta para algunos, solo prepara al espectador para lo que vendrá. Durante los primeros 45 minutos no hay sobresaltos ni escenas terroríficas en el sentido clásico; en cambio, se construye incomodidad y nerviosismo a través de la ambigüedad, la calma inquietante y la desconfianza. Esa sensación se refuerza con los comportamientos erráticos y los cambios de humor de Laura, que por momentos intenta mostrarse estable, pero deja al descubierto su perturbada mente.
La segunda parte y el cambio rotundo
De manera casi intempestiva, emergen el dolor, la obsesión y la crudeza del duelo: los verdaderos monstruos de esta historia, marcada por un extraño ritual de manipulación mental. El terror de "Haz que regrese" es diferente. Se aleja de la comedia típica de las películas de miedo de los ’90 y es más desagradable e impactante que los thrillers psicológicos que dominaron los inicios de los 2000. Es un terror más refinado, con propósito y con sentimientos: en este caso, la imposibilidad de aceptar la muerte.
Las escenas más brutales obligan a entrecerrar los ojos a los espectadores más valientes y a girar el rostro a los más impresionables. De hecho, en los festivales donde se presentó, hubo quienes abandonaron la sala. Sin embargo, más que miedo, lo que genera es una sensación de repugnancia.
Aún así, lo más espeluznante de esta historia está más allá del horror gráfico. Su núcleo es el amor materno llevado al extremo, un amor capaz de llegar a lo impensado. Ese sentido se condensa en una escena final desgarradora (imposible de describir sin caer en el spolier) que borra todo lo anterior y obliga al espectador a enfrentarse a uno de los escenarios más horribles que puede concebir un ser humano, tan real y aterrador que trasciende cualquier película de terror.
El trailer de "Haz que regrese"
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