María Aguilera nació para dar pelea y no sólo en un ring de boxeo o un tatami, sino en la vida misma. Lucha contra las etiquetas, prejuicios y todos esos “no” que le pusieron en el camino del deporte, el que arrancó con apenas 10 años. Hoy con 21, esta joven de Marquesado es una de las pocas mujeres semi-profesionales del país en kick boxing y una de las grandes promesas del deporte sanjuanino. Vive con hipoacusia severa y apenas puede hablar, pero eso para nada la detuvo. Ni siquiera cuando le cerraban las puertas en la cara.
“Fue muy difícil para mí, me sentía frustrada. Siempre sufrí bullying por mi hipoacusia, por cómo hablaba y por mi físico. También era muy flaquita. Pero mi familia y mis entrenadores me enseñaron a quererme tal cual soy”, cuenta la protagonista en diálogo con Tiempo de San Juan.
Comenzó a entrenar desde muy chica junto a sus hermanos, en el gimnasio Mapuche Fight Club. Allí encontró a un maestro clave: el “Chato” Pereyra. “Es una persona muy especial en mi vida. Me enseñó a superar mis miedos, a que no importa mi condición. Me sentí tan bien que me tatué su nombre. Tiene un corazón enorme y jamás le importó mi condición, sino todo lo contrario. Me integró con el grupo, con los chicos del gimnasio”, señala María. También recuerda con cariño a Maxi, su profe de kickboxing, quien también la integró y comprendió, y a los amigos que hizo entrenando en Forja.
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La realidad es que había golpeado las puertas de varios gimnasios, pero muchos la rechazaron por su condición. Fue hasta que llegó a Mapuche, cuando todo cambió. “Al principio costó mucho, pero ella nunca bajó los brazos”, recuerda Carlos, su papá, albañil de toda la vida. “Después que la vieron entrenar, muchos que antes la rechazaron me llamaban para pedírmela”, agrega, entre orgullo y revancha.
Hoy ella entrena en Level Up, dirigida por el técnico Franco Pérez. “La conocí en Mapuche. Primero fuimos compañeros, ahora soy su entrenador. Y te digo la verdad, es una de las más comprometidas del grupo. Siempre va para adelante”, asegura. “Ella entiende todo solo observando. Tiene una base muy sólida y se adapta perfecto. En nuestras clases usamos más gestos que palabras”, explica Franco.
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Junto a su novio Lucas y su entrenador Franco.
En torneos figura como Yenifer María Aguilera y compite en la categoría semi-pro, antesala del profesionalismo. Su 2025 viene cargado: ganó la Copa Argentina en Buenos Aires, subió al podio en Mendoza y ahora se prepara para pelear el 22 de junio, el 12 y el 28 de julio, y el 9 de agosto en certámenes como Fusion Combat, Fight for Glory y Chase Warrior. Pero el gran sueño está más lejos, y más cerca a la vez: María clasificó para representar a la Argentina en Colombia. Solo le falta el empujón económico.
“Hacemos un esfuerzo enorme, pero a veces no alcanza. Yo soy albañil, ella está enfocada en esto a full. Sería buenísimo que la Secretaría de Deportes nos ayudara, porque ya están representando a San Juan y al país”, pide su papá.
Mientras tanto, María no para. Vive con su familia y su novio Lucas, entrena todos los días y ya lleva años dedicada al deporte de manera completa, aunque su currículum igual impresiona: es masoterapeuta profesional matriculada, personal trainer, instructora de musculación, de aerobox y estudió nutrición deportiva. También se formó en AMAIP, la prestigiosa escuela de formación en salud y deporte.
“Amo el kick boxing porque me permite hacer lo que más me gusta. Me encanta la disciplina, y también los amigos que encontrás”, dice María. “Mi sueño es llegar a pelear en la UFC, ser campeona de kickboxing. Pero más que nada quiero demostrar que todo en la vida se puede”.
Durante las competencias, su novio se encarga de traducirle con señas lo que pasa en la jaula. En el descanso entre rounds, su equipo se las ingenia para transmitirle indicaciones. Todo se hace con paciencia, con códigos visuales, con confianza. “No hay apuro en que llegue a profesional, vamos paso a paso. Pero los entrenamientos son ya de nivel profesional. Trabajamos fuerza, coordinación, técnica y pliometría”, cuenta Franco.
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Junto a su padre Carlos, uno de sus grandes pilares.
María no necesita más para perseguir sus objetivos. Su pelea es con el cuerpo, con la mirada, con el alma. Y cuando sube a pelear, no entra sola: entra la convicción de que se puede, la fuerza de una familia que nunca la soltó, y el sueño intacto de llegar a lo más alto.