Con apenas 20 años, Tomás Maldonado se subió a un avión con destino a Irlanda, dispuesto a hacer realidad el sueño que lo perseguía desde su adolescencia. Nacido en Rawson y criado deportivamente en el San Juan Rugby Club, su vida siempre giró en torno al deporte que lo atrapó desde muy chico. Pero la idea de jugar en un país considerado potencia del mundo, donde la disciplina es pasión nacional, le daba una sensación de que todo lo que había hecho hasta ese momento lo había preparado para este salto.
A los 15 años, después de un breve paso por la escuelita de fútbol del Catita Moreno, volvió a su viejo amor y se puso otra vez la camiseta del club de Santa Lucía. "El rugby siempre fue mi pasión, pero a los 15 me decidí por completo", cuenta del otro lado del teléfono, mientras recuerda esos días en el San Juan, en los que empezaba a codearse con los muchachos de Primera. No solo entrenaba más que nunca, sino que también veía cómo otros jugadores de la institución se marchaban a Europa a probar suerte. Fue entonces cuando una chispa se encendió dentro de él: "Vi que otros se iban y pensé, ¿por qué yo no?", recuerda.
La oportunidad de emigrar a Irlanda no tardó en llegar. Tras meses de entrenamientos extra, videos, contactos y mucho esfuerzo, un club irlandés, el Mallow Rugby Club, se interesó por él. El contacto se hizo casi por casualidad, a través de una agencia que lo ayudó a tener su gran oportunidad. Tomás aterrizó en el pintoresco pueblo de Mallow, en el condado de Cork, donde la vida se mueve a otro ritmo y donde el rugby tiene una presencia tan fuerte que los partidos se vuelven eventos que movilizan a todo la comunidad.
Al llegar, lo primero que notó fue la diferencia en el juego. En Irlanda, el rugby es mucho más físico. "Los irlandeses son grandes, muy fuertes, y el juego aquí es mucho más físico que en Argentina. No es solo habilidad, también es resistencia y fuerza en cada contacto", cuenta. En sus primeros partidos, la diferencia se hizo evidente, pero no tardó en adaptarse. "Al principio costó, pero el nivel de exigencia me está ayudando a mejorar cada día", explica.
El torneo en el que compite es el Munster Junior 1, una liga regional de rugby en Irlanda que reúne a equipos de la región de Munster, donde juega el Mallow Rugby. Es un torneo es muy competitivo y sirve como trampolín para ascender a la All Ireland League (AIL), la máxima división del país.
Además del rugby, el idioma fue otro desafío. A pesar de haber estudiado inglés, el acento irlandés y los términos específicos del rugby local se convirtieron en otra dificultad a vencer. "Aquí hablan diferente, tienen su propio acento y usan palabras que no entendía", dice. Sin embargo, rápidamente se fue acostumbrando y, con la ayuda de un compañero argentino que ya llevaba un año en Irlanda, comenzó a comprender mejor el contexto dentro y fuera de la cancha.
Irlanda, sin embargo, también es un país donde los clubes, incluso los más pequeños, invierten mucho en sus jugadores. En el Mallow, el nivel de competitividad es altísimo, con muchos jugadores provenientes de otros países. "Aquí los clubes invierten mucho en el rugby, mucho más que en Argentina. Los equipos tienen todo lo necesario: ropa, viajes, transporte, tercer tiempo", comenta el tercera línea, remarcando la diferencia en infraestructura con respecto a la Argentina.
Su vida hoy gira cien por cien en torno al rugby. Vive muy cerca de la institución y cuenta que su día a día es muy tranquilo. "El pueblo es pequeño y todo cierra temprano. A veces me cuesta acostumbrarme porque en Argentina solemos cenar más tarde, pero aquí todo el mundo se duerme temprano. Mis compañeros irlandeses son muy amables, me ayudan mucho para que me adapte", dice Tomás. También, al ser un jugador extranjero, no todo ha sido fácil. La adaptación cultural y los horarios europeos fueron algunos de los choques iniciales, pero con el tiempo, fue encontrando su lugar, dentro y fuera de la cancha.
El trabajo también ha sido parte de la experiencia. Tomás trabaja en una distribuidora de alimentos y bebidas para poder mantenerse mientras persigue su sueño en el rugby. "Es un trabajo que me permite entrenar y jugar, aunque no es lo que más me gusta, pero me ayuda a vivir aquí", explica.
Aunque la vida en Irlanda es exigente y el rugby aún más, nunca pierde de vista su objetivo final: mejorar, crecer y, algún día, llegar al rugby de élite en Europa. "Mi meta es clara. Estoy aquí para seguir aprendiendo y crecer como jugador. Mi sueño es jugar a nivel profesional, y en algún momento, representar a mi país. Este es solo el principio", cierra el rugbier sanjuanino.