Llegó como un remolino de energía a la redacción de Tiempo de San Juan. Habló, analizó, reflexionó, recordó y se emocionó. Cinco verbos, cinco estados que constituyen el pasado y el presente de Alejandro Romero, un reconocido activista por los derechos de lesbianas, gays, bisexuales, trans y queers de la provincia. Ale supo transformar la tragedia y el dolor en militancia y hoy es la cara visible de dos luchas.
Como todo niño que se va descubriendo, Alejandro se dio cuenta que le gustaban los varones a los cuatro años. Al principio lo tomaba como un juego. No era sencillo asumirse gay en el seno de una familia atravesada por el catolicismo. En la adolescencia se dio cuenta que la sociedad le indicaba un camino “correcto”, que no coincidía con la senda que le marcaba el corazón. De ese dilema nació el miedo a ser por el temor a la exclusión.
“Me costó muchísimo aceptarme y le pedía perdón a Dios por ser lo que era”, lanzó Alejandro. Recién a los 23 años pudo hacerlo. En el camino, la clandestinidad fue el único camino que encontró para ser hasta que llegó la liberación de la verdad.
Si bien Alejandro pudo armar una pareja, no le contaba a su familia. Eran sus tiempos. Pero sus tiempos fueron interrumpidos y por una desgracia. Su novio fue asesinado, el caso fue tema de los medios de comunicación y tuvo que sí o sí enfrentar a su círculo familiar y contar su verdad. “Fue hasta en contra de mi propia voluntad hacerlo, tuve la gran desgracia de perder a mi pareja en un asesinato. Tuve que sí o sí visibilizarme en mi seno familiar, en mi entorno. Estaba en boca de todo el mundo. San Juan es muy chico, estas cosas me tocaron hablarlas porque no me quedó otra”, contó el joven.
Tras el crimen de su novio, atravesó una gran depresión y en el proceso del duelo recibió una importante contención psicológica que no sólo le permitió hacer el duelo por la pérdida sino también comenzar a vivir su sexualidad de una manera más libre.
Fue la desgracia también la que le permitió darse cuenta que la militancia era clave para cambiar la realidad de la comunidad LGBTQ+. “Este humilde grano de arena es importante porque buscamos que las personas no sufran, no estamos para sufrir”, dijo. El primer ámbito en el que activó fue en defensa de los derechos de personas con VIH, posteriormente se involucró en organizaciones que bregan por la igualdad y la no discriminación. Actualmente milita en Aequalis.
“Siempre fui una persona que vivió en la marginalidad. Primero nací en una familia de clase media baja y los pobres siempre hemos sido excluidos; pertenezco a la comunidad gay y hay cierto rechazo y luego me enteré que tengo el virus del VIH. Siempre viví en esta marginalidad”.
Ale está cerca de recibirse de docente y en el ámbito educativo encuentra desafíos. En primer lugar, cumplir con su rol de educador pero sin dejar de lado la educación en disidencias sexuales, en la aceptación y el respeto.
Salir al mundo implica someterse a cuestionamientos y preguntas. Aunque no siempre tengan ganas; gays, lesbianas y trans se transforman en personas que deben despejar dudas. Pero no todas las preguntas vienen con buena intención. Al respecto, el activista apuntó: “Te das cuenta de la intención de las consultas, siempre intento responder porque hay una necesidad de conocer. Intento siempre apelar a la empatía”.
Para Alejandro las Marchas del Orgullo son muy importantes para su vida tanto en el plano personal como en su rol como militante. La primera marcha se hizo en el 2010. No fue simple armarla, no contaron con apoyo y hasta marcharon con luces apagadas. En aquella oportunidad Ale no se visibilizaba como gay ante el mundo, pero estuvo en el inicio y en el final mirando desde lejos con su pareja de aquel momento. Ahora va al frente, empoderado y esperando igualdad.
“En una sociedad que nos educa para la vergüenza, el orgullo es una respuesta política”. Esta es la frase de cabecera de Alejandro. Y hoy Ale ES y no hay quien pare a este torbellino.