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De la oscuridad a la esperanza

Madres en lucha: la batalla silenciosa por recuperarse y volver a casa con sus hijos

En la Casa Convivencial María del Carmen, un grupo de mujeres sanjuaninas atraviesa un proceso profundo de recuperación. Lejos de sus hijos y de sus rutinas, enfrentan el consumo problemático con la esperanza de volver con los suyos, de reconstruir vínculos y empezar una nueva vida. Historias.

Por Carla Acosta

El amanecer en la Casa Convivencial María del Carmen llega con el sonido de la tetera sobre la hornalla y el olor a semita recién hecha. Afuera, en el patio, el sol empieza a golpear con fuerza y hay clima primaveral. Adentro, las risas comienzan a romper el silencio en las primeras horas. Son mujeres que conviven, que se acompañan, que están aprendiendo a empezar de nuevo.

No es un lugar cualquiera. Es, para muchas, el primer espacio donde pueden descansar sin miedo. Allí, en medio del ruido que genera una Avenida de Libertador súper transitada y los murmullos que hay en los pasillos, se libra una batalla silenciosa: la de las madres que buscan dejar atrás el consumo problemático y volver a casa con sus hijos.

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Cada desayuno, cada taller de arte, cada sesión con la psicóloga es un paso más hacia el reencuentro con sus hijos y consigo mismas.

Cada desayuno, cada taller de arte, cada sesión con la psicóloga es un paso más hacia el reencuentro con sus hijos y consigo mismas.

El espacio, donado por María del Carmen Caballero al Ministerio de Salud Humana, funciona desde 2009 como residencia terapéutica para mujeres en situación de consumo problemático. Inicialmente, era un lugar de internación intensiva: sacar a la persona de su entorno, de los barrios o amistades que podían poner en riesgo su vida, para que pudiera comenzar un tratamiento seguro. Desde 2021, en el marco de la Ley de Salud Mental, amplió sus modalidades incluyendo centro de día y tratamiento ambulatorio, pensando no solo en la abstinencia temporal, sino en la reinserción y el fortalecimiento de vínculos familiares.

Bárbara Orozco, a cargo de la institución, explica que “la internación permite alejar a la persona de contextos de riesgo y trabajar durante meses en su estabilidad. Pero después, para completar el tratamiento, es necesario que pueda volver a su entorno y enfrentar los conflictos típicos de su vida cotidiana”. La Casa ofrece estructura diaria, talleres de arte y costura, educación física, grupos terapéuticos, acompañamiento individual, nutrición y actividades recreativas. Todo pensado para que las mujeres desarrollen herramientas concretas para rehacer su vida, la de ellas y la de sus hijos.

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Las chicas realizan a diario la venta de semitas para sustentar los gastos que generan las salidas grupales.

Las chicas realizan a diario la venta de semitas para sustentar los gastos que generan las salidas grupales.

Florencia, de 28 años, madre de una nena de seis, llegó a la Casa después de varios intentos fallidos de tratamiento. “Empecé en un centro de día, lo abandoné, recaí mucho… y ahí hablé con toda mi familia. Me dijeron que internarme acá era hermoso, y la verdad que sí, es muy lindo”, cuenta. Para ella, la separación de su hija ha sido uno de los mayores desafíos. “Todos los días es difícil. Mi nena me dice que me vaya con ella… imaginate cómo se me parte el alma. Pero tengo que estar bien para ella, para mi familia”, relata, con la mirada puesta en el futuro que está construyendo paso a paso.

Su camino combina recuperación con educación. Está terminando el secundario y proyecta conseguir trabajo una vez que concluya la internación. “Acá te ayudan muchísimo. La trabajadora social es increíble, me va a ayudar a rendir la última materia y a poder tener un trabajo o seguir estudiando algo más adelante”, explica, valorando las herramientas que el centro ofrece para un reinicio real.

Oriana, de 27 años y madre de dos hijos de seis y nueve años, comparte un relato marcado por el dolor de la pérdida y la lucha por recuperar lo que la adicción le quitó. “Perdí todo: mi vida, mis hijos… llegué a un punto muy bajo”, dice. Llegó a la Casa por voluntad propia, con la presión y el acompañamiento de su mamá, y allí comenzó un proceso intenso de desintoxicación y recuperación emocional. “Me ayudaron a desintoxicarme y a poder estar sana para ellos. Apenas llegué, me permitieron ver a mis hijos, fue hermoso. Me devolvieron la custodia, pero mientras yo me recuperaba, mi mamá los cuidaba”, recuerda.

Su experiencia refleja la crudeza de la adicción y la lucha diaria que implica enfrentarse a ella siendo madre. “Dependés de eso todo el día. Te lleva a la muerte, yo quise suicidarme muchas veces. Pero acá te dan herramientas: psicólogas, trabajadoras sociales… todas son como una familia. Te cuidan, te sostienen, te ayudan a reencontrarte con vos misma y con tus hijos”, dice, emocionada. Su motivación, como la de Florencia, es reconstruir el vínculo con sus hijos y recuperar el tiempo perdido.

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El equipo profesional que acompaña a las mujeres en lucha. No todas son mamás, también hay jóvenes que buscan dejar atrás un oscuro pasado para empezar de nuevo.

El equipo profesional que acompaña a las mujeres en lucha. No todas son mamás, también hay jóvenes que buscan dejar atrás un oscuro pasado para empezar de nuevo.

La Casa María del Carmen no solo trabaja con las internas, sino también con sus familias. Se realizan reuniones familiares, talleres multifamiliares y actividades que buscan mejorar la comunicación y fortalecer los lazos. Además, desde 2018, se implementó una panadería con fines educativos y laborales, promoviendo el cooperativismo, el trabajo en equipo y el aprendizaje de habilidades que serán útiles para la vida después de la recuperación.

Actualmente, nueve mujeres se encuentran en internación, 14 en centro de día y 18 en modalidad ambulatoria. Cada historia es distinta, pero todas comparten la misma esperanza: volver a casa con sus hijos para reconstruir la vida y aprender a disfrutar de una maternidad,plena. Las rutinas estructuradas, los talleres, la educación y el acompañamiento constante permiten que estas mujeres avancen en una batalla silenciosa que, aunque difícil, es también un camino de resiliencia y renacimiento.

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