Cuando la cama deja de ser refugio
Como psicólogo, he escuchado en consulta una de las frases más duras que una persona puede decir: “Me siento más sol@ al lado de mi pareja que cuando vivía solo”.
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SUSCRIBITEDormir en pareja pero no sentir a la otra persona puede ser síntoma de que una relación puede estar en crisis. Esta situación puede indicar que la intimidad ha disminuido y que la rutina se ha vuelto impersonal, haciendo que la pareja se sienta más como compañeros de habitación. Tips para reconvertir la situación.
Como psicólogo, he escuchado en consulta una de las frases más duras que una persona puede decir: “Me siento más sol@ al lado de mi pareja que cuando vivía solo”.
Y no se trata de metáforas. La cama, ese lugar que debería ser sinónimo de encuentro, calor y complicidad, se convierte en un recordatorio diario de lo que ya no está: el deseo, el contacto, la intimidad.
La soledad más profunda no siempre aparece en casas vacías. Muchas veces se esconde entre dos cuerpos que comparten colchón pero no piel.
Lo primero que cambia es la cama. Cada uno empieza a dormir en “su lado”, como si se tratara de territorios marcados. El roce es accidental, y con el tiempo, hasta incómodo. La mañana llega con una sensación amarga: esa persona está a centímetros de ti, pero la distancia es infinita.
Luego llega la rutina. El beso ya no es un gesto de deseo, sino un trámite de despedida en la mejilla. Las caricias duran lo que tarda un parpadeo, sin alma, sin intención. Y en la calle, un desconocido te mira con más atención que la persona con la que compartes hogar.
Pero la distancia más dura no se mide en centímetros ni en gestos: está dentro de uno mismo. Ahí donde surge la pregunta que más duele: “¿Soy yo? ¿He perdido atractivo? ¿Será normal esto?”.
Las parejas no dejan de tocarse de la noche a la mañana. Es un proceso lento y callado:
- Primero fueron menos encuentros íntimos: “estamos cansados”.
- Después, menos besos: “ya no somos adolescentes”.
- Luego, menos abrazos: “no tenemos tiempo”.
- Y al final, menos contacto de cualquier tipo: “así son las relaciones maduras”.
Cuando te das cuenta, compartes techo, gastos y responsabilidades… pero no pasión, no piel, no deseo.
“Estamos muy ocupados”.
“Ya pasamos esa etapa”.
“El amor maduro es así”.
“Lo importante es que nos queremos”.
“Lo físico no lo es todo”.
La verdad es que lo físico sí importa. El contacto es un lenguaje del amor. Un abrazo a tiempo puede sostener más que mil palabras. Y cuando ese lenguaje desaparece, algo esencial se rompe.
Sí, pero no basta con que uno lo desee. La reconstrucción requiere voluntad compartida. Hablar sin culpas, reconocer la distancia y atreverse a volver a mirarse como amantes, no solo como compañeros de piso.
Cuando solo uno intenta y el otro se conforma, la soledad seguirá ocupando la cama. Y ahí toca preguntarse: ¿puedo vivir así el resto de mi vida?.
- Necesitar caricias no te hace débil.
- Extrañar la intimidad no te hace dramátic@.
- Querer sentirte deseado no te convierte en alguien exigente.
Eres humano. Y como humano, necesitas conexión. Dormir al lado de alguien que no te toca no es compañía: es la versión más cruel de la soledad.
1. Habla con honestidad, no con reproches.
Expresa lo que sientes desde el “yo”: “Me siento solo”, “Necesito más contacto”. Evita acusar: los reproches levantan defensas, la vulnerabilidad abre puertas.
2. Recupera los pequeños gestos.
No hace falta empezar por lo grande. Una mano tomada, un abrazo de 10 segundos, un beso lento. Lo pequeño sostenido en el tiempo reconstruye la confianza.
3. Crea rituales de pareja.
Un café juntos sin móviles, una caminata después de cenar, un momento de piel antes de dormir. Los rituales fortalecen la intimidad emocional y física.
4. Saca la intimidad de la rutina.
Lo erótico se apaga cuando todo se vuelve predecible. Sorprende, cambia el escenario, juega, atrévete a reír en medio del deseo. La complicidad revive con lo inesperado.
5. Pide ayuda si lo necesitan.
A veces las parejas no logran solas romper el silencio. Un espacio de terapia de pareja ofrece herramientas para reencontrarse sin juicios.
6. Pregúntate con honestidad.
¿Ambos quieren recuperar la conexión? Si la respuesta es sí, hay esperanza. Si solo uno sostiene el esfuerzo, la soledad seguirá presente y será necesario tomar decisiones.
Escrito por: Carlos Fernández
Coach de Empresas y psicólogo
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