El arte une generaciones: madre e hija emprendedoras que cumplieron el sueño de trabajar juntas en San Juan
De los viajes de fin de semana entre Córdoba y San Juan a un taller que hoy es refugio creativo y comunidad. La historia de María Murúa y Vilma, dos mujeres que transformaron el arte, el oficio y el vínculo madre-hija en un emprendimiento que emociona.
Hay sueños que se gestan en silencio, durante años, y que un día —casi sin aviso— encuentran el momento justo para volverse realidad. El de María Murúa y su mamá Vilma es uno de esos. Un sueño que nació con la distancia, se sostuvo con viajes, mates y talleres improvisados, y que hoy late fuerte en San Juan, convertido en un espacio creativo donde el arte, el trabajo y el amor familiar conviven todos los días.
María es profesora de Artes Visuales y licenciada en Pintura. A los 18 años se fue de San Juan a Córdoba para estudiar arte y, como suele pasar, la vida empezó a crecer allá: trabajo, vínculos, proyectos. Pero el hilo que la unía a su mamá nunca se cortó. Al contrario, se transformó en motor. “Mi emprendimiento, Azuleja Mosaiquismo, lleva 13 años y lo empecé desde Córdoba con las ganas de hacer algo con mi mamá. No es solo mío, es de ella también”, cuenta María.
Azuleja nació en 2013 casi de manera nómade. María viajaba todos los fines de semana desde Córdoba a San Juan para dictar talleres. Vilma, desde acá, sostenía el espacio, organizaba, vendía insumos. En ese entonces, el mosaiquismo era algo prácticamente desconocido en la provincia. “No había materiales, no había dónde comprar, entonces además de dar talleres empezamos a vender los insumos para que las chicas pudieran crear”, recuerda María.
Las alfombras con diseños exclusivos de una artista sanjuanina
Durante años, la rutina fue exigente: viajes constantes, horarios ajustados, una hija pequeña que la acompañaba incluso siendo bebé. Hasta que llegó la pandemia. En uno de esos viajes, María quedó varada en San Juan. Lo que parecía algo transitorio se volvió definitivo. Avanzó un embarazo, se cerraron fronteras, llegó su segunda hija y, en medio de la incertidumbre, una decisión radical: quedarse a vivir en San Juan y apostar todo al proyecto familiar. “Renunciamos a nuestros trabajos en relación de dependencia y decidimos quedarnos. Fue fuerte, pero también muy claro”, dice.
Hoy, con 40 años, María lidera un espacio que creció y se diversificó. Azuleja Mosaiquismo es un taller de arte y oficios donde se dictan clases de mosaico, bordado y, desde este año, tufting, una técnica de bordado de alfombras con pistola que es tendencia en las grandes ciudades del país y que en San Juan aún era terreno virgen. “Es algo muy nuevo acá, no hay quien lo haga, y vimos una oportunidad enorme”, explica.
Las creaciones que salen del emprendimiento sanjuanino (1)
En paralelo, María impulsó Bluma Studio, un emprendimiento aún joven, enfocado en la producción de alfombras de diseño para espacios, con un equipo que trabaja exclusivamente en ese rubro. Dos proyectos distintos, pero con una misma raíz: el hacer con las manos, el diseño, la creatividad como forma de vida.
El taller no es solo un lugar para aprender técnicas. Es, según quienes lo habitan, una especie de terapia. “Viene mucha gente diciendo ‘yo no puedo’, ‘soy malísima con las manos’, ‘yo me dedico a otra cosa’. Y se van con su obra terminada diciendo ‘no puedo creer lo que hice’”, relata María. “Son tres o cuatro horas donde la gente se desconecta de la vorágine diaria. Yo les digo que es meditar activamente”.
Vilma es una pieza clave de ese engranaje. Ella lo define con emoción: “Para mí trabajar con mi hija fue algo inimaginable. Juntas, a la par, aunque ella en Córdoba y yo acá, comenzaba un desafío maravilloso de hija y mamá”. Recuerda los comienzos con ternura: los viernes a la noche preparando cosas dulces —casi siempre tartas de manzana— para compartir con café, mate o té; los sábados temprano esperando a María en la terminal, mate en mano, sabiendo que las esperaba una jornada intensa de trabajo, aprendizaje y risas.
El mosaiquismo que es todo un arte
“Hoy lo recuerdo con mucha emoción. Amo con el alma a mi compañera de trabajo”, dice Vilma, y en esa frase se resume mucho más que un emprendimiento.
María lo explica desde otro lugar, pero con la misma claridad: “Somos el complemento perfecto. Yo soy la parte artística, volada, creativa; ella es la estructura, el orden. Trabajar juntas es muy placentero”. Y ese equilibrio se percibe en el espacio: amplio, luminoso, cuidado en cada detalle, desde los pisos hasta las ventanas. Un lugar que, como dice María, “invita a crear”.
El taller también se convirtió en una comunidad, especialmente de mujeres, que encuentran allí un momento propio, un espacio de encuentro y expresión. Profesores invitados se suman a los talleres y cada experiencia se piensa para que sea amable, accesible y transformadora, incluso para quienes llegan sin confianza en sus capacidades.
Para María y Vilma, el mayor logro no es solo haber consolidado un emprendimiento sustentable, sino haber cumplido aquel deseo que empezó cuando María se fue a estudiar: trabajar juntas, compartir el día a día, unir pasión y trabajo. “Es un sueño cumplido”, repite María. Y Vilma asiente, con la certeza de quien sabe que hay sueños que, cuando se construyen en equipo y con amor, encuentran siempre la forma de florecer.