El 7 de julio del 2022 y por el aniversario número diez del femicidio de Cristina Olivares, el caso que conmocionó a los sanjuaninos allá por el 2012, la protagonista de esta nota revivía el horror y, aunque reconocía el sufrimiento en carne propia, la mujer que debió criar a sus nietos ante la ausencia de su madre se mostraba como ejemplo de fortaleza y valentía. Sin embargo, para ese entonces una batalla más le quedaba por librar y la misma se desató cuando su marido, Antonio Olivares, partió de este mundo.
El padre de la víctima del atroz femicidio, que tanto había peleado para que se hiciera Justicia por su hija, luchaba contra un cáncer que se despertó justo después de la tragedia y que, finalmente, lo derrotó el 16 de enero de 2023. Tras su muerte, quien quedó con todo a cargo fue su esposa y compañera, Sandra Rojas, una abuela que se convirtió en madre a la fuerza. Es que la muchacha que fue asesinada de 163 puñaladas dejó dos hijos pequeños y, conforme a los sucesos, la mujer debió lidiar con todo.
Admite que va poco al cementerio, donde descansan juntos los restos de su esposo y su hija, ya que asegura que los rituales de ese estilo no le gustan. Además, confiesa que cada vez que los visita los pelea un poco y, por lo tanto, todavía no puede reconciliarse con ellos. A Cristina le reclama por qué no le hizo caso cuando le advertía sobre el femicida (Miguel Ángel Palma), dado que estaba cautiva en el espiral de violencia de género; y a su esposo le cuestiona el hecho de que no haya cuidado su salud cuando su cuerpo se lo demandaba.
Sea cuál sea la razón, la mujer que hace terapia para sobreponerse encuentra sentido a la vida en cuestiones más tangibles y menos espirituales como abocarse a sus nietos y que a ellos no les falte nada. Aquellos niños que perdieron a su mamá de la peor manera, Benjamín y Miguel, crecieron y hoy son dos adolescentes de 13 y 15 años, respectivamente. En el camino estuvo Sandra apuntalándolos como si fuera su propia madre.
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Esa situación, que despierta admiración en muchas personas, a la protagonista le resulta chocante. Por un lado, manifiesta que siete orgullo por sus niños y se siente feliz con cada logro que obtienen. Por otro lado, reconoce que ese no es su lugar y que quien debería estar en los actos escolares es su hija y no ella. "Me da rabia, ella tendría que estar ahí y no yo", confiesa.
La pocitana, que también se ocupa de otros nietos, asevera que sus chicos son su motivación principal para vivir. Aunque le dicen "má", admite que le incomoda porque de algún modo siente que se están olvidando de Cristina y por ello no pierde oportunidad para recordarla y tenerla presente. De hecho, el living de su casa -donde recibió a los cronistas de este diario- está plagado con fotos de la joven madre.
Sabe que sus nietos no la decepcionan, que son respetuosos, tienen metas y son buenos. Aunque el más grande la hizo renegar por las materias que se llevó el último año, dice que mejoró y sólo le quedan dos pendientes que debe aprobar, si quiere recuperar su bicicleta y celular. Comenta que frente a la ausencia de Antonio, Miguel tomó la responsabilidad de ser el hombre de la casa y, pese a que sea un signo de madurez, eso tampoco la complace. "Es un chico y su cabeza debería estar en crecer, en pasarla bien; no en tomar esas responsabilidades", sostiene con firmeza.
A pesar de que a algunas autoridades le resulte irritante su actitud, ya que no ha tenido reparo en criticar a los jueces de Ejecución Penal o al mismo director del Servicio Penitenciario en la cara, por dejar salir por un rato a los femicidas y asesinos, Sandra sabe que sus formas son suyas y son las que la distinguen. Siempre con respeto, expresa lo que siente y advierte que en nombre de su hija no busca más que Justicia.
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Es por eso que la mujer que subsiste a la economía nacional como puede se esfuerza para cumplir un sueño. Si bien no sabe cuándo y cómo lo concretará, hay algo de lo que está segura y es que no quiere ayuda de ningún político ni gobierno de turno. "Quiero construir un refugio para las mujeres y chicas que sufren violencia y que no se separan por miedo a no tener de qué vivir. Me gustaría crear un espacio donde aprendan un oficio y el día de mañana no dependan de un hombre", detalla.
Por ahora, reconocer que es difícil, pero no imposible y quien se las arregla con las pensiones que recibe, los alquileres que le dejó Antonio y el trabajo de fin de semana que se consiguió en un almacén para llegar a fin de mes piensa en ahorrar para comprar un terreno y construir el lugar. "Tendré que ahorrar, pero lo voy a hacer. Sólo de la gente con buenas intenciones voy a recibir colaboración", agrega.
La misma que no se reconoce como ejemplo de vida y que cuenta que el cuerpo le esté pasando algunas facturas, pues sufre depresión física que por momentos la hace sentir agotada, confiesa que después de tanto es tiempo de descansar y de vivir la vida sin tanto sobresalto. "Dicen que Dios le da sus batallas a sus guerreros, pero ya estoy cansada. Es tiempo de vivir y de hacerlo bien, más tranquilos", expone.
Quien vive en un estado de alerta constante, por miedo a que alguno de los asesinos de su hija vuelva a recibir un beneficio de la Justicia, comienza a transitar sus días más calmos. Fueron tantas las tormentas que atravesó que la situación le resulta extraña. Quizás esa novedad se vuelva costumbre y, pese al dolor que nunca se irá, los días que vengan sean para Sandra y los suyos, al fin, de disfrute.
Embed - Sandra Rojas, madre de Cristina Olivares
El caso
Cristina Olivares fue brutalmente asesinada el 7 de julio del 2012, en Pocito, y el caso se convirtió en un emblema en San Juan. Por el aberrante asesinato de 163 puñaladas, su ex pareja y la amante de este -Miguel Ángel Palma y Rosa Videla- fueron condenados a prisión perpetua. Fue la primera vez que se habló de femicidio en la provincia, cuando la figura legal aún no existía dentro del Código Penal.