Ceferino Amaya, el abusador de niños y doble femicida
Es un changarín que en abril de 1997 asesinó a su pareja y a la pequeña hija de esta y las enterró en el mismo rancho de adobe en el que vivían en una conocida villa de Santa Lucía. En 2018 volvió a caer preso por abusar de una nena de 3 años y por amenazas.
Hacía días que no veían a Myriam y a su nena. Y lo llamativo era el olor nauseabundo que se percibía y las moscas que revoloteaban en la puerta y las ventanas de su rancho. Los vecinos empezaron a preguntarse qué pasaba ahí. Uno de ellos después buscó al exconcubino de la chica y padre de la pequeña para comentarle sobre la misteriosa desaparición de ambas y sobretodo porque algo extraño había en el interior de la precaria casa.
Fue ese muchacho el que empujó y golpeó la puerta con candado hasta que la abrió. El aire era irrespirable. Adentro encontró una escena espantosa. En el piso de tierra, contra una de las paredes, veía asomar una mano pequeña y un pie en medio de un montículo. Se trataba del cadáver de la niña de 2 años. Debajo de ella estaba el cuerpo de Myriam, también putrefacto.
La tarde del sábado 26 de abril de 1997 se iba y el horror sacudía a los habitantes de la conocía Villa Pedro Echague, en Santa Lucía. Más tarde, la Policía confirmó los asesinatos de Myriam Adrián Espinoza y su hija Magalí Celán. Esa noche detuvieron a Esteban Celán, la expareja de la joven y padre de la nena, pero también al actual novio de la chica, Ceferino Amaya Cortez. Este último, un femicida y siniestro personaje que posteriormente reconoció la autoría de la violación de la pequeña y el doble asesinato.
Celoso y violento
En aquel entonces a Ceferino Amaya Cortez, de 26 años, lo apodaban “Ere” o “Cefe”. No le conocían antecedentes penales, era uno más de los vecinos de ese asentamiento situado sobre las calles Argentina y Balcarce. Pero ese changarín tenía el vicio de pegarse unas borracheras y el mal de ser celoso y violento con Myriam.
La chica venía de Bolivia. Llegó a principios de los años 90 para las temporadas de cosecha y se radicó en San Juan. Por esos años ella conoció en la villa a Esteban Celán, con quién formó pareja y tuvo a su hija Magalí. Esa relación no duró mucho. La nena tenía meses cuando se separaron. Myriam después entabló un romance con Ceferino Amaya, el padre del varón que tuvo a fines de 1996.
Esa relación tampoco prosperó. Amaya le quitó el bebé a Myriam y se lo dio a sus padres para que lo cuidaran. Aun así, continuó frecuentándola, pero las discusiones se repetían y “Ere” aprovechaba cualquier excusa para celarla otra vez con Celán. Es que eran vecinos, además este último visitaba a Myriam para ver a su hija Magalí.
Myriam Adrián Espinoza sufrió la violencia de esos hombres antes y después. Porque Celán la maltrató mientras estuvieron juntos, contaban los vecinos. Amaya la extorsionaba con el niño, en ocasiones no dejaba que lo viera, y a su vez le hacía saber el rencor que le guardaba a su expareja. La joven se recluía con su nena en su rancho de un solo ambiente con paredes de adobe, techo de caña con plástico y piso de tierra.
Rencor y venganza
La tarde del sábado 19 de abril de 1997, Amaya empezó a beber en un bar de las calles Rodríguez y Oratorio en Chimbas. Más tarde regresó a Villa Pedro Echague y compró vino en un kiosco. Ahí se encontró con su vecino Nelson Fernández, que le invitó unas cervezas en su casa.
Ambos tomaron hasta pasada la 1.30 del domingo 20. La versión es que Amaya se despidió y, mientras caminaba rumbo a su casa, se cruzó con Myriam o la fue a buscar. Hablaron y ella insistió en ver a su bebé y supuestamente le anunció que quería llevárselo con ella a Bolivia. Él se enfureció y empezaron a discutir. Esa pelea se trasladó al rancho de la joven, donde subieron el volumen del radiograbador para que no los escucharan.
El jornalero se puso más violento. Fue ahí que para hacer sufrir a Myriam y en venganza a Celán, agarró a la pequeña Magalí y comenzó a violarla. Un vecino de apellido Maldonado testimonió que alcanzó a sentir los gritos aterradores de la nena y luego no la escuchó más. Ese mismo hombre contó, además, que lo último que oyó fue que Myriam exclamó: “Abrime la puerta”.
Ambas estranguladas
Amaya había estrangulado a la nena con sus propias manos. La hipótesis es que Myriam intentó defenderla, pero el changarín la golpeó y, cuando la dominó por completo, le puso un cinto alrededor del cuello y tiró de un extremo. Así la asfixió hasta matarla. Pese a que se encontraba alcoholizado, el doble homicida pensó bien qué iba hacer. Tomó una pala y cavó una zanja al borde de una de las paredes de la pieza.
Con una frialdad tremenda, hizo de sepulturero de sus propias víctimas. Tiró el cadáver de la joven de 24 años dentro de esa pequeña fosa de 35 centímetros de profundidad y encima de su cuerpo puso a la niña asesinada. Las cubrió con la misma tierra. Y para que nadie notara la remoción del suelo, echó agua sobre el montículo.
No sintió ningún remordimiento. En medio de toda esa macabra escena, Amaya sacó el radiograbador del rancho, cerró la puerta con candado y se fue a dormir a su casa ubicada en otra parte de la villa. A la mañana siguiente prosiguió su vida con total normalidad y los días posteriores igual.
Extraña ausencia
Los cadáveres entraron en estado de descomposición con el transcurso de los días. Los vecinos empezaron a percibir el mal olor y notaron la cantidad de moscas alrededor del rancho de Myriam. Lo extraño es que tampoco veían a la joven con su hija. Por eso fue que alguien recurrió a Esteban Celán y le contó que Myriam había desaparecido y algo pasaba en su casa, que permanecía cerrada con candado.
Celán abrió a la fuerza la puerta y encontró los cadáveres enterrados. Fue él quien llamó a la Policía. Los uniformados al mando del comisario Jesús Riveros, de la Seccional 5ta, y los peritos retiraron los cuerpos en horas de la noche del sábado 26 de abril de 1997. La joven mamá todavía conservaba el cinto envuelto en el cuello.
De inmediato, el juez José Atenágoras Vega dispuso la detención de Celán. Contaba con antecedentes penales, eso lo puso como sospechoso. Esa misma noche también apresaron a Ceferino Amaya Cortez en su casa. Este no opuso resistencia, acompañó resignado a los uniformados.
La confesión
A las horas, confesó el doble asesinato. El oficial Rubén Marinero –que muchos años después se retiró como comisario mayor- declaró en la causa que Amaya estaba quebrado emocionalmente. Describió que lo vio sentado en una banca, con los codos apoyado en sus rodillas y se tomaba la cabeza. “Tiritaba, lloraba, hablaba solo y respiraba entrecortado. Ahí dijo: ‘yo las he matado. No sé qué paso. Estaba tomado y perdí la cabeza’”, según la causa judicial. Por otro lado, le reconoció que había sometido sexualmente a la nena. Otras pruebas lo comprometieron. El por entonces oficial Néstor Agüero secuestró la llave del candado de la puerta en la vivienda del jornalero. En un jeans, una zapatilla y el radiograbador hallaron manchas de sangre.
El médico forense que examinó los dos cadáveres confirmó que la pequeña había sufrido un ultraje sexual y que tanto ella como su madre murieron por estrangulamiento. El avanzado estado de descomposición de los cuerpos impidió que detectaran más lesiones, pero el especialista constató que la joven fue golpeada.
Ceferino Amaya Cortez fue acusado de violación y doble homicidio agravado. Literalmente, ambos casos fueron femicidios. En abril de 1998 fue sometido a juicio ante el tribunal conformado por los jueces Arturo Velert Frau, Diego Román Molina y Raúl Iglesias de la Sala I de la Cámara en lo Penal y Correccional. La fiscal Alicia Esquivel citó la confesión del jornalero, enumeró las pruebas en su contra y afirmó que asesinó a la joven y a su hija con el fin de encubrir otro delito, el de la violación.
Poca memoria
El changarín no negó la autoría de los asesinatos, pero sostuvo que estaba borracho y no recordaba qué sucedió. Relató que discutió con Myriam, que se descontroló y que al rato se encontró con la joven y la nena ya muertas. Y que dijo que, por miedo, enterró los cadáveres y escapó.
El 22 de abril de 1998, el tribunal lo condenó a la pena de reclusión perpetua. Amaya permaneció confinado en el penal de Chimbas por más de una década y media. El 27 de febrero de 2014 obtuvo el beneficio de la libertad condicional y volvió a la calle. No tenía otro lugar adónde ir, de modo que regresó a la casa de su familia en la Villa Pedro Echague. Si, al mismo lugar donde había cometido el doble asesinato.
Intentó rehacer su vida y de hecho formó pareja con una mujer de ese asentamiento. Pero su perversión sexual lo llevó a meterse en problemas de nuevo. En enero de 2018, el hijo y la nuera de su pareja lo denunciaron por manosear a su nena de 3 años. Esa causa fue tomada por el juez de instrucción Pablo Flores –que luego renunció-, quien en ese momento no dispuso la detención de Amaya.
Sus últimas condenas
Esto último envalentonó al jornalero, que un día se cruzó en la villa con el padre de la niña, lo increpó y le dijo que lo iba a matar por haberlo denunciado. Eso derivó en una nueva denuncia por amenaza. La jueza correccional Mónica Lucero, al ver los antecedentes de Amaya, ordenó su detención. Desde ese momento quedó preso y retornó al Servicio Penitenciario Provincial.
El mismo año, Amaya recibió su segunda condena. Lo castigaron a 1 año y 20 días de cárcel por el delito de amenaza simple. Mientras tanto, la causa por abuso sexual de la nena de 3 años prosiguió y el 28 de octubre de 2019 fue llevado ante la jueza Silvia Peña Sansó de Ruiz, en la Sala I de la Cámara en lo Penal y Correccional. No quiso exponer a un juicio oral y aceptó firmar un juicio abreviado. La pena fue de 2 años de prisión.
Ceferino Amaya Cortez, el abusador de niñas y doble homicidio al que apodan “Cefe” o “Ere”, actualmente se encuentra encerrado en el penal de Chimbas. Adentro de la cárcel es uno más, no se mete en problemas. Ahí deberá estar hasta el 21 de septiembre de 2024, fecha en que cumple su castigo.