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HISTORIAS DEL CRIMEN

Un jornalero furioso y los salvajes asesinatos de su mujer y del vecino en Caucete

El peón rural sospechaba que su pareja le era infiel. Una noche de 1980 los encontró en el fondo de la finca, los persiguió y los mató a golpes utilizando una anchada.

Por Walter Vilca

Hacía más de un año que tenía la sospecha que su mujer lo engañaba con el vecino. Eso generaba continuas discusiones. Ella lo negaba y le reprochaba que era un celoso. La crisis de pareja existía, pero tampoco se separaban. Y la desconfianza siempre estaba latente en ese jornalero, que un sábado a la noche regresó a su casa antes de lo previsto y no encontró a su mujer. Tomó su anchada y enfiló para el fondo de la finca. Puede que haya sido casualidad o realmente quería ver con sus propios ojos aquello que tanto lo agobiaba. En cierta forma lo confirmó. En eso que caminaba por entre los parrales se topó con su mujer y el vecino. Desde ese instante el odio se apoderó de él, entonces los persiguió enceguecido por la finca y ese ataque de locura no se detuvo hasta que asesinó a ella y al otro hombre a golpes con el mismo azadón que llevaba en las manos.

Fue uno de los crímenes más atroces que se recuerden en el distrito caucetero de La Puntilla, allá en la década del ’80. Pero hubo una época en que esa pareja fue feliz, o quizás no. Es difícil saber cómo era la convivencia entre Benito Ahumada y Adelaida en esa casa de la finca Caputo, en calle La Plata. El hombre de 44 años era jornalero y casero de la propiedad. Ella, de 36, ama de casa.

Llevaban dieciocho años juntos. Dicen que habían pasado de todo, entre otras cosas el dolor de perder a sus dos hijos mayores. Así fue que se quedaron solos con el tercer hijo, el menor. Era una familia de trabajo. En apariencia, la pareja no tenía conflictos. O muchos desconocían que venían con problemas.

Crisis de pareja

El propio Benito relató, al tiempo, que no estaban bien y que tenía la sospecha que Adelaida le era infiel. Contó que esto empezó en invierno de 1980, en una ocasión que llegó a su casa y vio a su señora en compañía del vecino Pedro Parra. No fue eso lo que le molestó. Conocía a ese otro hombre, era el portero y casero de la Escuela Juan Lavalle de La Puntilla. Lo que lo desencajó fue el escuchar que el veterano, de 58 años, se mostrara confianzudo con su mujer, que le hiciera bromas con ciertas insinuaciones y ella asintiera todo o no pusiera reparos, según la versión que dio tras su detención. Recordó también que aquella vez tuvieron una fuerte discusión por sus celos. A esa pelea se sucedieron otras.

La casa. Una foto de Diario de Cuyo muestra la casa donde vivía la pareja.

Supuestamente Pedro Parra seguía visitando la casa de la pareja, pero el marido de Adelaida si bien alimentaba su conjetura de que existía un romance entre ellos, también dudaba y no tenía certeza. Ambos preferían guardar sus secretos y no se animaban a hablar de una posible separación.

Así transcurría la vida de la pareja en esa finca de La Puntilla, del lado de Benito con la idea fija de que le estaban siendo infiel y del lado de ella creyendo que nada podía pasar. Pero llegó el funesto día del 5 de septiembre de 1981. Era sábado. El hijo de 13 años de la pareja ese mañana partió con un contingente de su escuela a Mendoza. Su mamá se ocupó de los quehaceres de la casa y Benito trabajó en la finca hasta la tarde.

Como era la costumbre de los sábados, Benito se dirigió a Caucete a realizar compras. Habitualmente regresaba a las 22, pero esa noche retornó a las 20. Para entonces ya había llegado su hijo, pero la mujer no estaba. El chico le dijo que su madre andaba por el fondo de la finca juntando leña.

Noche trágica

Benito Ahumada dejó las bolsas, salió y tomó el azadón. “Voy a largar el agua para llenar la pileta”, anunció, y tomó en dirección a los parrales. Mientras se adentraba a los viñedos, empezó a hacer suposiciones y volvió con la empecinada idea de que su pareja podía estar con el vecino. Miraba a todos lados, hasta que a los lejos divisó unos bultos que se movían en medio de la oscuridad. Encaró apresurado hacia ese lugar. Cuando se acercaba, vio aparecer a Adelaida y por detrás a Parra.

Ahí comenzó a increpar e insultó a su señora. Parra aprovechó para alejarse, intentando escapar. Benito dejó hablando a Adelaida y siguió al veterano, empuñando con fuerza la anchada. Lo correteó alrededor de 150 metros hasta que le largó un azadonazo por la cabeza. Alcanzó a pegarle en el hombro con el ojo de acero de la pesada herramienta. El hombre mayor se detuvo y rogó que no lo agrediera. “Yo estaba fuera de sí, no pensé en nada”, confesó luego el jornalero. Le revoleó la anchada contra la cara de Parra y lo tiró al suelo. Una vez que lo tuvo en el piso, descargó su furia propinándole varios golpes en la cabeza.

Una de las víctimas. Este es Pedro Parra, el vecinos asesinado. Foto de Diario de Cuyo.

No se conformó con dejar moribundo al vecino, su rabia y su impotencia pudo más. Volvió a la casa desorientado y dispuesto a todo. Su mujer salió a su encuentro, venía acompañado del niño. Le gritó de nuevo y le recriminó el supuesto engaño. Ella observó esos ojos que destilaban ira y rencor. Buscó huir, pero Benito le pegó de atrás en la nuca con la anchada. La escena fue aterradora. Su hijo suplicó que no la golpeara, pero él no se frenó. Cuando la mujer se desplomó sobre el piso, la atacó de una manera brutal con el azadón.

La entrega

El niño corrió por la finca a pedir auxilio a un vecino. Ahumada retornó a la vivienda y dejó la anchada llena de sangre apoyada en una pared. Pensó por unos segundos y agarró la bicicleta. Tomó por calle La Plata para dirigirse al centro de Caucete. En el trayecto se paró en un canal, se lavó las manos y la cara y siguió el camino rumbo a la Seccional 9na. “Ahí, más sereno, empecé a pensar y a darme cuenta de la macana que había hecho”, relató en su declaración.

En la finca, un vecino de apellido Montaño ayudó al niño a auxiliar a Adelaida. Esta ya no reaccionaba, de modo que la recostaron al lado de un surco. Allí también llegó otro conocido de apellido Soler, que partió urgente a traer a la Policía. A esa altura de la noche, Benito Ahumada ya estaba en la guardia de la comisaría. El mismo confesó que acababa de matar a su mujer y a su vecino.

Más tarde, los uniformados de Caucete constataron que todo era cierto. Confirmaron la muerte de la mujer, cuyo cuerpo estaba cerca de la casa de la finca. En medio de los parrales hallaron el cadáver de Pedro Parra, el portero de la escuela. Este era casado y tenía 5 hijos. En la vivienda también secuestraron la anchada, el arma homicida.

No había mucho que investigar, Ahumada se autoincriminó con su propia confesión y se justificó afirmando que mató a su mujer y al vecino porque los encontró juntos. Las autopsias practicadas a los cadáveres revelaron que las dos víctimas presentaban diversos golpes y fracturas en la zona del cráneo. Esto demostraba el ensañamiento con que actuó el jornalero.

Escenario. Esta foto fue publicada por Diario de Cuyo y muestra el lugar donde se produjo el doble asesinato.

La calificación inicial de la causa fue la de “homicidio simple reiterado”, pero llegado el juicio la cambiaron por la de homicidio en estado de emoción violenta, dos hechos. La supuesta infidelidad y las circunstancias de cómo se había desencadenado el doble homicidio dio entender a la defensa y al juez que, aunque era reprochable el accionar de Ahumada, era “excusable”.

Justificación del horror

En el proceso declaró el niño, que contó la atroz escena que presenció. También el hijo mayor de Parra, quien relató que hacía meses le había llegado el rumor de que su padre mantenía un romance con la mujer del vecino. Todo se llevó para el lado de la supuesta infidelidad y eso puso a Ahumada en el papel de una víctima más. El fiscal sostuvo la acusación con la calificación del homicidio simple y solicitó la pena de 15 años de prisión para el jornalero.

El 30 de marzo de 1982, el juez José Luis Castrillón del Juzgado de Sentencias leyó su veredicto. Entre otros fundamentos, aseguró que “es innegable y está probado el estado de emoción violenta… En ese estado no se exige inconsciencia o pérdida de las facultades mentales. Las circunstancias que se describieron en este caso, traducen su estado de alteración de la conciencia y evidencia que esa alteración fue profunda… Un descontrol emotivo que le atenúa la responsabilidad”.

Más adelante expresó que “aún, cuando Ahumada tuviera la sospecha de ser víctima de un engaño, está probado que actuó espontáneamente y la situación le apareció de forma sorpresiva y reaccionó con el instrumento que portaba, su herramienta de trabajo”. El juez reforzó la imagen de víctima del acusado al sostener que: “el traicionado sufre el ridículo y el descrédito social”. Y destacó las circunstancias que rodearon el hecho y que en cierta manera justificaron la acción criminal del peón rural, como la situación imprevista que se dio en la finca donde vivían y en la noche.

El arrepentimiento y la falta de antecedentes del acusado fueron tomados como atenuantes y como agravantes el “modo salvaje y primitivo de reaccionar, que indica su peligrosidad”, destacó. Con todo esto, lo condenó a la única pena de 4 años de prisión. Ese fue el castigo que recibió Ahumada por los dos brutales asesinatos y no estuvo mucho preso en el penal de Chimbas.

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