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La cultura del rock

El lado B de Las Pelotas: Rockeros 2.0 vs el agite de siempre

El pasado domingo estuvieron en San Juan Las Pelotas en un show inolvidable. Pero no todo fue pogo y el agite del siempre. La nueva moda del rockero 2.0 se impone desde las mismas entrañas del rock.

Por Pablo Amado

Fotos: Gabriel Iturrieta

En los tiempos del trap, el reggaetón vacío y las tecnologías del momento el rock parece no estar absuelto de ser víctima de la modernidad. Luca Podran decía que “el tiempo pasa y nos vamos poniendo tecnos”, pero seguramente el gran poeta no se imaginaba a un público de rock de la vieja escuela como lo es el de Las Pelotas sacando un vivo en las redes, o estar más atentos a enganchar una historia en el Instagram que mirar el folclore que pasa a su alrededor.

La tecno y el rock. 

Ayer el clima era digno de una postal porque no solo era una fotito para eternizar el momento, parecía una fila de paparazis que no se quería perderse nada. Los tiempos van cambiando y lo que solía ser el clásico rockero que emigra de sus tierras, que se sube al hombro una piba que no ve, que rescata a uno que se quedó en suelo por un topetazo en el pogo, o que en su defecto va cinco horas antes a la esquina a previar, al punto tal de no acordarse ni donde escondió lo que después le quita los rottweileres disfrazados de guardias en la puerta. A todo esto, es sin dudas una especie distinta lo que parece ser la nueva beta en la cultura del rock. Algo así como unos rockeros 2.0 con Smartphones de última generación- que para decir algo a su favor- hacen unas historias bárbaras para los que lo miran desde las redes. Y con esto no se quiere decir que este mal, o que los antes mencionados no puedan sacarse una selfie para dejar de ser considerados como “del palo”. Simplemente las cosas cambian.

¿Estamos más comunicados o solo más conectados? 

En el mundo del rock hay tantas utopías como mitos que no significan nada y que de por sí ya quedaron viejos. Se creía- y se sigue creyendo- que él y las rockeras no viven en el futuro, sino el aquí y ahora, que no hay nada más lindo que el momento donde los músicos están en el escenario y abajo se disputa una suerte de paraíso terrenal para quienes somos amantes del rock. El cuerpo no reconoce otra temporalidad y no hay nada que sea mejor. Es ese lugar donde se presta para enojarse con lo que no nos gusta, y como fue en el caso de Las Pelotas que le cantan entre otras cosas al poder que parece avasallarnos, es el momento para “bardear”. Y está bien que pase así, porque el rock siempre estuvo familiarizado con una especie de resistencia que supuestamente tienen aquellos que viven al margen del sistema. Pero ojo, que no te vendan gato por liebre.

El agite de siempre. 

El rockero y las rockeras parecen ser una especie de bicho raro que esta por fuera del sistema. Que sigue sus propias reglas y aquello que no encaja lo manda literalmente al carajo. Pero esto de por si no es más que una dolorosa utopía. Un mito más que nos vendieron para vender remeritas, gorritas o cualquier artilugio de mercadería que hacen quienes viven en barrios privados y lejos están de cualquier tipo de revolución.

Afuera se vivía pleno. 

A ese sueño de aguantar al margen o de irte a vivir lejos cultivando tus propios alimentos y plantear tus propias reglas pertenece en gran parte el rock. Dos realidades de lo misma creencia de pensar en la resistencia. De resistir ante lo impuesto. Que pueden ser los chetos, el sistema capitalista o la cultura yanqui que está en todos lados.  
Pero con parámetros como estos, es como la industria del rock se llena los bolsillos diciendo que está al borde del abismo cuando en realidad forma parte de lo mismo.  Así que tranquilo, seguí sacando selfies y haciendo videítos en vivo, porque el rocanrol- y su bardo- no está tampoco tan lejos de ser otro mito más, aunque si a las claras es hoy en día otra forma de mostrar nuestro descontento y quejas de las cosas que no nos gustan, pero que a diferencia de una verdadera lucha social como lo que ocurre en estos momentos en Chile, Venezuela y otros países de América Latina, cuando termina la “hora rebelde” nos vamos a comer un pancho y dormir en la casita.  

 

 

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