El 16 de junio de 1955 comenzó el proceso que terminó en setiembre, con el golpe de estado contra el gobierno constitucional de Juan Domingo Perón. La Revolución autodenominada “Libertadora”, rebautizada por sectores populares como “Fusiladora”, inauguró el período más oscuro de la historia argentina.
Ese 16 de junio la Aviación de la Armada y una parte de la Fuerza Aérea bombardearon la Plaza de Mayo y la Casa Rosada, sublevadas contra el gobierno de Perón, que promediaba su segundo mandato, inaugurado en 1952.
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Esa vez si fueron 14 toneladas, pero no de piedras sino de bombas, que dejaron más de 350 muertos y 2000 heridos que regaron con su sangre la plaza ubicada frente a la Casa Rosada.
La impotencia de sectores oligárquicos ante la fuerza electoral de Perón (había ganado las elecciones con más del 62% de los votos, empujó a su brazo armado al crimen.
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Esto provocó que el bautismo de fuego de la Fuerza Aérea argentina fuera destrozando a su propio pueblo con la consigna “Maten a Perón”.
Esa masacre desató la persecución de las fuerzas populares, la proscripción de la persona de Juan Perón, de su nombre y el de Eva Perón, y la tarea de “tierra arrasada” contra la obra social que había iniciado Evita, que incluyó la irracional destrucción de todos los elementos utilizados en la fundación Eva Perón.
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Una de las obras del artista plástico Daniel Santoro que recrea lo sucedido el 16 de junio de 1955
La historia oficial se encargó, desde la educación y los medios, de sepultar en el olvido este hecho criminal, y sus responsables jamás fueron juzgados.
El bombardeo y las “razones”
Si bien el bombardeo, la masacre, y el golpe posterior tienen que ver con derrocar un gobierno que llevó, entre otras cosas, la participación obrera en el PBI al 53%, y otorgó derechos inimaginables en el mundo a los trabajadores, el papel que jugó la Iglesia también fue importante.
Es más, lo eclesiástico fue excusa, y razón “oficial” de los sucesos.
Perón venía con un enfrentamiento creciente con la Iglesia, que detonó en 1954 con el impulso de una ley de divorcio, y explotó el 20 de mayo de 1955, al convocar a una Convención Constituyente con el propósito de declarar un Estado laico.
Ya en abril, 200.000 católicos se habían convocado en Plaza de Mayo en el marco de la celebración de Corpus Christi. Esta multitud animó a los antiperonistas que se convencieron de que los días del “tirano” estaban contados.
Durante esa manifestación, alguien que jamás fue identificado, ni el grupo al que pertenecía (pudo no haber pertenecido a los manifestantes católicos) quemó una bandera argentina.
El gobierno tomó esto como una ofensa, y decidió una parada militar de desagravio en Plaza de Mayo para el 16 de junio.
Ese día amaneció nuboso y frío en Buenos Aires. La Plaza de Mayo estaba colmada de argentinos que asistían al desfile militar y que vieron, a las 12.40, a las 40 aeronaves del Ejército Nacional, con la leyenda “Cristo Vence” pintada en el fuselaje, descargar las toneladas de bombas sobre sus cabezas.
Las bombas eran lanzadas sin ningún control. Una de las primeras impactó contra un trolebús que iba lleno, y dejó de un solo golpe más de 40 muertos.
El bombardeo duró 5 horas y tras la operación, los responsables huyeron a Uruguay, donde fueron oficialmente asilados por el presidente Luis Batlle.
Tras la masacre, las tropas leales a Perón pudieron sofocar la rebelión que pretendía dar el golpe de estado inmediatamente, pero el Presidente no fue capaz de enfriar el clima sedicioso que se vivía en las fuerzas.
Perón, en lugar de actuar con mano de hierro, fusilando a los golpistas, pronunció un discurso pacificador, mientras la militancia peronista desataba un infierno de fuego en Buenos Aires incendiando la Catedral Porteña y 10 iglesias más del centro porteño.
En agosto se condenó a los cabecillas del levantamiento, pero el 16 de septiembre, los golpistas se imponían tras días de enfrentamientos y Perón partía a un exilio que se prolongó hasta 1972.
Ese fue el huevo de la serpiente de la mayor tragedia nacional: la dictadura genocida de 1976. Uno de los integrantes del triunvirato, Emilio Masera, había sido uno de los participantes de la masacre de 1955, como un joven Teniente de navío.
La Revolución Fusiladora instaló un reino de terror que tuvo su clímax en los fusilamientos de militantes populares de José León Suárez, en 1956, relatados por el periodista, escritor y militante Rodolfo Walsh en su obra cumbre, Operación Masacre.
Y en lo económico, generó una fuerte devaluación para favorecer a los agroexportadores, y cerró el primer acuerdo con quién sería un triste protagonista de la historia argentina desde ese tiempo hasta nuestros días, el Fondo Monetario Internacional.