Dos mitos argentinos que pudieron torcer la yeta y ganarle al destino

En Civilización y Barbarie, el equipo de compañeros y compañeras, espacio en el que nos proponemos todas las semanas un tema enraizado en nuestra historia y desde allí intentar desentrañar el pasado, analizar el presente e imaginar un futuro más justo, surgió la necesidad de hablar de Diego Armando Maradona. Si, nada más ni nada menos, de ese tipo que nació en Villa Fiorito y conquistó el mundo.

¿De cuál de todos los Diegos vamos a hablar? Esta fue la primera pregunta que abrió una catarata de anécdotas y frases imposibles. Caí en la cuenta que hablamos como “Eduardo Eddy Di Vulba”, el personaje de Peter Capusotto y sus videos. Es tan grande lo que generó, tan excepcional, que muchos argentinos contamos nuestra vida junto al Diego sin siquiera haberlo visto una sola vez. El Diego es tan humano que nos sentimos parte una misma historia.

Como si fuese poca la tarea que nos planteamos, alguien cae en la cuenta – esta semana es 26 de julio, día en el que recordamos un nuevo aniversario del paso a la inmortalidad de Evita-. Inmediatamente, como si fuesen colores que dominan el paisaje y olores que están en el aire, sentimos que hay algo que los une. Tal vez la historia es una continuidad, dos caras de una moneda o simplemente forman parte del mismo mito.

Relacionar a Maradona y Evita es una tarea inabarcable, inconmensurable. Hacerlo es como analizar los 200 años de argentinidad. Forman parte de nuestra identidad, de nuestro ADN argento. Para esta nota, voy a elegir algunos aspectos que los unen. Como toda elección, es caprichosa y emocional e invitar a que cada lector piense en estos dos gigantes y cómo se relacionan con ellos mismos. Qué hay de Evita en el Diego, qué hay de Diego en Evita y qué de ellos hay en nosotros.

Ambos nacieron y se criaron en la pobreza económica de las barriadas populares, son dos hijos de nuestra tierra, de familias trabajadoras y sacrificadas. Puro mérito, talento y esfuerzo, aunque los nacidos en cunas de oro se llenen la boca hablando de la meritocracia y los desmerezcan. Los niegan porque llegaron a la cima del mundo y nunca se hicieron caretas, siempre se reconocieron en el barro y sintieron orgullo de sus orígenes y de ser ARGENTINOS.

La maravillosa música que nos propone Evita y Diego es el grito de la Argentina profunda. Evita es una niña de Calingasta soñando con ser actriz; Diego es un pibe de Sarmiento con la pelota en el potrero; Evita es una alumna de primaria de San Martín que se revela ante una sanción injusta; Diego es un vendedor callejero del centro que nos atrapa con su labia; Evita es la mujer que conduce un merendero en Rawson y golpea puertas incansablemente; Diego es un hombre adulto que festeja como niño en El Palomar haber marcado un gol en las canchas. Evita y Diego son rostros multiplicados del ayer, el hoy y siempre. Representan el contrapoder que vive en cada uno de nosotros.

Tanto Eva como Diego fueron pasionales, se la jugaron siempre, nunca especularon. Brillantes, agudos, irónicos, con esa genialidad que solo la da el ingenio popular dieron todo para darle alegría a los olvidados, a los negros, a los cagados a palos. Nunca traicionaron, nunca se traicionaron. Sus pasos fugaces marcaron la vida de millones haciendo felices a los nadie. Vivieron como quisieron ¿alguien se negaría a eso? Si yo fuese Maradona, canta Manu Chao…

Amados e idolatrados por las mayorías, en la vida de estas dos personas/mitos encontramos la revancha de la propia vida. En la mística de Diego y Evita está la posibilidad de redención del pueblo. Rompieron lo desesperante y sembraron esperanza. Si ellos pudieron, nosotros vamos a poder. Solo necesitamos creer en nosotros, en la Argentina, y no olvidarnos, jamás, de los nuestros.