Fotos: Gabriel Iturrieta
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Los costos que acompañan a la muerte no suelen ser nada baratos y así como en vida existen sectores y lugares que marcan distintos estamentos sociales, en los cementerios suele ocurrir algo similar. Casos famosos como el cementerio de La Recoleta o el de Chacarita en Buenos Aires o el mismo cementerio de la Capital de San Juan donde un nicho no tiene el mismo valor que un mausoleo o una parcela completa en un cementerio alejado. La muerte tiene un costo y las posiciones se pagan. Pero en nuestra provincia existe un lugar donde se rompen los esquemas, allí quienes en vida fueron grandes empresarios, inversores y constructores de un imperio, hoy comparten su descanso eterno con hombres y mujeres que labraron la tierra, algunos queridos y otros olvidados sin tener siquiera una placa que diga quien es el difunto.
Antes de entrar al ingreso principal por calles Sánchez y Ruta 60, se empiezan a ver tumbas con cruces oxidadas y resto del material con el que fueron construidas hace muchos años. Parecen destrozadas y olvidadas, como si nadie las visitara para dejarle un presente, una flor o acompañarlas mientras se escucha el viento que recorre las montañas sanjuaninas. Quienes trabajan allí cuentan que a son las primeras tumbas del cementerio, y confirman que nadie las visita ni paga el mantenimiento exigido para evitar el abrupto paso del tiempo. De los que están enterrados poco se sabe, sus nombres están en cuadernos que antes tendrían que limpiarse para poder leerse, si es que ya no fueron descartados por ser un archivo que solo ocupa espacio.
Si no fuera por el ruido de los autos que pasan por la ruta, el lugar parece absorto, con sus historias, mitos y leyendas que saben solo quienes conviven esa cotidianidad. Silbidos que se escuchan entre los pinos o voces que te llaman para voltearte y solo encontrar la quietud el dique de Ullum haciendole de espejo al cielo. Un cementerio que parece común, pero que cuando uno lo transita entiende que ahí está plasmada gran parte de nuestra historia.
Frente a este sitio unos pocos panteones familiares y varios nichos decorados con las características propias de los difuntos. Pasiones, triunfos en vida, o palabras que hablan del cariño y el hueco que dejaron. Otras en cambio vacías en el suelo. En un suelo compartido por el pueblo y grandes personalidades empresariales que supieron construir uno de los imperios más grandes del vino en San Juan y el país. Los Graffigna. Una familia de origen italiano que llegó a nuestras tierras escapando de la miseria de un país azotado por las guerras.Que arribaron después de un viaje larguísimo en barco lleno de inmigrantes que traían la cultura del trabajo y la visión de aprovechar las condiciones de uno de los países más ricos del continente. Llegaron como dice el dicho “con una mano atrás y otra adelante”, con poco dinero, y con el sueño de vivir mejor.
Los Graffigna se casaron con los Del Bono, los Barassi, los Latino, los Luraschi y los Longinotti entre otros. Familias renombradas de bodegueros, políticos, ingenieros, artistas, periodistas y emprendedores del sector privado, que con su aporte le dieron trabajo e identidad a muchas personas de Ullum y gran parte de San Juan. Algunos lo recuerdan constantemente y otros en cambio cuando baja la afluencia del dique. Porque como muchos saben, o tal vez no del todo, en dónde ahora vemos agua del dique antes existía un pueblo, lleno de parrales, olivos y frutales, de casas y sitios importantes como la bodega, la iglesia y el Club Las Lomas que en su momento le dio albergue a los ulluneros que fueron damnificados por la obra del dique. Las fincas que no eran solo de los Graffigna, sino que estaban los Bonillos, los González, los Del Bono, Cerezo y otras más que acarreaban la cosecha y le regalaban uva a la gente en carros tirados por mulas; del puente 5, la Escuela Nacional 111, y otros lugares que siguen vivos en el recuerdo de quienes pusieron cada ladrillo hasta convertir los "ranchos" de caña y barro en una casa de piso de porthland.
Todo lo antes expuesto era necesario para entender que las tierras ulluneras fueron la base del imperio de los Graffigna, y otras familias de labradores de tierra que compartieron más que tiempos de cosecha y buenaventura. Es por eso que hoy descansan allí gran parte de la familia, aquellos que se sentían cercanos o podían solucionar los conflictos empresariales de intereses distintos. Propios de una firma extensa.
En nuestra provincia hay varias generaciones que devienen de estos personajes históricos, y por coincidencia - y hasta un poco de suerte- pudimos intercambiar palabras con Eduardo Graffigna, hijo de Alberto y nieto de Santiago Graffigna, el creador del imperio del vino. En palabras simples y superando con fluidez sus 80 años contó que “el cementerio lo ideó mi padre Alberto un día que recorría el lugar dando zancadas. Me acuerdo que dijo ´aquí quiero que me entierren´. Y así fue que se convirtió en el primer Graffigna en ser enterrado en ese lugar, pero no siempre fue así” comienza relatando Eduardo acerca de los orígenes de cómo los Graffigna llegaron al cementerio municipal de Ullum. A lo que prosigue relatando que “antes la mayoría de la familia estaba en el panteón de mi abuelo Bartolomé Del Bono en Capital, porque el panteón de los Graffigna había quedado destruido por el terremoto del 44, incluido el de mi padre y la mayoría estaba allí. Pero después pudimos cumplirle la voluntad a mi padre, que siempre nos decía que quería ser enterrado en Ullum, tenía ese sentimiento italiano de querer a la tierra que tanto le dio. Es por eso que un día decidimos llevarlo y poder hacer realidad esa voluntad. Antes construimos una cruz con roble para que resistiera al paso del tiempo, la aceitamos con pintura y la colocamos donde él quería” sostuvo.
Alberto Graffigna falleció en 1975 y a los 6 meses pasó a ser el primero de la familia en ocupar el lugar donde luego fueron trasladados Santiago y Catalina, que ahora cuentan con la mayor ornamentación construida por el ingeniero Alberto Bustelo Graffigna.
"Por 10 años no fue nadie a enterrar a sus familiares allá" cuenta Eduardo al respecto. Pero después le siguieron varios miembros de los Graffigna junto a la combinación de otras familias que arriba se detallaron. Todos adquirieron la tradicional cruz de madera con una pequeña chapa recordatoria para honrar a sus difuntos. “En su gran mayoría los Graffigna quisieron volver a Ullum, porque ese pueblo lo forjaron ellos, era gente que venía con una clara conciencia cristiana de ayudar al otro y eran agradecidos de lo que tenían. Por eso integraban a la comunidad y los ayudaban a progresar a ellos y a sus familias, desde casas, bautismos, trabajo bien pago a fiestas donde todos estaban invitados, mi abuelo siempre tuvo esa conciencia social que le trasmitió a sus 12 hijos” afirma el nieto del empresario con cierta nostalgia.
Incluso los que fueron a Italia querían volver a morir a San Juan. “Como el caso de mi tío Juan que nació en San Juan y luego se fue a Génova, él siempre decía quería venir a morir a San Juan, lo mismo que mi abuelo Santiago que falleció en Italia en un viaje que fue muy triste, porque se marchó estando viudo, con un hijo viudo y un hermano que también iba viudo. A él lo trajeron porque quería estar aquí” cuenta Eduardo.
Finalmente en Italia no quedó ningún Graffigna, la mayoría quiso ser enterrado en Ullum, junto a la gente que fue parte de la historia del departamento y la provincia. De una historia que trascendió de la primera bodega de San Juan 1880 a ser hoy en día conocidos como una provincia con los mejores vinos del país que compite en la escena mundial.
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