Por Carla Acosta
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A los dos años de edad el sarampión le causó la pérdida total de la vista. Desde entonces, Narciso Jesús Godoy afronta su ceguera con valentía, lo que le permitió llegar a recibirse de abogado.
Mientras sus padres trabajaban, él quedaba en su casa al cuidado de sus hermanos. “Entre juego y juego, estaba mucho tiempo expuesto al sol, y eso me causó el sarampión, según me explicaron entonces”, cuenta. El brote le causó la pérdida del líquido en ambos ojos y le costó la pérdida total de la visión. “Fue muy duro para mi familia, yo era el regalón de todos. Pero con el tiempo, el trámite se hizo suave”, dice.
En el año 1962 la familia se trasladó al departamento 9 de Julio, donde el papá de Jesús había conseguido trabajo en una finca. Allí, más cerca de la ciudad, comenzó la primaria en el instituto para ciegos “Biblioteca Luis Braille”, donde terminó la primaria con un promedio de 9,25 y con una gran cosecha de amigos.
La secundaria la hizo en la Escuela Monseñor Pablo Cabrera, siempre transportándose en colectivo de línea. Muchas veces el colectivero no lo veía y se le pasaba el colectivo, entonces tenía a que hacer dedo para poder llegar.
Esa época de su vida la recuerda como normal: salía a bailar y estaba siempre rodeado de chicas y aunque tuvo varias novias, asegura que aún no encuentra a la mujer ideal. “La vida la desarrollé al igual que mis amigos, hacía la vida casi igual que ellos. No podía andar en auto ni en moto, pero aprendí a nadar en los canales, me trepaba de los árboles y andaba en bicicleta”, destaca.
Cuando terminó la secundaria tuvo que pensar en su futuro. Quiso ser artista, cantante y guitarrista, soñaba con la idea de tener muchas fans. Pero creía que para dedicarse totalmente a eso tenía que tener plata. Entonces optó por abogacía. “Elegí esa carrera porque no me gustaban las injusticias. Una vez a un amigo lo echaron de su trabajo injustamente, lo despidieron y no le dieron nada. Me puse mal porque solo le pagaron con un terreno cuyo valor que era mucho menor a lo que le debían, después de cinco años de trabajo”, señala.
Su deseo era estudiar en Córdoba, pero la economía de su familia no se lo permitía. Ingresó a la Universidad Católica de Cuyo, donde cursó solo un año. Gracias a la firma Resero, que le dio una beca, pudo viajar a estudiar a la Universidad Nacional de Córdoba. Allá le pasaron muchas cosas. Cuenta que viajando a Córdoba, al lugar donde se hospedaba, la dueña no le reservó su habitación y se quedó en la calle. Sin saber a dónde ir, tomó un taxi y le contó al chofer, una mujer, lo que le había pasado. Fue su ángel de la guarda, ella lo ayudó y le buscó una pensión para pasar la noche. Desde ese momento no cambió de lugar y el Barrio Junior era su otra casa.
También se sacó las ganas de ser el artista que siempre soñó. Un día un amigo lo vio tocar la guitarra y cantar y lo invitó a actuar en un bar. Desde ahí no paró de tocar, aunque lo hacía sólo como distracción.
En esos años sólo podía visitar a su familia dos veces al año. Estuvo 6 años fuera de San Juan y el 11 de marzo de 1987 se recibió como abogado. “Me fue bien por que estudiaba con mujeres y no con hombres. Las mujeres son más responsables y yo no tenía tiempo de perder tiempo, porque otra gente me pagaba los estudios”, señala.
De las 29 materias que cursó, 16 las aprobó con mujeres, 2 con hombres, 1 gracias a un grabador y las 10 restantes con sistema braille.
El día que se recibió estaba tan emocionado que no aguantó el llanto.
Volvió a San Juan para quedarse definitivamente, y cuando volvió a Córdoba a buscar su título, su compañero de asiento era el abogado Emilio Maldonado Hernández. Jesús le contó que se había recibido hace poco y Maldonado, sin dudarlo, lo invitó a formar parte de su estudio jurídico. Allí trabajó durante un año y luego pasó a ocupar cargos como funcionario en algunas municipalidades.
Jesús recuerda su primer caso como si fuese ayer: Su cliente demandaba a una empresa agrícola por falta de pago. Y como él dice, no le gusta perder en nada y ganó el caso. “Todavía sigo viendo al dueño de la empresa. El entiende que es mi trabajo, yo cuido las espaldas de mis clientes”, advierte.
En toda su carrera perdió solo un caso y dice que lo visitan clientes de todas las clases sociales, pero siempre llegan más a su despacho los más humildes. “Siempre creí en lo que hago. Así logro hacer bien las cosas y que tengan un buen fin, aunque me costó mucho que me dijeran doctor”, dice.
La pasión por la música no lo abandonó nunca y la destreza con la guitarra, aprendida a los 6 años, no la perdió. Eso hizo posible que pudiera grabar dos CDs, uno en vivo, en al año 2008, y el otro en un estudio de grabación, en el 2010. Y los muestra orgulloso en su estudio jurídico.
En el año 1974 intentó recuperar algo de visión y se operó, pero no tuvo éxito. Hoy, Jesús asegura que si tuviese la posibilidad de operarse con un resultado positivo asegurado, lo haría. Pero ya está adaptado a su vida cotidiana.
El abogado vive con su madre, que lo acompaña siempre orgullosa.
Adaptado 100 % a la vida que le tocó vivir, cuenta que el sueño que todavía debe cumplir es el de viajar a San Antonio de Padua, en Italia, del que es muy devoto.
Cuando se le pregunta cómo es, Jesús responde: “Los ciegos somos personas normales, como todos. Hay buenos y malos, burros e inteligentes”.
Eduardo Quattropani dice.
“Lo conozco de transitar los pasillos de tribunales. Una persona y colega que tiene como mínimo un merito adicional que es haber superado una realidad como es la de ser no vidente. No haberse detenido. Creo que es un colega distinguido que ha superado un problema extra que le puso la vida. Un ejemplo para muchos que en todos los órdenes de la vida”.
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