Vivir al lado de una calera no es algo común. Sin embargo, en Los Berros, departamento Sarmiento, forma parte del día a día de muchas familias. Allí, la producción de cal no solo deja huella en la economía local, sino también en el ambiente, la salud y el modo en que se vive.
El polvo en suspensión, los humos y el paso constante de camiones generan un impacto constante. Durante los días de viento, el aire se vuelve irrespirable para muchos. Las ventanas se cierran, las cortinas se bajan y quienes pueden, optan por usar barbijos dentro de sus propias casas.
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Las ventanas, reforzadas con nylon y piedras para evitar que el polvillo ingrese a las casas.
Los vecinos aseguran que los efectos se sienten en la salud: alergias, irritaciones oculares y problemas respiratorios son frecuentes, sobre todo en personas mayores y niños. También mencionan que la contaminación se vuelve visible: muebles, patios y ropa colgada al aire libre se cubren de un fino polvo blanco.
Más allá de las molestias, la relación con las caleras es ambigua. Por un lado, muchos reconocen que representan una fuente de trabajo para buena parte del pueblo. Por otro, la falta de controles ambientales y el funcionamiento de vehículos sin protección adecuada generan preocupación. A pesar de algunos intentos por mitigar los efectos, como la instalación de filtros, el crecimiento de la actividad ha superado las soluciones.
La mayoría de los habitantes ha optado por adaptarse: organizan sus horarios según el viento, limitan las salidas al exterior durante las primeras horas del día y reservan las tareas domésticas para cuando el aire está más limpio. Sin embargo, coinciden en que es necesario un mayor compromiso de las empresas para reducir el impacto ambiental.
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