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Educación

Una escuela de San Juan llevará el nombre de un querido profesor

El proyecto de ley por el cambio de denominación del Bachiller José Manuel Estrada a la Escuela Secundaria Licenciado Edgardo Mendoza se tratará durante la sesión del próximo jueves 12 de diciembre en la Cámara de Diputados de San Juan.

Por Redacción Tiempo de San Juan

Importante homenaje en San Juan. El próximo jueves, la Cámara de Diputados local tratará proyectos de ley sobre cambios de denominación de 6 escuelas de la provincia. Entre ellos, una institución educativa llevará el nombre de un querido y reconocido profesor.

Se trata de Edgardo Mendoza, el emblemático profesor de Historia que falleció en agosto de 2019. El actual Bachiller José Manuel Estrada, ubicada en Chimbas, llevará su nombre y este proyecto será tratado en el recinto.

Además, la Legislatura tratará seis proyectos de Ley que imponen los siguientes nombres a diversas instituciones educativas:

  • “CENS Cabo Segundo José Esteban Lucero”, al Centro educativo de nivel secundario Nº 134.
  • Escuela Nocturna Dr. Rodolfo Edgar Brusotti, a la Unidad Educativa para Adultos Móvil Nº 20 del Departamento Ullum.
  • Escuela América Sofía Gil de Calvo a la Unidad Educativa para Adultos Nº 2 del Departamento Caucete.
  • Escuela Ingeniero Matías Sánchez de Loria a la Escuela U.E.P.A. Móvil Nº 3, establecimiento ubicado en el departamento Zonda.
  • Escuela Nocturna Paso de los Patos, a la Unidad Educativa para Adultos Móvil Nº 7 del departamento Calingasta.

Quién fue Edgardo Mendoza

Fue un importante hombre de la cultura sanjuanina, que sufrió el exilio durante la dictadura. Se recibió de licenciado en Historia en Francia, y que, al regresar al país en 1984, comenzó una brillante carrera como docente universitario.

En el 2002 fue diagnosticado con un cáncer que enfrentó con valentía, que lo minó físicamente, y lo llevó a la muerte en la madrugada del sábado 24 de agosto de 2019.

El mostacho insurrecto

Los sanjuaninos lo conocen como el columnista de la tele experto en temas internacionales. Pocos saben que vivió 8 años en Francia, donde llegó escapando de la dictadura. Allí conoció al jet set europeo trabajando en un selectísimo club, mientras estudiaba. Es uno de los referentes de la historia del cruce de Los Andes por San Juan y hoy le da batalla a una enfermedad que no puede con él. Por Viviana Pastor.

Cuando tenía 16 años, volvía de las vacaciones para cursar el 5to año en la escuela Normal Sarmiento y se presentó sin afeitarse, con un esbozo de bigote. La directora lo mandó a su casa con la orden de que volviera afeitado. Pese a la “humillación”, mascullando y odiando el sistema que coartaba su necesidad de rebelarse, tuvo que obedecer. Pero supo vengarse, cuando rindió la última materia dejó crecer su bigote y nunca más se lo cortó. “Fue una reacción a las prohibiciones. No hay rastro de mi persona sin bigote desde que tenía 17 años, y adquirí mi personalidad así”, contó Edgardo Mendoza.

Por eso el suyo no es un bigote cualquiera, no es un bigote tilingo, es un mostacho tipo revolucionario, amplio, grueso, abundante, que sobrepasa las comisuras de los labios. Un bigote como los que usaron el mexicano Pancho Villa, o el alemán Friedrich Nietzsche. El suyo es un mostacho personalísimo, apartado de las modas, que habla mucho de quien lo porta.

El reconocido historiador y columnista de temas internacionales, desde hace algunos meses se moviliza con muletas, tiene cáncer. Fue diagnosticado en el 2002 y desde entonces le da batalla. Unos días antes de la operación se movía con mucha dificultad y tenía fuertes dolores. Lo operaron el 7 de diciembre –la nota fue realizada antes- y contó con gran entereza que después de eso quedará paralítico. Pero inmediatamente proyectó otra muleta para seguir andando. Con su hablar tranquilo y sus modales suaves, Edgardo es un luchador. Nunca se conformó, nunca fue por la senda señalada, siempre buscó marcar la diferencia, desde muy pequeño.

Su niñez la pasó con su madre y su hermana, vivían frente a la escuela Rivadavia, en Capital, donde su mamá era maestra de música. Seguramente lo marcó el hecho de que sus padres se separaran cuando él aún era pequeño, algo que no era común en las familias de esa época. “Por eso la imagen que tengo de mi madre es trabajando y estudiando para poder prosperar”, señaló. Parte de la primaria la hizo en la Rivadavia y parte en la escuela Normal San Martín, pero en 3er año se cambió a la Normal Sarmiento con la idea de recibirse de maestro.

Por entonces era muy mal alumno, pero según explicó, fue también su rebeldía la que lo llevaba por caminos que no eran los que imponían las currículas. Y, por ejemplo, cuando la profesora de Literatura le ordenaba leer el Quijote de la Mancha, Edgardo leía 100 años de soledad. “Tenía un gran enfrentamiento con el sistema educativo sobre todo en la secundaria, estaba la dictadura de Juan Carlos Onganía, no te dejaban leer ciertas cosas, vestirte de cierta manera, ver determinadas películas. Me crié en ese ambiente, era un ‘No’ a todo y yo descargaba en el sistema educativo. Me volví un lector infatigable porque encontraba en los libros las libertades o pensamientos que no se me daban en la escuela. Participé en la organización de centros de estudiantes y protestas de esa época, fines del ’60”, dijo.

No pudo recibirse de maestro porque fue justo en esos años cuando Onganía dispuso que de las escuelas normales egresaran bachilleres y no maestros.

Cuando salió del secundario definió que estudiaría una carrera humanística, eligió Historia y se fue a Córdoba. “Por entonces el epicentro del debate era la Escuela de Historia de la Facultad de Filosofía, estaba todo lo que uno había soñado, profesores que defendían su programa, su bibliografía, yo me sentía a mis anchas, estudiaba lo que me gustaba y el clima era de enfrentamiento. Eso me llevó a ser muy buen alumno, puede que haya sido el mejor promedio de mi promoción”, dijo.

En el ’73 se realizaron elecciones en la Escuela de Historia y el director electo organizó un comité de asesores con 3 profesores y 3 alumnos ente los que estaba Edgardo. “Éramos los que dirigíamos la escuela porque tomábamos decisiones avalados por el director. Eso me permitió un trabajo institucional sobre cómo debe enseñarse la historia, qué es importante y que no, fueron años de mucho aprendizaje”. En esos años Edgardo estaba en uno de los focos revolucionarios más importantes de la época y si bien no militaba en ningún partido, estaba metido en todo. Era el mejor caldo de cultivo para el mostacho contrera.

Simpatizaba con las ideas de izquierda y con el movimiento del Ejército Revolucionario del Pueblo, pero las armas no eran lo suyo. “El marxismo, además de una promesa para cambiar el mundo para que sea mejor, brinda una metodología para el análisis histórico que todavía tiene validez, el análisis de las luchas de clases en la historia”, aseguró.

En el ’75 comenzaron los problemas, la derecha peronista de José López Rega tomó el poder y la Triple A empezó su accionar, “secuestraron a mis compañeros y me aconsejaron que me viniese a San Juan, tenía 21 años”. Edgardo había pedido prórroga en el servicio militar por estudio, pero si se volvía y dejaba de estudiar lo mandaban a llamar del Ejército, entonces empezó a rendir materias de Derecho, carrera en la que también estaba inscripto.

En el ’76, con el Golpe de Estado, dejó también Derecho, le había llegado una carta de la Universidad donde lo expulsaban por “sospecha de actividad subversiva”. En esa lista había 34 compañeros, muchos de los cuales ya estaban desaparecidos. En julio del ’76 se arriesgó a viajar para ver cuál era su situación en Derecho y un alto contacto le sugirió que saliera del país. Decidió el exilio en Francia donde tenía un amigo que le daría hospedaje y además le ofrecía mejores perspectivas de aprendizaje. “Mi padre le explicó a mi madre la gravedad de mi situación, vendió el auto que tenía para pagarme el pasaje y salí del país en barco, porque en los aeropuertos había controles y listas negras y seguro que no pasaba”, dijo.

Los primeros meses en Francia durmió en el piso, en un monoambiente en el que apenas entraban él y su amigo. Esos días sin dinero, sin trabajo y sin hablar el idioma, se compensaron con la sensación de libertad y tranquilidad. Finalmente encontró trabajo en una construcción donde había obreros de muchos países y lo que menos aprendió fue a hablar francés; pero le permitió alquilar su propio lugar, “era una piecita chiquita en un séptimo piso con una vista sobre París maravillosa, pero no tenía ascensor”, contó sonriendo.

Después de unos meses consiguió trabajo limpiando un bar. Ahí empezó a aprender el idioma, estuvo hasta marzo del ’78, empezó a analizar nuevos trabajos y se presentó en el selectísimo club deportivo Bois de Boulogne, para tareas de mantenimiento. “Era la casita de Dios, un lugar increíble con lagos y cisnes. Hablé con el director y me ofreció trabajar en la puerta recibiendo el carné, pero sin pedir el carné, ya que al club asistía la nobleza francesa, el presidente, ministros, senadores, gente de fortuna”, señaló Edgardo. El club es donde se juegan campeonatos de Roland Garros.

El contrato era por la temporada de verano y se quedó 6 años. Ese trabajo le permitió tener un muy buen ingreso, casi nada de trabajo en invierno, y así pudo estudiar licenciatura en Historia y hasta realizar una maestría sobre el tráfico de esclavos entre Francia y América. Los contactos en el club social le permitieron acceder al archivo de la marina para realizar su trabajo post grado.

Todos los jueves, en la puerta de la Embajada Argentina, participaba de un homenaje a las Madres de Plaza de Mayo; a las 13 horas tocaban el timbre, salía un empleado y entregaban una carta donde pedían noticias de los desaparecidos. Siempre acompañaba al agrupo alguna personalidad, estuvieron Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir; François Mitterrand, Ives Montand, entre otras figuras políticas destacadas.

Llegó el ’82, sucedió lo de Malvinas, y el fin de la dictadura se veía venir. Reynaldo Bignone amnistió a los que no habían realizado el servicio militar y eso lo dejaba a Edgardo casi limpio para el regreso al país. En el ’83 asumió el presidente constitucional Raúl Alfonsín, nombró Embajador a Hipólito Solari Yrigoyen, y fue motivo de fiesta en la Embajada de Francia, a la asistió Edgardo.

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