Niñez luminosa, adolescencia oscura
Nació el 29 de agosto de 1972 en una casa de cinco: con mamá Mirta, papá Jorge, y sus hermanas mayores Rosana y Silvina. "En la escuela Ángel de Rojas, que está enfrente a la Plaza de Trinidad, hice toda la primaria ahí, en escuela estatal, pública, de medio pelo para abajo, lo cual me dio una perspectiva de la vida bien interesante, mucho más interesante que lo que pasaría luego en la secundaria. De escuela pública, estatal y mixta, pasé a Don Bosco. Fue un shock horrible fue. Pero bueno, qué se le va a hacer", recuerda.
Su niñez, asegura, "fue hermosa, muy luminosa. Porque tenía excelentes primos, con todos muy buena relación. Un solo primo varón, y después todas eran primas, un montón. Y con los chicos del barrio yo era un poco el que organizaba la diversión, el juego del monstruo que andaba suelto en un jardín y para estar a salvo, nos teníamos que subir al gabinete del gas, que era alto". Y agrega: "La niñez fue hermosa, luminosa, bella, y cuando entré a la secundaria todo eso se volvió petróleo. Negro, denso, oscuro, profundo, muy fea. La secundaria para mí fue el peor momento de mi vida lejos. La pasé muy pero muy mal".
Cuando era chico, dice, no tenía una profesión preferida de grande. Solo se imaginaba que iba a ser padre de familia. Pero ya era inquieto, curioso, como algo que le tiraba por el periodismo.
"Mi vieja dice que aprendí a leer solo. Que cuando fui a la escuela ya leía. Porque aprendía con mis dos hermanas más grandes. Interactuaba mucho con ellas. Entonces mi amor por las letras, por la lectura, viene de muy chiquito. Me leía muchos libros de chiquito", asegura. Y ya desde entonces le interesaba la paleontología, quizá también anticipando que muchos años después trabajaría en el Museo de Ciencias Naturales.
Cuando terminó la secundaria, se sentía como un adolescente muy retraído. Y se fue a estudiar Ingeniería Agronómica, porque le gustaba mucho el campo y su productividad. "Y mi papá había estudiado Ingeniería, pero no terminó. Entonces, para mí era como que yo tenía que ser ingeniero", confiesa.
"Mi viejo era un fanático, un loco inventor de cosas, muy malhumorado. Ese hombre tenía pésimos modales, pero era muy inteligente y muy productivo. En mi casa nunca se compraban electrodomésticos, la máquina de cortar el pasto estaba hecha con el motor de un lavarropa viejo, y ruedas de patines, y bueno, todo lo había soldado mi viejo y había hecho un Frankenstein que cortaba el pasto. Laburó siempre en Hidráulica mi viejo, y es el que diseñó, creó, la máquina de tejer alambre con la que se hacían en los años 70 las defensas de los ríos. Bueno, el sistema todavía se sigue usando", cuenta.
Entre sedas y relojes
Estudiar Ingeniería resultó ser una experiencia fallida. Volvió a su casa materna. "En mi casa me dijeron 'bueno, si no vas a estudiar, acá hay que laburar'. Así que una vecina, la Mariana, se enteró y me avisó y yo me fui a la Sedería La Reina porque necesitaban un vendedor. Estaba bien presentable y hablaba medianamente bien y venía del Colegio Don Bosco, eso fue lo que los convenció. Me tomaron y laburé como tres años y me convertí en la estrella de la sedería".
"La gente, las modistas sobre todo, gente grande, hacía cola, para que la atendiera yo, porque yo no sabía nada de tela, pero cuando arranqué a cada modista que venía le decía 'mire, yo estoy aprendiendo, pero me gustaría saber de telas, así que usted me contaría para qué se usa cada cosa'. Yo iba anotando todo en una libretita, o sea, que ya hacía de periodista. Así me convertí en el que vendía más, vendía mucho, mucho, mucho, mucho, y eso levantó un poco la envidia de algunos colegas. Creo que fueron dos años los que laburé, y me cansé. De las conversaciones de atrás del mostrador. No me gustaba ser empleado de comercio", recuerda.
Así se decidió por el periodismo, y ni bien empezó a estudiar la carrera, a los 20, se murió su papá. "Le puse onda al estudio, pero también me tuve que poner a laburar. Mi familia Mostazo siempre ha tenido relojería, joyería, no sé qué, entonces se me ocurrió, como conocía a los proveedores, comprar relojes muy baratos, que son los que se importan por peso. Con un muestrario viejo que tenía mi abuelo paterno, de fideos, yo, en vez de poner paquetes de fideos, ponía los relojes en una valija de madera, que pesaba un montón, y agarré el auto de mi viejo, un Dodge 1500 y me fui a vender relojes y bijouterie a los negocios del campo. Con eso me costeaba el estudio".
Estudiando Comunicación Social, cuando Diario de Cuyo fue a la Universidad a reclutar alumnos como pasantes, dos profesoras lo recomendaron, y se presentó a una entrevista. "Me recibió Omar Garade, que después fue mi amigo. Le mentí bastante, le dije que sabía inglés muchísimo", recuerda. Y ahí empezó como periodista. Corría el año '94, hace justamente 30 años. "Una vez que entré al diario, sí, claro, me enamoré. Me enamoré de la profesión y entregué todo", remarca.
Tumor, días oscuros y renuncia al diario
"Yo en esa época, esto me he enterado ahora, ya estaba con mi tumor en la cabeza. Porque con el médico llegamos a la conclusión de que el tumor que yo tengo, que se llama oligodendrioglioma, surgió en mi adolescencia. Por eso fue tan negra mi y eso se extendió hasta, diría, los 45 años. Yo siempre vivía con una angustia, que la traté con psicólogos y demás, pero era una angustia que yo la sentía muy física, en la garganta", confiesa.
"Si bien era muy buen periodista y muy bueno haciendo mi laburo, caía en pozos depresivos, muy mal, entonces no iba a trabajar. Yo por ahí no iba y no avisaba que no iba. Y bueno, pasaba un día y yo no aparecía y entonces, obviamente que se activaban todas las alarmas y el Omar siempre me cuidó mucho. Porque él sabía que lo que me pasaba. Así que él se peleaba con todo el mundo. Yo era un ente que no podía salir de su cama. No me pasaba nada emocional para estar así. Era físico, era el tumor", destaca.
En el Diario de cuyo llegó a ser Jefe de Editores, que es la segunda autoridad dentro del diario.
"Laburé mucho e hicimos cosas muy bellas en el diario, hasta el año 2009, ahí mi gran amigo Omar se casó y yo por nada del mundo me iba a perder ese casamiento. Así que organicé la redacción de tal forma de poder viajar porque era solo un sábado. La cuestión es que cuando volví al Diario la cosa estaba funesta, de mal humor y demás, diciendo que yo abandoné la redacción. Y eso no era cierto, de ninguna manera, o sea, yo me había ocupado de dejar perfectamente establecido qué se hacía en mi ausencia y con el teléfono abierto por si se necesitaba hablarme. Cuestión que esto pasó a oscuro, se puso muy feo y el dueño del Diario me estaba esperando, porque él tenía una muy mala relación con el Omar. Toda la redacción del Diario de Cuyo estaba en el casamiento del Omar, en Córdoba, ese era el tema", afirma.
Luego, relata: "La cuestión es que el dueño del diario, pero sobre todo sus esbirros, un tal Basáñez, me querían suspender tres días, y yo le dije de ninguna manera voy a aceptar una suspensión de tres días, porque lo que hice, a mí me lo han hecho mil veces, mil veces me he quedado a cargo del diario sin ser Jefe de Editores ni Secretario de Redacción. Cuestión que como me opuse, el dueño del diario me dijo literalmente esta frase: 'usted es una mierda'. Entonces ahí yo dije, 'bueno, doctor, acá no podemos seguir conversando, usted haga lo que tenga que hacer, y yo voy a hacer lo que tenga que hacer'. ¿Cómo siguió? "Yo no iba a tolerar una suspensión. Así que me fui".
Nace un coach
A partir de su renuncia, Jorge empezó a conectarse con el universo del coaching. Se fue a Córdoba a visitar a su amigo Omar, que se había jubilado. "Encontré mi manada en la vida. O sea, gente que se hace cargo plenamente de su vida y de sus proyectos y de sus sueños, que era algo que yo nunca había conocido", dice.
Aprendió al lado de quien considera uno de los mejores coaches del país, Marco Leone, y su escuela que se llama Aprendizaje para el Cambio.
A la par, Jorge entró a trabajar en el Museo de Ciencias Naturales. "Ahí también hice una muy buena carrera. Nos convertimos con el director del museo, Oscar Alcober, en una máquina de producir cosas muy lindas, al punto de que hicimos una exhibición, que fue un éxito en San Juan, fue todo el mundo. Fueron 70.000 personas en total. O sea, el 10% de aquel momento, que éramos 700.000, de la población".
Con la muestra, Titanes de Ischigualasto, Puga viajó a Tokio donde estuvo cuatro meses. "Fue una experiencia maravillosa para la provincia, para el museo, para la universidad. Para mí, porque aprendí de liderazgo muchísimo". Cuenta que aprendió de cómo trabajan los japoneses. "Y me enamoré, son tan hermosos laburando, tan hermosos. Lo que hacen como equipo es fantástico. Y bueno, de ahí yo tomo mucho de lo que hago en el coaching con las empresas".
A la par, empezó un proceso de liderazgo en tratar de llegar a la operación en el mejor estado posible. "No me refiero a lo físico, porque estaba bastante bien desde lo físico, sino desde lo anímico. Entonces empecé a tener todas las conversaciones pendientes que tenía que tener con alguien", explica. Creyó que se podía morir y dijo "no quiero irme, si me toca, con cosas atragantadas".
Se fue de mini-vacaciones a Brasil con quien estaba en ese momento de pareja. Y luego llegó derecho a internarse al Sanatorio Adventista de Buenos Aires, que es la clínica con la mejor aparatología para este tipo de tumores fuera de Estados Unidos, según comenta Jorge.
El cáncer, con su todo
La cirugía fue exitosa, le extrajeron el tumor completo, y empezó una recuperación muy lenta. "Mi cuerpo iba compensando con el lado derecho todo lo que se fue debilitando durante décadas en el lado izquierdo. Entonces cuando me sacan el tumor, mi mente, mi cerebro, mi hábito, todo, entran en convulsión nuevamente, porque había un doble comando. Se había acostumbrado tanto mi cerebro y mi cuerpo a ser dominado por el lado derecho, que cuando el lado izquierdo vuelve a aparecer, no se ponían de acuerdo de ninguna manera, porque además el tumor estaba aplastando el cuerpo calloso del cerebro, que es lo que hace que se comparta la información entre los dos hemisferios. Al sacar el tumor, la comunicación fue mucho más fluida, más potente, pero también apareció el lado izquierdo, que había estado muy borrado. Así que se me empieza a manifestar convulsiones muy fuertes por este proceso. No ya el tumor, sino la ausencia del tumor".
El cáncer marca, es sabido. La cuestión es cómo. "Ha sido un aprendizaje que ha tenido costos altísimos para mí, altísimos, no sólo físicos, sino relacionales, laborales. Yo me encontré a los 50 años inhabilitado para hacer cualquier tipo de laburo, no sólo físico, sino intelectual, no podía razonar, no podía hilar dos ideas seguidas, y sin laburo, porque yo era mi propio jefe y el líder de un proceso, de un equipo de comunicación muy grande, que le hacía la comunicación al Consejo de Ciencias Económicas, en un tiempo al Mozarteum, en otro tiempo a empresas, es decir, tenía un grupo de trabajo importante, que laburábamos hermoso, muy bien. Y había traído una escuela de coaching a San Juan, que estaba en su primer cohorte, y muy potente también, y bueno, y se fue todo al carajo con el tumor", comenta.
De grande, sin trabajo, enfermo, tuvo que volver a vivir a la casa de su madre. "En mi familia ya estaban pensando en internarme en una institución psiquiátrica, porque era una depresión muy jodida".
En medio de tremenda recuperación, el tumor le empezó a crecer de nuevo. "Yo dije no, de nuevo no, no voy a pasar por todo este proceso ni a gancho", rememora lo que pensó. Jorge dice que esperaba la muerte pero no llegó.
"Esa tocada de fondo ha sido una de las mayores lecciones de mi vida, relacionadas con el tumor, el cáncer, la posibilidad de muerte cercana, y eso me conectó con el entusiasmo. Que teus es dios, en adentro, eso es el entusiasmo, activar el dios interno, que no es una cuestión religiosa, es una cuestión emocional y de toma de conciencia", explica.
Para Pollo Puga fue conectarse a su cáncer y darse cuenta de que hay un mensaje muy potente en lo que le pasó que quizá les ayude a los demás. "Estoy entusiasmado en difundir, en profesar, en regalar al mundo, es mi regalo". Para Pollo Puga fue conectarse a su cáncer y darse cuenta de que hay un mensaje muy potente en lo que le pasó que quizá les ayude a los demás. "Estoy entusiasmado en difundir, en profesar, en regalar al mundo, es mi regalo".
Ahora debe hacerse controles para ver ese tumor que creció de nuevo. "Cada cuatro o seis meses tengo que hacer una resonancia magnética para ver si está quieto. Últimamente está quieto, así que no está pasando nada por ahí", cuenta.
Las charlas, encuentros inspiradores
Y mientras tanto, Jorge hace su regalo al mundo. Volvió este año al ruedo como coach ontológico y bajo el título "El cáncer, mi maestro", ofrece charlas inspiradoras para personas con dolencias físicas graves y para todo el que quiera escucharlo.
Ya se presentó a sala llena en el IOPPS días atrás. La próxima charla la dará el próximo 11 de octubre a las 21 en la Sala TES (Juan B. Justo 335 Sur). Esta vez hay 100 lugares, por eso se ruega no inscribirse si no se está seguro de participar. Podés anotarte en este link.