El fenómeno pisa fuerte, en los últimos meses, más de 200 personas solicitaron sumarse a la feria organizada por la Asociación en Plaza Laprida. Este crecimiento viene de la mano del impacto de la inflación (que en septiembre de 2025 fue de un 1,9% mensual en San Juan y alcanzó un 27,5% interanual), que golpea a todos los sectores en Argentina.
Vera advierte que hoy, la necesidad de "feriar" alcanza incluso a quienes tienen ingresos fijos, como jubilados, docentes y trabajadores privados, porque no les alcanza para llegar a fin de mes. La necesidad crece porque a la gente no le alcanza para comprar, cada vez le alcanza menos, según la dirigente.
De ese 70% de mujeres feriantes sanjuaninas, un 25% son jubiladas o pensionadas que, a pesar de tener un haber, participan porque "no les alcanza para cubrir los gastos generales de sus hogares”.
"Feriar", la respuesta popular a la exclusión
Las ferias de la economía popular, como las que se organizan frecuentemente en la Plaza Laprida de la capital sanjuanina (actualmente los lunes, martes y viernes), son espacios de venta y comercialización que surgen como respuesta a la exclusión de los mercados laborales formales.
Según el último dato conocido en San Juan, en la provincia al menos 80.000 personas se mueven dentro de la economía popular.
Dicho en criollo, son mercados temporales y ambulantes donde la gente que no consigue un empleo tradicional (o que fue expulsada de él) se arma su propio laburo a través de emprendimientos, talleres o cooperativas.
Nacen de la necesidad imperiosa de generar ingresos y de la posibilidad de ofrecer productos a precios más accesibles al consumidor, ya que los costos de producción y comercialización suelen ser más bajos. Son, en definitiva, una manifestación cruda de la exclusión que genera el modelo económico actual.
En este contexto de lucha diaria, las historias de las mujeres sanjuaninas que montan sus puestos reflejan la resiliencia y la desesperación de quien necesita sí o sí una entrada extra. Algunas de ellas contaron a TIEMPO DE SAN JUAN sus experiencias.
Historias de supervivencia
Gabriela, tejedora de sueños
Para la chimbera Gabriela Recabarren, de 50 años, el emprendimiento fue una obligación que terminó siendo una pasión. Casada y madre de cuatro hijos, ella se dedicaba de lleno a su casa hasta que un problema familiar la empujó a la venta.
Ella cuenta que "Empecé con mi emprendimiento desde que mi esposo sufrió un accidente y no podía trabajar, así que comencé a tejer y vender mis trabajos". Gabriela, quien no está jubilada, es feriante en Plaza Laprida tres veces por semana, dedicada al delicado arte de los amigurumis (muñecos tejidos a crochet).
El trabajo le da algo más que monedas: "el tejido es una forma de despejarme y me relaja mucho hacerlo", dice. Sin embargo, la venta es una lotería: "Trabajar por mi cuenta se me complica a veces, ya que las ventas son muy relativas, a veces se vende y otras no".
En este contexto inflacionario, donde las artesanías pierden lugar frente a los productos gastronómicos y lo importado, la lucha es constante: "Últimamente no me aporta demasiado, ya que se vende muy poco, lo que no evita pasar apuros a fin de mes", se lamenta.
A su edad, Gabriela pide "que el Gobierno tenga más en cuenta a los emprendedores, facilitando los medios y condiciones de trabajo, y reconociendo la actividad como un trabajo digno". Mientras tanto, sueña con tener su propio taller de tejido, “donde poder dar clases y compartir con otras tejedoras".
Laura, la dueña de su tiempo
Laura Paiz, de 56 años, nació en Buenos Aires pero se mudó a la Capital sanjuanina "en busca de un poco de tranquilidad". Ella es un caso de autoempleo por elección de vida. Aunque trabajó en relación de dependencia antes, tomó una decisión fundamental: "Decidí emprender porque me gustaba la idea de manejar mis tiempos".
Laura trabaja dos veces por semana en Plaza Laprida y por la tarde se dedica a la venta por catálogo, donde dirige un equipo de vendedoras. A diferencia de otros casos, para ella, trabajar por cuenta propia "es maravilloso, a pesar de que no todos los meses gano lo mismo".
Aunque necesita que su pareja la asista con el auto para trasladar la mercadería, ya que "en colectivo sería medio como imposible", ella está satisfecha con su rendimiento: "Me va bastante bien, dentro de todo. No puedo quejarme".
Sus ingresos le permiten "darse gustos", como comprar un kilo de helado y compartirlo con la familia, aunque aclara que su aporte a la casa es "poco, no mucho", ya que su pareja se hace cargo de los gastos principales.
A pesar de la estabilidad que ha encontrado, su visión del futuro es un reclamo social: le gustaría ver "un país más equitativo, un país donde las jubilaciones alcancen para vivir, donde los jubilados puedan acceder a sus medicamentos". Para los emprendedores, destaca la importancia de "dejar que estos espacios sucedan, que los espacios de feria crezcan" y, sobre todo, que no se pierdan las capacitaciones que el Gobierno de San Juan ofrece.
Margarita, sobreviviendo con la mínima
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Margarita Ávalos (primera a la derecha).
La historia de Margarita Ávalos, de 62 años que vive en Chimbas, es la que más refleja la desesperación de los adultos mayores que ven cómo su sueldo se esfuma ante el costo de vida. Margarita es jubilada de la mínima y entró al sistema gracias a la moratoria.
La feria para ella es una obligación absoluta. Va a Plaza Laprida dos o tres veces por semana vendiendo "flores a crochet, llaveritos, vinchas, coleros, todo a crochet". El motivo es doloroso: "me hice emprendedora porque era la única manera de una entrada más a la casa. De lo contrario, no llego a fin de mes".
“Marga”, que además trabaja cuidando a una persona mayor los fines de semana, es clara: "con eso llego, más o menos, porque los remedios están carísimos". Ella y sus compañeras deben ingeniárselas para seguir adelante: "Y uno sobrevive. Uno sobrevive con eso". Cuando el crochet no rinde, no queda otra que cambiar de rubro: "hay que hacer semitas, hay que hacer maicenitas, lo que sea para vender". Y subraya: "Es solo para sobrevivir. Tampoco sobra".
El cuidado de los pocos pesos que entran es extremo. Margarita relata que hasta cambiar un envoltorio o una bolsita para que su producto se vea "estético" es una preocupación, porque "esos son moneditas que uno va perdiendo", dice. Y agrega: "las monedas como dice Milei, él que no mira número bajo y nosotros los jubilados eso es lo que cuidamos, las moneditas".
Su enojo resume la frustración de un sector olvidado: "Necesitamos un aumento. Necesitamos un aumento de verdad, no necesitamos ese aumento que dicen". Para Margarita, los haberes que perciben no son valorados por quienes los deciden, y por eso, su trabajo en la feria, es su único faro en la tormenta.