Si hubiera estado a su altura decidirlo, seguramente en el gobierno provincial hubieran preferido que estas elecciones de medio término no existieran. Para nada por falta de vocación democrática, sino para no verse involucrado en un duelo en el que no tenía arte ni parte: la resolución parlamentaria a la pregunta de Milei sí o no.
Que fue lo que efectivamente ocurrió. La elección de este domingo se trató de una reafirmación o un reproche al gobierno nacional, como suelen convertirse estas citas y como sucedió en mayor medida ahora con un gobierno tan disruptivo como el de Milei. Era una fenomenal incomodidad ponerse en el medio sin nada terminante que decir.
Porque Marcelo Orrego no es para nada un opositor a Milei, tampoco uno más de su feligresía. Por lo tanto, aparecer tirando una opción intermedia aparecía a priori como un desafío difícil. Aunque esa opción fuera apelar a la defensa de la provincia por sobre todas las cosas. Porque la respuesta que estaba en el aire no tenía esa inquietud del destino provincial sino el áspero debate que bajaba de Buenos Aires por todas las vías posibles.
Por eso podría aparecer razonable lo que de otra manera puede aparecer imposible: que a un dirigente que mide más de 65 puntos de aprobación como aparece posible en el caso del gobernador sanjuanino ante su propio público, le cueste en las urnas traducir ese apoyo en votos efectivos. Si hay en la misma grilla de partida un auto que corre la carrera indicada.
Por más que la fórmula resulte encabezada por la mejor opción al alcance de la mano. No cabe ninguna duda que Fabián Martín es quien mejor mide en ese propósito, entre todo el menú de opciones del oficialismo provincial. Cuando baja la ola, hay poco por hacer.
Lo mismo ocurrió con otros gobernadores provinciales no alineados con Milei, pero que no resultan opositores lisos y llanos. Como los que conformaron el nuevo frente nacional dedicado a explorar la ancha avenida del medio, ahora bajo la denominación de Provincias Unidas. No son casos menores: el cordobés Llaryora o el santafesino Pullaro, dos mandatarios de las provincias más relevantes del país, perdieron en su propio redil. En su caso, con LLA. Les pasó lo mismo al chubutense Nacho Torres y el jujeño Zadir, derrotados por Milei; o el santacruceño Vidal, perdedor del peronismo.
Uno que la vio venir fue el puntano Claudio Poggi, muy allegado a Basualdo y a Orrego, quien optó por la extraña decisión de no presentar candidatos. Incomprensible al principio, pero que le terminó resultando porque le permitió no salir a medir fuerzas en una elección ajena, tampoco caer en el costoso pliego de condiciones que fijó el mileísmo para unir listas: vestirse de violeta, perder identidad y ceder espacios.
Lo que sí hizo el mendocino Alfredo Cornejo. Claro que a él le resultó más natural la unión, porque es radical y viene del palo de Patricia Bullrich, entusiasta mileísta. Pero no fue bajo el costo que debió pagar. El más caro, ceder el primer lugar de la lista a Luis Petri, radical como él pero de distinta procedencia y ajeno al entorno propio del que el gobernador mandocino espera que emerja su reemplazante.
Marcelo Orrego decidió resistir a esos encantos del mileísmo y jugársela con una fórmula propia, de identidad y discurso claramente provincial. No le resultó en ésta, pero no quiere decir que no sea útil para la próxima, la que vale dentro de dos años. Cuando sea posible citar a elecciones en fecha separada y sin el influjo nacional que contamina la discusión.
Si bien no alcanzó para ganar, sí lo hizo para sacar una diferencia considerable sobre ese eventual rival que le aspiró los votos que le faltaron esta vez: la delegación local de LLA. Ahora deberá evaluar el futuro con detenimiento, en especial sobre la pregunta central: si dividir esa franja de votos afines no puede resultar una oportunidad para los que lo miran desde afuera.