Las moras y sus truncados frutos desperdigados por las veredas, los plátanos con su pelusa y las largas filas de altísimos eucaliptos son parte del paisaje sanjuanino y tema de conversación cada vez que llega un viento Zonda o se acerca la primavera. Cada una de esas especies, fue plantada en distintas épocas y con diferentes objetivos, al tiempo que le iba dando su impronta a San Juan. Pero las tendencias siempre cambian y, ahora, es la sequía la que les marca el pulso a las autoridades al momento de seleccionar cómo conformar el arbolado, llevándolos a optar por las especies autóctonas que habitaban originalmente estas tierras. En ese contexto, el especialista y director de Arbolado provincial, Osvaldo Olmo, ofrece un paseo por la historia de los árboles que le fueron dando vida y sombra a la provincia.
“¿Cómo empezó todo? ¿Cómo construyó el oasis el hombre blanco cuando llegó acá? Bueno, vio un desierto y decidió que había que poblarlo de plantas. Ya los primeros españoles que llegaron traían, por ejemplo, los sarmientos para plantar vid. Es decir, el hombre blanco siempre tuvo la visión de poblar el valle con árboles exóticos. Entonces, nosotros seguimos conformando el valle de ese modo. Hoy, casi todas las plantas que vemos en las calles de San Juan, son exóticas”, comienza relatando Olmo.
En el último año, la Dirección de Arbolado entregó 23.000 árboles para reforestar la provincia. El 90 por ciento de ellos son especies nativas. En el último año, la Dirección de Arbolado entregó 23.000 árboles para reforestar la provincia. El 90 por ciento de ellos son especies nativas.
Y agrega, “aunque, en los últimos años, desde esta Dirección hemos comenzado a impulsar la plantación de especies autóctonas. Y es algo que tenemos que hacer por obligación, debido a la crisis hídrica, porque nuestras plantas originales necesitan un menor consumo de agua para sobrevivir. De esto modo, estamos tratando de cambiar la urbe”.
La forestación con el paso de las décadas
Según lo que se sabe actualmente, quienes comenzaron a forestar la provincia buscaban árboles frondosos y de rápido crecimiento, para comenzar a dar sombra y vida al agreste paisaje.
Con esa visión llegaron los primeros eucaliptos (Eucalyptus), que son de origen australiano y se comenzaron a plantar en San Juan a principios del siglo XX. “No los puso Sarmiento, como se suele decir. Los trajo Federico Cantoni, él fue quien quiso forestar la huella que unía San Juan con Mendoza, que después fue la calle Mendoza, con eucaliptos. A partir de ahí, se empezaron a plantar también en otras zonas”, cuenta Olmo.
Siguiendo la misma premisa, los próximos árboles que comenzaron a plantarse en grandes cantidades fueron plátanos (Platanus), que pueden llegar a medir hasta 55 metros y hoy se erigen a los lados de gran cantidad de calles sanjuaninas. “Ellos fueron plantados a finales de la década del ’40, durante la reconstrucción de San Juan. Son las especies que se eligieron para colocar tras la reprogramación del trazado de las calles”, reveló el especialista.
Y agregó: “Este es un árbol de Europa y allá crece hermoso. El problema es que acá, por el clima, la hoja tiende a tener esa pelusa que es altamente alergénica y nos complica a los sanjuaninos”.
La llegada de la especie que copó todo y sus sucesoras
Ya entre las décadas del ’70 y el ’80, desembarcó la nueva especie, que hoy integra el 60 por ciento del arbolado en el Gran San Juan: la mora (Morus). “La morera se empezó a poner en todos los barrios que se iban construyendo en ese momento de ampliación de la zona urbana. Primero se incluyó la especie que da fruto y, posteriormente, empezó a usarse la ‘híbrida’”, cuenta Olmo. Al tiempo que aclara, “en realidad no es híbrida como solemos decir, porque florece. Pero lo hace antes de lo que debería, entonces, el fruto muere y cae antes de desarrollarse. Es una cruza entre la morera erectus, una que va derechita para arriba y que no tiene fruto, y la péndulo, que sí los tiene”.
Sobre este árbol, el especialista hace una reflexión particular: “En San Juan tenemos la costumbre de echarle la culpa a la mora de levantar las veredas, pero eso no es culpa de la especie, sino de cómo se planta y se mantiene. El cuello de la morera es el espacio que hay entre el tronco y la raíz, son dos centímetros aproximadamente. El árbol debe plantarse de modo que, ese cuello quede al mismo nivel del fondo de la acequia. Si lo hacés así, nunca va a levantar la vereda, porque de ese modo, la planta tiene geotropismo positivo. Siempre las raíces van a ir hacia el centro de la tierra. Pero, como son seres vivos, si no tienen agua la buscan, entonces van hacia las cañerías. Yo creo que la morera fue una de las mejores especies que se incorporó en la provincia, con ella podemos tener una sombra buena a los cinco años, pero hay que plantarla bien”.
Ya a finales de los ’80 llegó el boom del paraíso. Al respecto, Olmo recuerda: “Ese árbol tuvo un gran problema, que fue una micosis, una enfermedad, que lo terminó matando. Es un hermoso árbol, pero quedan muy pocos”.
El furor por el lapacho rosado (Handroanthus impetiginosus) llegó poco después, pero duró poco. Al respecto, el funcionario cuenta: “Si bien es un árbol sudamericano, no se da originalmente en la provincia, sino en la zona del Chaco y también es una especie que sufre mucho la crisis hídrica. Además, hay que tener en cuenta que cuando uno planta un árbol lo que busca es sombra y el lapacho rosado es precioso en flor, pero después, no tiene mucha hoja. Entonces, se le cae la flor y te quedás sin sombra. La poca hoja también tiene que ver con que es un árbol que no es de acá, en su lugar de origen los vas a ver con una hoja hermosa”.
En los años posteriores, ya en los 2000, todos empezaron a plantar ejemplares de braquiquito (Brachychiton populneus). “A esta altura ya hay vecinos que están pidiendo la erradicación del braquiquito porque es un árbol que crece rápido y se puede hacer tan grande como un eucalipto, algo que muchos no tuvieron en cuenta. Como las anteriores, el problema es que son exóticas y cuesta un montón que se mantengan sanas con una sequía como la que tenemos. Cuando tienen mucha agua se desarrollan bien”, afirma Olmo.
El regreso a las raíces
La crisis hídrica que se vive desde hace años en la región, llevó a cambiar la idea. La exportación de árboles dejó de ser una opción y las autoridades decidieron dar una vuelta de tuerca al arbolado, regresando a las plantas autóctonas de San Juan. De ese modo, comenzaron a copar las calles las acacias, los algarrobos y la nueva reina: la cina-cina (Parkinsonia aculeata).
“La cina-cina es una especie que, si bien no es de esta región, es sudamericana y se adapta muy bien a nuestra zona. Ahora podemos verla por todos lados acá. En este momento está floreciendo y ya comienzan a aparecer sus flores amarillas, que son preciosas”, sostiene Olmo.
Entre las especies exóticas que está creciendo bien a pesar de la sequía está el olivo de Bohemia o Arabia. Es un árbol que tiene una hoja verde de un lado y gris, del otro. Justamente, proviene de Arabia. Entre las especies exóticas que está creciendo bien a pesar de la sequía está el olivo de Bohemia o Arabia. Es un árbol que tiene una hoja verde de un lado y gris, del otro. Justamente, proviene de Arabia.
Y justamente, esta especie es la que dio el puntapié a la llegada de la planta estrella que, se avizora, será la nueva tendencia. “Esta planta tiene una prima que es la acacia florida (Parkinsonia florida), que se injerta sobre el pie de cina-cina y no tiene espina. En Mendoza, en los country, es la novedad. Le dicen cina cina sin espina. Se trata de una especie que viene de la zona de Arizona, en Estados Unidos, que tiene un clima muy parecido al de nuestra región. Acá ya se está probando en la plaza de Media Agua, en Sarmiento”, adelanta el funcionario.
El secreto está en las raíces
La clave por la que las plantas autóctonas soportan la sequía, está en su raíz. Los árboles exóticos, como el paraíso o el álamo, la raíz es como un pincel que se distribuye bajo la tierra hacia los costados. En cambio, las autóctonas tienen una raíz que es como un eje pivotante, es decir, que se hunde verticalmente en la tierra, como una prolongación del tronco. Ese eje pivotante mide tres veces más que la altura que tiene el árbol sobre superficie, o sea que si el árbol mide tres metros, la raíz tiene nueve metros hacia abajo, pudiendo llegar a las napas freáticas de gran profundad y consumir el agua que necesita. De ese modo, una vez que una autóctona supera los 2 años de crecimiento, se asegura la supervivencia.