Con 32 años de historia en el país, la fundación Manos Abiertas atraviesa uno de los desafíos más complejos desde sus inicios en San Juan. Es que no sólo tiene que lidiar con los embates de la crisis económica, ya que como consecuencia se vio obligada a cerrar las puertas de su sede, sino que además debe ocuparse de sumar voluntarios para que su obra se mantenga vigente.
Desde hace más de 12 años, la ONG desplegó sus alas bajo el nombre de la Casa de la Bondad en el territorio sanjuanino y una de sus actividades solidarias es acompañar a pacientes terminales que están solos y que necesitan una contención antes de que la muerte los encuentre.
Compartir una charla, extender una mano y mostrarse como soporte para aquel que tiene los días contados, a causa de una enfermedad, son parte de las acciones de los voluntarios que busca y que apenas requiere tres horas por semana.
Según explica la presidenta de la delegación, Silvina Dibella, desde sus orígenes la organización fundada por el padre Ángel Rossi en Buenos Aires tiene como misión aliviar a los más vulnerables dentro de la sociedad. "Lo que hacemos en la Casa es cuidar a personas con diagnóstico final de vida, que no pueden ser cuidados por sus familias, ya sea porque no las tienen o porque no cuentan con las condiciones", señala.
A pesar de lo importante que representaba su tarea, al recibir enfermos con los que no había más nada que hacer médicamente y contenerlos hasta su final, de brindarles la posibilidad de tener una muerte digna, la ONG debió poner en pausa esa labor por cuestiones económicas y tuvo que conformarse con continuar haciéndolo en el propio hospital.
"No decimos cerrar, sino poner en pausa y seguimos trabajando para que alguna vez la podamos volver a abrir", asegura quien detalla que en los últimos meses resultaba difícil hacer frente a los gastos de enfermeros y mantenimiento del lugar que tenía que ser óptimo para cumplir con las exigencias.
Sobre la función de los cuidadores que necesitan sumar indica que lo que hace falta es alguien dispuesto a regalar su tiempo a otro y lo describe como una "presencia amorosa". "Simplemente dando la mano nada más, escuchando, hablando, rezando y acompañando, esa es su tarea", señala quien reconoce que si bien llegaron a tener 30 voluntarios, son cada vez menos y hoy son apenas 7 los colaboradores.
"Los enfermos en el hospital sí nos necesitan, hay evidencias de que nuestra presencia es muy valiosa y considerada por el equipo médico, por lo cual estamos pidiendo que se sumen más personas al voluntariado. Quien quiera unirse al cuidado de pacientes en el Hospital Rawson es bienvenido", expresa y agrega: "Caminar el hospital nos hace darnos cuenta que son muchas las habitaciones y son muchos los que están en soledad, es mucha la demanda y los voluntarios son pocos".
El único requisitos que se debe cumplir es que los interesados hagan un taller informativo y formativo sobre cuidados paliativos, con el objetivo de dar vida a su lema que es "hacer bien el bien". El mismo sirve como herramienta para que el voluntario sepa a lo que se enfrenta y cómo actuar en ciertas ocasiones.
Por tres horas semanales, el voluntario elije qué día quiere ir y la coordinadora Adriana Moreno es quien se ocupa de armar los cronogramas de las visitas de los cuidadores, que por lo general se realizan en horario de siesta.
"El servicio voluntario es dejar de mirarse uno y sus preocupaciones y enfocarse en el otro. Yo lo hablo desde la fe, es encontrar a Jesús en otro. Es más reconfortante dar que recibir. Uno da y a su casa vuelve tan gratificado, saber que aliviaste un ratito el dolor de otro es maravilloso", confiesa y añade: "Lo descubrí hace siete años y me pregunto por qué no pasó antes, siento que me cambió la vida para bien".
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La representante de la organización, que también ofrece clases de apoyo escolar para menores judicializados y desarrolla programas de compañía para ancianos que no tienen el afecto y la presencia de los suyos, argumenta que las buenas personas siempre tienden a hacer actos solidarios, a participar en campañas y a ayudar al más necesitado, aunque remarca que se trata de hechos aislados, esporádicos. Es por ello que invita a los sanjuaninos a hacer de la solidaridad una constante, una conducta habitual.
"Ser voluntario es un estilo de vida, te fluye la creatividad para sumar esfuerzos, te ablanda el corazón y te agudiza los sentidos, uno se pone más atento al dolor del otro y entonces eso motiva. Uno sabe que no le va a solucionar la vida, pero sí encuentra un poco de alivio en aquel que la está pasando mal", reconoce.
Orgullosa de su aporte y del resto del equipo que coopera, Dibella, que ha sido testigo de la despedida de niños que no podían ingresar a una terapia intensiva para ver por última vez a su madre y que en la Casa, por tener otras formas, si pudieron, asegura que el enfermo -más allá del dolor- trasmite paz. "Uno acompaña en ese camino de paz y lo ve partir en paz y eso es lo que hace nuestra tarea reconfortante", cierra.
Un poco más de la Casa de la Bondad
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