Cuando era niño no sabía a qué se quería dedicar, pero en las noches de verano, la familia sacaba los colchones al patio. Se colgaba mirando estrellas. Las Tres Marías y las que podía identificar. Y mientras contaba estrellas soñaba con “algo lindo”. Esperaba algo grande desde que era chiquito. En época de Reyes, dejaba al lado del árbol de Navidad sus zapatos, pasto y agua, añorando recibir algo sorprendente.
La búsqueda
La secundaria la terminó en el barrio San Martín, en la escuela de capacitación técnica Monseñor Orzali. Fue en ese momento de su vida cuando decidió emprender una búsqueda. Sus padres se separaron cuando Fabián tenía menos de un año y a los 17, sin haber conocido la cara de su papá más que por foto, hubo un quiebre interno que lo llevó a Buenos Aires a buscarlo. Había conseguido la dirección de una tía, en Ciudad Evita y también una dirección de 1978, en Moreno. Allí supuestamente vivía su papá.
El pasaje ida y vuelta a Buenos Aires valía 60 pesos, eso lo aseguró. Para gastar en la búsqueda tenía 80 pesos. En el bolso llevaba pasas y vino mistela porque sabía que su viejo era fan del vino dulce. Lo consiguió en la bodega López Peláez. Llegar a Moreno desde Capital fue toda una odisea. Las distancias en Buenos Aires no son las mismas que en San Juan y no supo calcular cuánto podía costarle un taxi desde Constitución hasta el conurbano.
“El remisero que me llevó era un cordobés, tenía un Ford Falcon blanco, era grandote, de bigotes, y me pregunta por qué hacía ese viaje que me costaba la mitad de lo que tenía. Me senté en el bolso, fumaba Parliament, esa mañana me fumé un montón de cigarros y le conté la historia. Me dijo que se repetía la historia, que él hacía 20 años había llegado a Buenos Aires a buscar a su viejo. Pensé que me estaba mintiendo, que me quería sacar la plata, me dijeron que tuviera cuidado en Buenos Aires. Me dijo que me iba a acompañar a Moreno y no me quedaba otra que creer y me llevó”, relató.
Encontró la casa. Se bajó, le abrió una mujer, le pidió trabajo porque sabía que su padre era comerciante. Sin rodeos, la mujer le respondió que no había nada. Pero no se presentó. No dijo que era Fabián Gramajo. El remisero tuvo un papel clave en el reencuentro del chimbero con su padre. Al ver toda la escena desde el auto, se bajó y le pidió que le dijera la verdad a esa mujer. Que si había ido a Buenos Aires, tenía que darse esa oportunidad porque él nunca pudo reencontrarse con su padre. Tenía que decir la verdad.
Golpeó otra vez y le confesó a esa mujer quién era. “Era la hermana de mi viejo, me recibieron y gracias a ese hombre que me dijo que había ido a buscar su padre y no lo había encontrado que yo encontré al mío. Mi tía me dijo que mi papá no vivía ahí, que estaba en Concepción del Uruguay, en Entre Ríos. Al otro día me buscaron, me fui y lo encontré. Después supe que el remisero pasó varias veces para ver cómo estaba”, narró. Y así se reencontró con su padre.
San Cayetano y la política
Después del viaje en el que conoció a su padre, Fabián volvió a San Juan. Su primer trabajo fue en la inmobiliaria Ventura Donper. Era cadete. Recuerda a don Emilio Ventura Donper como un hombre elegante, con traje y sombrero. En la inmobiliaria, hacía transferencias bancarias, llevaba papeles y limpiaba los departamentos que estaban en alquiler.
La inmobiliaria Ventura Donper funcionaba en la galería Estonell, en ese mismo paseo había una santería en donde compraba por 3 pesos 50 estampitas de San Cayetano. Cuando salía a las 13 de trabajar con don Emilio, vendía estampitas del santo. Tenía una estrategia muy bien pensada. En un sobre metía las estampitas con un pequeño pancito. Le sumó una frase que fotocopiaba. “San Cayetano llega a su hogar, colabore con él sin obligación de compra. Pan, paz y trabajo, valor 0,50”. Eso decían esos cuadraditos de papel. “Los ponía en un sobre, caminaba sobre una vereda y le dejaba el sobre a la gente y les decía se los dejaba para que lo leyeran. Como a la gente le gustaba saber qué había adentro, lo abrían y me compraban”, apuntó.
Esa relación con San Cayetano, que le permitió parar la olla en la casa durante muchos años, es la que lo llevó a pensar que si algún día era elegido intendente de Chimbas iba a revalorizar el santuario en su honor, al que llegan todos los 7 de agosto miles de fieles a pedir y agradecer oportunidades laborales. Cumplió con la promesa. El santo del pan y el trabajo siempre le dio una mano.
El arranque con la política fue de casualidad. No supo cuándo empezó que se iba a dedicar a la política por el resto de su vida. Mientras trabajaba y vivía en Villa Centenario, lo invitaron a sumarse a la campaña del abuelo de Daniela Rodríguez, que era diputado departamental. Le preguntaron si conocía Chimbas, respondió que como la palma de su mano. No era tan así. Ríe al recordarlo. Con picardía. No estaba tan convencido pero esa misma tarde, unos amigos lo fueron a buscar a su casa y le pidieron que caminara con ellos, que los ayudara con la campaña y así dio inicio a una historia de amor firme y duradera.
Gracias a la política conoció a Daniela, su esposa. Fue transitando esa campaña como se enamoraron. Las elecciones no las ganaron. Perdieron por cuatro votos. “Perdimos y al otro día me casé”, dijo. Daniela y Fabián se casaron en la iglesia de Concepción, los bendijo el padre Ruggieri. Si bien no comparten la misma fe, él es católico y ella evangélica, decidieron pasar por el altar de forma tradicional.
Con Daniela vivieron en Concepción, al poco andar nació su primera hija, Camila. Fabián trabajaba en la inmobiliaria, vendía estampitas por la tarde y empezó a estudiar abogacía en la Universidad Nacional de San Juan. En el 2001 la carrera de derecho se estrenó en la universidad pública y fue así como dio sus primeros pasos en la educación universitaria. Tenía una compañera de estudios que tuvo que dejar la carrera en la Católica porque no le alcanzaba para pagar la cuota. Era pleno estallido social y económico del país. Ella se recibió en la Nacional y hoy es la asesora legal del municipio. Fabián se recibió hace poquito. En los inicios de los años 2000 tuvo que dejar a pesar de las becas. El bolsillo ajustaba y ya tenía dos hijas que mantener.
Mientras, seguía con el trabajo social. Todos los años organizaba eventos grandes para el Día de la Madre, el Día del Padre, el Día del Niño, Navidad y Reyes. Dice que lo invitaron a ser candidato en el 2007 pero que decidió dar un paso al costado porque no le gustaron nunca los dirigentes piqueteros, que "le hicieron mal a Chimbas y no permiten que los vecinos vivan libremente".
La oportunidad llegó en el 2011. Militó fuerte la campaña del peronismo con Mario Tello. Fue electo concejal y designado presidente de bloque. En ese momento, su vida cambió para siempre. La visión de Chimbas como un departamento sin estigmas sociales, la noción del orgullo de ser chimbero, dieron inicio en su mente al slogan "Chimbas te quiero". El primer mural de "Chimbas te quiero" se hizo en el Tiro Federal, era como un electrocardiograma.
Gramajo siente que, a lo largo de su vida, muchas veces su opinión era menospreciada por ser chimbero. También recuerda un momento en particular, cuando vio a los chimberos felices por haber logrado quebrar la invisibilización. Ese momento fue cuando Abril Oyola fue elegida Reina Nacional del Sol. “Acá cada voto se vivió como los goles de Maradona a los ingleses. La gente estaba en la calle, festejaba porque sintió que por primera vez éramos libres de la mirada juzgadora”, cerró.
Todas las mañanas antes de salir de su casa al municipio, lo primero que Fabián hace es darles la bendición a sus dos hijas. Reza en la noche y también al despertar. Es un hombre de fe, muy creyente. La política también tiene algo de esa fe en una visión, en una forma de percibir el mundo. Y porque la fe y la política comparten esa necesidad de creer.
consumadre.jpg
Fabián Gramajo y su madre, Elisa.
La madre de Fabián vive hoy en día en Villa Centenario. Trabajó hasta que empezó la pandemia. Gramajo recordó una anécdota con su madre. Se ríe como niño mientras repasa con su mente hecho por hecho. El colectivo pasa por la puerta de la casa de Elisa y ella se lo tomaba todos los días para cuidar a pacientes enfermos. En uno de esos viajes por calle Tucumán, una señora empezó a putear a Gramajo cuando la movilidad pasó por un pozo. El chofer la conocía a Elisa y se puso nervioso. “Cuando mi vieja se baja del colectivo, el chofer le contó a la señora que me puteaba que esa mujer era mi mamá. Mi vieja me llamó y me dijo: -Niño, arreglá las calles que todos los días se acuerdan de mí”, contó con humor. La Tucumán ya está arreglada. Y los domingos siguen siendo de ellos. Porque Fabián visita a su madre todos los domingos, le da una vueltita.
En la puerta de la oficina de Gramajo aguardan funcionarios, municipales, también mujeres con sus bebés a cuesta. - ¿Siempre es así? Sí, responde. Parece que disfruta estar rodeado de gente, no la pasa mal socializando. Toma café y mate. Todo junto. Y nos despide.