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HISTORIAS DEL CRIMEN

La caucetera que mató por la espalda al marido por maltratador

Estuvieron casados durante 6 años, pero la mujer se hartó de los insultos y las humillaciones. Un día lo atacó mientras estaba sentado en la mesa del comedor en la casa que compartían en 25 de Mayo.

Por Redacción Tiempo de San Juan

Existe el rumor que una que otra noche se escucha el estruendo de un escopetazo. Un grito desgarrador de dolor. Y una corrida por entre el sembradío. Puede que sea el recuerdo de Audelino que, como un fantasma, quedó atrapado en esa zona de calle Divisoria. O puros inventos, que sólo buscan meter miedo y alimentar esa vieja historia, que de tanto en tanto rememora la trágica noche de 1960 en la que ese obrero rural fue asesinado a sangre fría por su esposa caucetera dentro del predio de una escuela.

No es que Audelino Ricardo Godoy era un santo. Olga Velardez, la “mala” en todo este entuerto, confesó el asesinato, pero también aseguró que fue un desahogo y la forma de acabar con tantos años de maltratos por parte de este hombre que fue su esposo durante más de 6 años.

La mujer de 30 años ya tenía una hija de soltera. Él era viudo y mucho mayor que ella. Se conocieron por medio de unos parientes, congeniaron bien y esa relación sentimental los llevó a que contrajeran matrimonio en febrero de 1954. La pareja, conocedora del trabajo rural, consiguió que le prestaran una casa dentro del predio de la antigua Escuela Experimental de la Nación sobre calle Divisoria, en el límite entre 25 de Mayo y Caucete. Ese era su hogar.

"Mi desgracia"

“El primer año fuimos felices”, aseguró Olga, en una declaración en sede judicial. Al año, después de que nació la única hija del matrimonio, Godoy empezó a cambiar de actitud y a mostrarse intolerante. “Todo lo que hacía le parecía mal”, dijo. Me insultaba y la maltrataba. “Sufría en silencio mi desgracia”, agregó, según un documento.

Como contracara, según ella, Audelino Godoy se presentaba frente a todos como una persona “correcta, de buen proceder y amable”. Resultaba evidente que la relación iba de mal en peor, Olga padecía la violencia continua de su marido, que en ocasiones se desquitaba con su hija mayor y la más pequeña. Le había contado a una hermana que Godoy la golpeaba y habló de “matarla”.

Premonición 

Por lo visto, la joven mujer se sentía asfixiada y amenazada en su propia casa, en cualquier momento podía estallar todo. El epílogo de esa perversa situación se dio el 16 de agosto de 1960. Ese día la nena mayor de Olga jugaba con un pedazo de rama en el patio, muy cerca de Godoy, que leía el diario. Sin querer, la pequeña revoleó la varilla y golpeó al hombre.

La mujer contó que Godoy se puso furioso, se levantó de la silla y lanzó a la niña al piso de un fuerte cachetazo. Después le dio otro y la tiró contra un pilar de la galería. Eso le molestó a ella que, presa de su impotencia, más tarde salió con sus hijas a la calle con la idea de escapar e instalarse en la casa de sus padres en Caucete.

No lo concretó. En el camino se cruzó con una pariente de apellido Segura, con quien charló sobre los problemas que estaba teniendo con su marido y sus miedos. Esta otra mujer finalmente la persuadió para que no abandonara su casa y le diera otra oportunidad a Godoy, con la esperanza de que el hombre recapacitaría.

De acuerdo al relato de Olga en la Justicia, esa tarde regresó al rancho de la calle Divisoria y durmió en otra cama. En los días siguientes no dirigió la palabra a su esposo, pues ella seguía dolida. El domingo 24 de agosto de 1960, Olga se despertó con ganas de visitar a sus padres en Caucete. Le tenía miedo a Audelino; aún así, cerca del mediodía le pidió “permiso” para ir a ver a su familia. La respuesta fue tajante: “A ninguna parte van a ir”.

 

Calle Divisoria entre 25 de Mayo y Caucete

 

Tarde funesta

Almorzaron en silencio. En horas de la siesta, el hombre se alistó y salió diciendo que iba a la cancha de fútbol. Olga se quedó en silencio, aguardando durante horas hasta que su marido regresara. Así fue. Llegó a las 19 y, como era él, ordenó que preparase café y le sirviera. “¿Qué, andás jetona porque no te deje ir a tu casa?, le dijo con tono irónico y provocador.

Pasó un rato, Olga miraba al hombre con desprecio y odio. Audelino Godoy permanecía mansamente sentado en la punta de la mesa, leyendo su diario y largando cada tanto un insulto. Esta última escena le revolvió el estómago a la mujer y la hizo ver su propia miseria. Ella misma lo confesó después, se “indignó” e “impulsada por un deseo que no sabe precisar”, caminó con la bronca atragantada rumbo al dormitorio.

Allí agarró la escopeta colgada en un clavo, sacó un cartucho de la cómoda y cargó el arma calibre 16. Audelino Godoy seguía sentado en la punta de la mesa, dando la espalda al dormitorio y sin presentir lo que se le venía. Olga se asomó por la puerta de la habitación y enmudecida apuntó contra su esposo. El fogonazo y el estruendo retumbaron en el rancho de calle Divisoria. En ese instante se escuchó el alarido del peón rural, que cayó boca abajo con múltiples heridas producto del impacto de los perdigones.

La mujer relató que le escuchó gritar agónicamente: “¡Fernando!”, en referencia a su hermano que vivía en una propiedad lindera. También afirmó que se encontraba tan perturbada, que no sabe qué hizo con la escopeta y escapó corriendo de la casa olvidando que su hija más pequeña dormía en una habitación.

Aturdida y sin saber qué hacer, huyó por la finca y pasó por el frente de la casa del hermano de Audelino, que había salido tras oír el disparo. Ese muchacho le preguntó qué pasó, pero Olga ni respondió y se alejó por la calle. Pese a que ella aseguró que estaba shockeada, caminó hasta la Seccional 9na de Caucete, contó lo ocurrido con su esposo y se entregó.

Sin chances

Su testimonio fue la única versión de lo sucedido esa noche. Ella siempre aseguró que actuó inconscientemente y recordó que en un momento dado quiso matarse con la misma arma, pero no lo hizo porque no encontró más cartuchos. Hubo un conocido de la mujer que declaró afirmando que los maltratos por parte de Godoy eran ciertos, pero el juez del caso calificó a esa declaración como parcial.

Un informe psicológico describió a la mujer como introvertida, reservada y tímida, pero “susceptible de reacciones violentas”. Como que no le creyeron a Olga. Además, un hermano de Godoy testificó que horas antes del crimen concurrió a la casa de la pareja y no vio nada anormal.

El juez Américo Armando Aguiar, titular del Juzgado del Crimen de Tercera Nominación, consideró que en este caso no podía considerarse el atenuante de estado de emoción violenta. Expresó que ese día no hubo en la mujer un motivo tan grave que le hiciera perder el control de los frenos inhibitorios o le produjera un raptus de emoción. En otras palabras, consideró que actuó con dolo y hasta con frialdad. El fallo se conoció el 2 de octubre de 1961 y fue condenatorio. El magistrado castigó a la mujer a la pena de prisión perpetua por el delito de homicidio calificado.

En 25 de Mayo muchos olvidaron este caso o lo recuerdan con reserva. Dicen que después de muchos años Olga volvió al pueblo y llevó una vida normal juntos a sus dos hijas. Pero no se habla demasiado. Su historia quedó en el pasado, ya ni siquiera existe esa vieja escuela y sólo ronda ese cuento que dice que algunas noches se escucha el ruido de ese escopetazo.

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