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Historias del crimen

La tragedia de los dos bomberos sanjuaninos muertos y su recuerdo en una comisaría

Es el caso de dos policías de la entonces División Bomberos que fueron a una intervención que parecía sencilla y sufrieron un inesperado accidente que les costó la vida. Fue en noviembre de 1987. La Policía bautizó con sus nombres a la Seccional 28va de Rivadavia.

Por Walter Vilca

Habían desafiado al fuego y a la fuerza de la naturaleza en un sin número de acciones. Habían arriesgado sus vidas para salvar la de otros, más no pudieron escapar a su propia tragedia. Fue una mañana de noviembre de 1987. Los dos bomberos junto a tres compañeros salieron en una dotación para realizar una simple tala de árbol en un barrio de la capital sanjuanina. Nada que implicara demasiado peligro para estos hombres acostumbrados a trabajar al límite, pero lo que parecía una tarea sencilla resultó la peor de las trampas mortales y de un segundo a otro se produjo una fulminante descarga eléctrica que dejó a esos dos jóvenes agentes de Policía con los días contados.

Muchos años pasaron de aquel desgraciado accidente que costó las vidas de los agentes Américo Argentino Leiva y Saúl Ramón Franchini. Su recuerdo hoy perdura en unas placas y en el frente mismo de la Seccional 28va, que llevan grabados sus nombres como un homenaje a estos hombres que murieron cumpliendo con su trabajo.

Pudo haber sido cualquiera de ellos o ninguno. Hacía días que los vecinos de la calle Las Heras en Villa Del Carril, Capital, habían pedido a la División Bomberos que cortaran la rama grande de un eucalipto que colgaba y representaba un peligro. Como la mañana del 9 de noviembre de 1987 no había emergencias ni salidas pendientes en el viejo cuartel central de la esquina de San Luis y Aberastain, los jefes dispusieron que una dotación partiera al populoso barrio sanjuanino a efectuar esa tarea de rutina. En un camión partieron su chofer, el agente Saúl Franchini, en compañía del oficial ayudante Pedro Rodríguez, el cabo Domingo Páez y otros dos agentes, Miguel Funes y Américo Leiva.

Los agentes.A la izquerda, Américo Argentino Leiva y a su lado Saúl Ramón Franchini.

Al llegar a calle Las Heras, al Sur de la 9 de Julio, ubicaron el árbol y empezaron a bajar los equipos para trabajar. Los bomberos estaban distendidos, aquello prometía ser una tarea simple y sin riesgo que no tomaría tiempo. Lo habían hecho otras veces.

Accidente inesperado

Los agentes Leiva y Franchini sacaron la escalera para apoyarla contra el árbol. No fue casual que los dos se ayudaran, eran amigos. Compartían muchas cosas. Ambos tenían 30 años, hijos pequeños, ingresaron a la Policía provincial en 1980 y su primer lugar de trabajo fue el cuartel central de Bomberos. Los dos se conocían bien y se habían formado juntos como policías. Así también, por esos avatares de la vida y del trabajo, el destino los puso en la misma encrucijada esa mañana de noviembre.

Fue un descuido o un mal cálculo. En eso que los dos afirmaban la escalera, ésta se les corrió. Y el pequeño imprevisto provocó el peor de los accidentes. En el momento en que Leiva y Franchini trataron de sujetarla para que no cayera, la estructura metálica se deslizó a un costado y la parte superior pasó a centímetros del cableado de la línea de media tensión. No hubo contacto entre la escalera y el tendido eléctrico, pero fue suficiente para que a partir de ese acercamiento se produjera el fenómeno físico denominado arco voltaico. En milésimas de segundos los dos bomberos sintieron como el impacto de un rayo que estremeció sus cuerpos. Y es que la escalera metálica hizo de conductora de energía y ambos recibieron un tremendo golpe de corriente de 13.200 voltios del cableado.

Sus compañeros escucharon un solo estruendo y los gritos ahogados de los dos agentes. Para cuando miraron hacia ellos, se encontraban tendidos en el suelo en medio de sus alaridos de dolor.

Leiva era el más herido y decidieron no moverlo hasta que llegara el auxilio. Mientras uno de los policías avisaba del accidente y pedía urgente las ambulancias, otros dos cargaron a Saúl Franchini en la autobomba y partieron rumbo a un sanatorio del centro, donde trabajaba la esposa del agente.

El comisario mayor (R) José Chicahuala, histórico jefe de Bomberos, en aquel entonces era oficial principal y estaba en el cuartel cuando recibieron la novedad. Todavía no lo olvida. “Me fui rápido al lugar y encontré al agente Leiva nada más. Estaba en posición fetal en el piso, mirando hacia arriba y con sus manos encogidas. Largaba gritos aterradores y no había perdido el conocimiento. Se quejaba y lloraba. Cuando me vio, me dijo: `Gringo, me muero. Me muero…´ Pude verle las manos quemadas. La ropa tenía agujeros. Se le veía heridas como huecos en las rodillas, las manos y en la planta de un borceguí. La corriente había hecho la descarga a tierra por esas partes del cuerpo”, relató el policía retirado.

Recuerdo. El comisario mayor (R) José Chicahuala, ex jefe de Bomberos, dio testimonio de lo que fue esa tragedia.

Leiva ya se hacía la idea de la muerte. “Él pensaba en sus hijos y su esposa, y me decía que se moría. Y yo lo calmaba. `No pensés en eso, no seas pelotudo... No te vas a morir, todo se va a solucionar´, le decía. Escuchaba el ulular de la sirena de la ambulancia y le repetía que ya venían en camino a buscarlo, que se quedara tranquilo que nos íbamos al hospital”, señaló Chicahuala.

Días de agonía

El agente fue trasladado en una ambulancia de la Policía, que “cruzó todo el centro, como a 200 kilómetros por hora por la avenida Córdoba. Fue desesperante. No lo voy a olvidar nunca. Cuando llegamos, un médico que me conocía me pidió que le saque las botas a Leiva. Al retirarle uno de los borceguíes, le vi los huesos de los pies. Estaba muy lastimado. Fue la última vez que lo vi con vida, de ahí lo entubaron y lo pasaron a coma inducido por su delicado estado de salud”, agregó.

Al otro día, el agente Américo Leiva fue llevado al Hospital Lagomaggiore de Mendoza por las graves heridas que presentaba. Franchini, como era nacido en Buenos Aires y tenía a toda su familia allí, fue trasladado e internado en el Instituto de Quemados en el barrio porteño de Caballito. También se encontraba complicado.

Fueron los días más tristes de la historia del personal de la entonces División Bomberos. El final del agente Leiva se avizoraba. Eran tantas y tan graves las quemaduras que sufrió, que debieron amputarle los brazos y las piernas. A ocho días del accidente, el agente Américo Argentino Leiva dejó de existir en el hospital de la vecina provincia. El policía era casado y tenía 3 hijos pequeños.

La Policía despidió a Leiva con todos los honores en el mismo cuartel central de Bomberos. El 16 de diciembre de 1987, la fuerza perpetuó su nombre bautizando al antiguo puesto policial del barrio Rivadavia –en el departamento homónimo- como Subcomisaría Américo Leiva.

La angustia continuó por la incertidumbre acerca de Franchini. Había perdido una pierna y tenía seriamente afectados los pulmones. Su agonía se hizo larga en Capital Federal, pero finalmente murió el mediodía del martes 29 de diciembre de ese año. Tenía esposa y cuatro chicos.

El accidente del 9 de noviembre consumaba la tragedia por partida doble. Los restos de este otro agente fueron traídos a San Juan y la fuerza provincial hizo otro conmovedor acto de despedida. Al igual que Leiva, su amigo y compañero fue sepultado en el cementerio de la capital sanjuanina. “Fue duro, muy doloroso. Todos los bomberos estábamos muy caídos y desmoralizados, pero debíamos continuar con nuestro trabajo. A mí me marcó para siempre. Yo los recibí a los dos cuando llegaron siendo jóvenes a Bomberos y llegué a conocerlos bien. Y no ve voy a olvidar nunca de ellos porque fueron mis compañeros”, comentó el ex jefe de Bomberos.

Después de muchos años, el 26 de marzo de 2018, el Gobierno y la Policía volvieron a evocar a los agentes Américo Argentino Leiva y Saúl Ramón Franchini durante la inauguración de la nueva sede de la Seccional 28va en el barrio FOEVA, Rivadavia. Fue la oportunidad para reconocer a Franchini, cuyo nombre ahora permanece a la par de su compañero como eterna ofrenda a la memoria de estos dos amigos y jóvenes policías que fueron víctima de una tragedia.

 

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